Pablo Gerchunoff enriquece con sus ensayos la historiografía económica y política de argentina. En ellos vuelca sus experiencias y la lucidez de sus ideas.
Ahora ha publicado El planisferio invertido, título inspirado en una lámina que estuvo colgada en el escritorio de Raúl Alfonsín, donde el Norte está en el Sur, el Sur en el Norte, y la Argentina, en el centro del mundo.
Para Gerchunoff la admiración por esta particular ubicación cartográfica, expresa la voluntad política, y la convicción de quien aspiró a “cambiarlo todo”.
Esa figura, también fue evocada por Arturo Jauretche (1901-1974) en alguno de sus escritos. Denunció allí el símbolo de la imposición cultural de la visión colonialista, que muestra el planisferio del mundo desde el punto de vista jerárquico de los conquistadores: ubicando arriba en el norte a los países dominantes y abajo, a los dominados. En realidad, la infinitud del espacio cósmico no admitiría referencias entre el arriba y el abajo.
Entre muchas otras cosas, Gerchunoff se ocupa en su libro del contexto político hacia 1983, y de las consecuencias del Juicio a los responsables de la dictadura.
En la campaña política de 1983, el candidato a Presidente por el Partido Justicialista, Italo Luder -representante máximo de su Partido-, postulaba públicamente mantener la autoamnistía que se habían dado los militares; mientras que Alfonsín rechazaba la amnistía indiscriminada, y prometía juicio a los mayores responsables del terrorismo de estado.
Luego de analizar los avatares –también errores- económicos y de todo tipo que “cruzaron” al Gobierno de Alfonsín, Gerchunoff dice: “Me pregunto si un gobierno conservador que hubiera dado por buena la amnistía de los militares y que hubiera acordado con los sindicatos (habla de Ítalo Luder y su Partido), no hubiera tenido una oportunidad mayor de estabilizar la economía”.
Y se responde: “Esa pregunta, para un alfonsinista como yo, que además participó de la gestión económica, es una pregunta terrible”.
Su interrogante plantea una inquietud histórica profunda, que no se agota en ese tiempo, y abre otros interrogantes actuales a quienes pensamos parecido.
En lo que a mí respecta, y pasando ahora al suceso que provoca el film “Argentina, 1985” –celebrado y admirado por sus muchas virtudes- cabe preguntarnos: ¿Por qué ahora, luego de tanto tiempo de reflexión de la conciencia cultural argentina, la estampa fílmica del magnífico enjuiciamiento, carece de un señalamiento potente de las acciones previas que hicieron posible el juicio a la dictadura ?
Me refiero a la creación, integración y funcionamiento de la CONADEP, dispuestas por el Presidente Raúl Alfonsín –sólo cinco días después de asumir-, para investigar las violaciones a los derechos humanos durante el terrorismo de Estado.
Ha sido enorme y dolorosa la tarea que realizaron su presidente, doce miembros y colaboradores, recorriendo el país para recibir denuncias y pruebas.
Cuando Ernesto Sabato entregó el informe final al presidente, leyó el prólogo del libro Nunca más, título que habría sugerido Marshall Meyer (miembro de la Comisión), por ser el lema utilizado por los sobrevivientes del Gueto de Varsovia para repudiar las atrocidades nazis.
Sin el triunfo de Alfonsín y el cumplimiento de su compromiso electoral, sin la creación y el trabajo de la CONADEP, sin la arquitectura jurídica pergeñada por Carlos Nino y Jaime Malamud Goti, sin el Proyecto de Ley respectivo, (magüer los cambios que introdujo el Senado, que enturbiaron los efectos finales), no hubiera habido juicio a la dictadura, fiscales acusadores, ni Tribunal Civil que los condenara.
Tal conjunto de condiciones sine qua non ha sido recortado en su enorme significación colectiva, diluyéndolo con agregados elusivos, que omiten el posterior indulto masivo de Menem.
El juicio no fue la obra heroica y solitaria de una persona, por meritoria que fuere, sino la consecuencia de una reacción histórica de la conciencia nacional plasmada por muchas personas, pese a la vigilia militar que continuaba entonces.
Veitiocho años después del Golpe de Estado, el 24 de marzo del 2004, el “valeroso” Kirchner toma la crucial decisión de ordenar se bajen los cuadros de Videla y Bignone, dando nacimiento a la “historia oficial”.
Esa epopeya, se publicita y enseña desde entonces -en escuelas, colegios y universidades-, entronizando a Kirchner y su dinastía, como los valerosos defensores de los derechos humanos.
Es una clara apropiación indebida del valor ético de sucesos históricos. Doblemente grave porque con ello se oculta tras un manto de olvido a quienes han sido los verdaderos protagonistas en la custodia de los valores inherentes.
Hoy compartimos una gravísima realidad social, política e institucional. Vale la pena a su respecto, leer en prospectiva el interrogante profundo de Gerchufoff que hemos transcripto. Nos preguntamos entonces.
Aún cuando en el 2023 se produzca una alternancia esencial, quien quiera la exprese al máximo nivel representativo.
Aún cuando se cuente con un buen diagnóstico, plan razonable y los mejores equipos para gobernar, con eficiencia y sensibilidad social.
¿Será posible vencer la resistencia violenta y destructiva de la suma de factores de bloqueo?
Su conjunto forma un bloque de corporaciones viciosas, empresariales, sindicales, culturales y políticas. Gobernaciones feudales, Intendencias clientelares, y amigos internacionales peligrosos.
¿En medio de tanta pobreza y reclamos urgentes, los argentinos, comprenderemos y daremos tiempo a labores gubernativas pacíficas, graduales y fecundas?
Es – así lo creo- también una pregunta terrible. La esperanza no parece ser mayor que el escepticismo.
Se trata de la encrucijada que cada uno y todos juntos debemos resolver con nuestro aporte civil y tolerancia democrática. Desde ya, el día de las elecciones y luego, como corresponde a una república.
Alguna vez, el eterno y omnipresente General justiciero que -a gusto o disgusto- los argentinos llevamos dentro por generaciones, profetizó para los tiempos: “Cuando los pueblos agotan su paciencia, hacen tronar el escarmiento”.