Han pasado tres años desde la invasión rusa de Ucrania y en los últimos meses, como consecuencia de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, las cosas han cambiado dramáticamente. Para comenzar, ahora parece que no hubo invasión y que, siguiendo el guion de Vladimir Putin, el responsable de la guerra es Ucrania y Volodimir Zelenski es un dictador. A Trump solo le falta afirmar que Putin es un verdadero demócrata y que el principal objetivo del “conflicto” ha sido “desnazificar” a Ucrania.
Este giro copernicano en la percepción del “conflicto” (sic), como se ha dado en llamar a la guerra en la descafeinada resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aprobada este lunes, también ha afectado a América Latina. El proyecto fue presentado por Estados Unidos con el propósito de impulsar una “paz duradera” (así se dice), y, por primera vez desde la invasión, contó con el respaldo de Rusia. También fue apoyado por China y por siete de los diez miembros no permanentes del Consejo, incluyendo a Guyana y Panamá, los dos representantes de América Latina. Solo se abstuvieron los cinco países europeos, los dos permanentes, Reino Unido y Francia, más Dinamarca, Grecia y Eslovenia.
En la mañana del lunes, la Asamblea General debatió el tema, incluyendo dos propuestas de resolución, una presentada por Ucrania y los países europeos y la otra por Estados Unidos, que posteriormente fue enmendada por la Asamblea para incluir un lenguaje más claro en apoyo a Ucrania. La primera fue aprobada por 93 síes, 18 noes y 65 abstenciones, con un voto positivo mucho menor que en años anteriores. Entre los noes se incluyen los votos de Estados Unidos, Rusia, Corea del Norte, Israel, Hungría y Nicaragua.
En lo que respecta al voto latinoamericano hubo conductas reiteradas y algunas sorpresas. Para comenzar, seis síes (Chile, Guatemala, Guyana, México, Perú y Uruguay), un no (Nicaragua), diez abstenciones (Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, El Salvador, Honduras, Panamá y Paraguay) y tres países que no votaron (Bolivia, Ecuador y Venezuela). Si hasta ahora América Latina había sido incapaz de hablar con una sola voz, en esta oportunidad la cacofonía ha sido total. De acuerdo con esta distribución del voto es imposible encontrar un criterio claro dentro de América Latina que permita agrupar a países de la región en torno a unas constantes previamente definidas.
La señal dada por los países de América Latina de cara al futuro es bastante preocupante. Si ya era complicado alcanzar el más mínimo consenso en cualquier punto de la agenda regional o internacional, a partir de ahora la dificultad será mayor. Teniendo a la vista la convocatoria de la Cumbre entre la UE y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), a celebrar este año en Colombia, la falta de comunicación y la imposibilidad de coordinarse se convierte en un problema de dimensiones cada vez más inmanejables.
La lista de los diez países que se han abstenido en esta ocasión es bastante clarificadora, dadas las múltiples contradicciones existentes entre ellos y las malas relaciones que mantienen sus presidentes. Un par de ejemplos son muy ilustrativos: Argentina y Brasil o Paraguay y Honduras. Tres años atrás solo hubo cuatro abstenciones, tres de aliados de Putin (Bolivia, Cuba y Nicaragua) y El Salvador, en ese momento bastante distanciado de la Administración Biden. Frente a los catorce votos a favor de entonces, esta vez solo seis mantuvieron su postura anterior.
Obviamente que el cambio en el sentido del voto de muchos países responde al giro de la posición de Estados Unidos, como muestran las abstenciones de Argentina y El Salvador, alineadas con Washington en la actual coyuntura, a las que hay que agregar las de Panamá y Paraguay. En el caso de Panamá hay que recordar su voto favorable a la posición de Trump en el Consejo de Seguridad, condicionado en buena medida por las amenazas sobre el Canal.
Entre las sorpresas, la de México, que ha mantenido su postura, quizá como señal de independencia ante Estados Unidos en sus múltiples disputas. También es de agradecer la coherencia en las posiciones de dos pequeños países latinoamericanos, que a la vez mantienen elevados estándares de funcionamiento democrático. Se trata de Chile, con un gobierno de centro izquierda, y de Uruguay, con un gobierno de centro derecha, que mantienen su respaldo a Ucrania.
Otros, como Argentina, han optado por renunciar a sus convicciones anteriores. Hasta hace poco, Javier Milei había respaldado firmemente a Zelenski, presente en Buenos Aires en su toma de posesión el 10 de diciembre de 2023. El argumento esgrimido por el ministro argentino de Exteriores, Gerardo Werthein, de que hay que “parar la guerra”, no se sostiene ni tiene en cuenta la identidad del agresor ni los ataques de Rusia a la soberanía de Ucrania. Se da la paradoja de que la soberanía es un bien superior al que los latinoamericanos suelen encomendarse en la mayoría de las ocasiones. Sin embargo, en este momento, muchos han decidido abdicar de sus principios por intereses concretos que poco tienen que ver con aquellos. Alianzas veredes, Sancho…
Publicado en El Periódico de España el 26 de febrero de 2025.
Link