“En la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires nos organizamos un grupo de chicos para pegar carteles que concientizan y dan información sobre las personas secuestradas por Hamas en Gaza. En estos carteles hay bebés hasta abuelos, recordando que 21 de los 200 rehenes son argentinos. Cuando estábamos pegando los carteles pidiendo por los secuestrados, cuatro chicos que estaban en la mesa del Frente de Izquierda nos gritaron genocidas”, cuenta Florencia Kaplun, estudiante de Derecho e integrante de la Asociación de Universitarios Judíos. No es el único relato sobre hostilidades que sufren en distintas facultades del país alumnos que piden por la liberación de los rehenes en Gaza, esa sola acción es contestada de parte de un sector militante arrancando esos carteles y acusándolos de representar a un estado genocida, Israel, poniendo el accionar de ese país en un nivel de gravedad superior a la barbarie cometida por la organización terrorista Hamas en nombre de Palestina.
Es muy preocupante que esto suceda en universidades públicas argentinas, donde la pluralidad de voces está garantizada de hecho por la misma impronta que sostiene el carácter inclusivo de las altas casas de estudio en nuestro país. Donde la política debe habitar sin ser contaminada, bajo ningún punto de vista, por brotes xenófobos. Pero lo que sucede en las universidades, en este caso lo denunciado en la UBA, puede ser una muestra de lo que pasa en un sector de la sociedad, eso lo hace más preocupante y peligroso. Es necesario destacar que estas escenas repudiables son realizadas por una pequeña minoría que suele alzar su voz de modo permanente en la cotidiana militancia estudiantil por distintos motivos políticos, sectores identificados con algún parrido de izquierda, pero también de la ultraderecha que, paradójicamente, en este tema se encuentran en el mismo lado.
Por eso, hoy vale recordar que en las épocas oscuras de la dictadura e incluso durante el gobierno peronista del 74 al 76, cuando la UBA fue intervenida por el gobierno de Isabel Perón, nombrando a Alberto Ottalagano interventor durante 100 días, un fascista y antisemita confeso que se dedicó a perseguir docentes y alumnos, algunos secuestrados y muertos, algo que se potenció luego del golpe de estado de marzo de 1976, cuando se acrecentaron las persecuciones políticas con violencia y también los secuestros, las desapariciones y las muertes. Delitos que pueden ser comparados con las mismas aberraciones que sufrió en manos de Hamas la comunidad israelí en el ataque del 7 de octubre pasado. ¿Conocerán esta parte de la historia los alumnos que agreden a los estudiantes judíos que llevan adelante este reclamo pacífico? ¿Sabrán que la represión y las violaciones a los DDHH realizados por la Triple A y el Proceso de Reorganización Nacional incluyó un fuerte componente antisemita? De la ultraderecha nacionalista se puede entender, el antisemitismo está en su génesis, pero de parte de la izquierda, denunciadora y víctima de aquellas persecuciones, resulta inexplicable.
Cuesta entender cómo en un momento tan sensible, con el mundo horrorizado por las imágenes que los mismos criminales de Hamas subían a las redes sociales para generar más miedo, no puedan apartarse de su mirada política para tener una más humana, más cercana al dolor y al sufrimiento de las víctimas. Es atendible y respetable el debate sobre la situación del estado palestino. Sin ponderar o justificar la violencia, porque el ataque del 7 de octubre no fue realizado por un estado, como equivocadamente, y al borde del ridículo, lo describen algunos dirigentes, como Cristina Kirchner, que hablan de conflicto entre dos países, cuando fueron fuerzas terroristas inhumanas las que desafiaron al único estado democrático de Medio Oriente. Se puede estar del lado de la vida y de la paz sin tener que realizar piruetas discursivas.
En Europa existe también un creciente temor por los brotes antisemitas que se produjeron en las últimas semanas. Aparecieron algunos hechos que alertan de “un resurgimiento de incidentes y retórica antisemita en la Unión Europea y en todo el mundo”, como señaló la Unión Europea días atrás. Se refería a lo sucedido en Bruselas donde existieron marchas violentas contra la comunidad judía, también algunas bombas molotov fueron lanzadas contra una sinagoga en Alemania, país donde un centro de monitoreo registró 202 incidentes antisemitas en los primeros días de la guerra, entre el 7 y 15 de octubre, relacionados con los ataques de Hamas contra Israel. Entre los casos se encuentran ataques, daños a propiedades, amenazas y comportamiento abusivo. Y esto representa un aumento del 240 % en comparación con el mismo período del año anterior. A todo esto, hay que sumar las estrellas de David pintadas contra edificios residenciales en Francia, al cementerio judío profanado en Austria o las tiendas y sinagogas judías atacadas en España, donde además se vieron a manifestantes coreando consignas de odio contra los judíos. Como algunos ejemplos aterradores que se dan en Europa a 80 años del Holocausto. Es como si de repente la barrera social que contenía los brotes antisemitas se levantó y permitió la salida de personas que guardaban este odio racial. La situación da cuenta de que esa expresión xenófoba era bien ocultada, pero en realidad nunca dejó de habitar en su interior.
El antisemitismo es más que un interés de la comunidad internacional judía, es una cuestión de toda la humanidad que tiene deudas pendientes con la historia reciente aún por resolver. Es por eso que es necesario estar alerta con mucha firmeza y equilibrio, sin poner en peligro los valores de libertad y responsabilidad, y se comience a mirar con preocupación que hoy en Francia y en otros lugares suceden asesinatos por el simple hecho de ser judío, o que en Alemania y en otros lugares se haya vuelto arriesgado ir por las calles con una kipá en la cabeza. Todo esto muestra que la historia sangrienta más cruel del siglo XX quiere hacerse presente, busca su lugar para repetirse y llegará para quedarse si no reaccionamos.
El antisemitismo hoy es absurdo, nunca tuvo razón de ser, pero sigue estando, no es inofensivo, no es una simple proclama, su crueldad es real, tangible. No podemos aceptarlo con la excusa de que es parte del nuevo contexto. Mirar para otro lado cuando se realizan actividades antisemitas en una universidad pública, donde se forman nuestros profesionales en libertad y pluralidad, nos haría caer en el verdadero “sótano de la república”, desde el cual será muy difícil regresar.
Publicado en La Nación el 16 de noviembre de 2023.