miércoles 2 de abril de 2025
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Anatomía de un instante

La buena fe es un concepto básico del sistema institucional. Informa lo jurídico, la economía y la política. Viene del pre derecho, ese espacio de origen de la ley, que se mezclaba y confundía con la religión y la magia. Todo se reduce a creer en el otro, confiar en el otro; ni más ni menos que el crédito.
Este es el punto de vista fundamental para analizar la anatomía del escándalo que envuelve al Presidente de la Nación. No es un asunto estrictamente penal; eso vendrá después. Es un hecho de gravedad institucional, con derivas jurídicas, políticas y económicas, que a toda costa se debe intentar que queden en lo inmediato, y no trasciendan al mediano plazo, porque es mucho lo que está en juego. Digamos que todo: desde la confianza en el plan económico, pasando por la designación de los jueces y llegando a un pedido
de juicio político.
Hay que partir de la base que la palabra presidencial es una institución, porque es la
cabeza del poder la que habla. Quién lleva la investidura está abarcado por un agravante que lo obliga a medir sus dichos; no habla en calidad personal, sino representando a un país. Es la palabra de un país la que se expresa. Es por esto que reducir todo a la libertad de expresión es un error de encuadre. Claro que el Presidente puede hablar; más, hay veces que debe hacerlo; pero hay otras, como ésta, en las que está obligado a callar.
Digamos que la libertad de expresión adquiere otra configuración, por la gravedad del cargo, que exige prudencia.
No importa entonces que sea por cadena nacional o en las redes. Estamos ante lo que se llama una probatio probatissima, una prueba que por tan obvia se vuelve concluyente. Eso es lo que el mensaje presidencial en su cuenta personal de X representa: la red que sirvió de potencia de crecimiento, se terminó convirtiendo en telaraña.
Ante un hecho de este tenor tan patente, quedan dos caminos: explicar y asumir el costo, o redoblar la apuesta.
Lamentablemente, es casi una obviedad la respuesta esperada, luego de un año de gobierno y atentos a la política de los émulos en el concierto internacional. Dicen que en un
momento de presión política parecida, el presidente Perón le dijo a su ministro Guardo:
“qué importa, si estamos acostumbrados a gobernar en medio del kilombo”. Sobran los
ejemplos de contracara, que asumieron el costo del error y avanzaron, pensando más que nada en la responsabilidad institucional y las consecuencias para el país.
Hasta acá estuvimos en un retablo jovial, donde todo era reinvención y posible, con un crédito ante la opinión pública que parecía ilimitado.
Pero no todo es lineal, ni en política, ni en economía, ni en derecho. Ahora estamos ante un
cisne negro, en un retablo que puede tener connotaciones trágicas, si el camino que se elige es el de la tendencia autodestructiva. Esperemos que no, porque no sólo están en juego los actores y la obra, sino el crédito ante el público que somos todos los argentinos y su destino.

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