La idea de la ingobernabilidad del Área Metropolitana de Buenos Aires, es una trampa. El Amba no es más ni menos compleja que las metrópolis de su escala, de las cuales existen aproximadamente 50 en el mundo. Algunas de ellas con estándares envidiables de calidad de vida. Lo que es seguro, es que los problemas del Amba no se van a resolver con voluntarismo, ni con un milagro.
El AMBA necesita de coraje político y rigor técnico, de concertación amplia y estrictez en el manejo de los recursos públicos, de mucho menos “cotillón y visibilidad”, y mucho más compromiso por construir una nueva matriz económica que frene una decadencia de 45 años (desde el Rodrigazo).
Hasta 1975, con sus más y sus menos, el AMBA crecía casi sin desempleo, y con el “loteo popular” como mecanismo de expansión urbana formal dominante, sobre todo en las periferias. Padres empleados e hijos en la escuela pública, clubes de barrio por miles, y noticias policiales muy pocas.
Desde allí, con la moneda nacional corroída por la inflación, el loteo desapareció y el industrialismo sustitutivo se fue deshilachando en sus propias limitaciones, sumado al efecto de políticas de transformación cruentas, pero sobre todo por la ausencia de un plan de reconversión basado en la lectura realista de los cambios globales.
Todas las ciudades industriales de Occidente sufrieron el shock de la emergencia asiática como zona industrial de preferencia, pero no todas demoraron décadas en advertirlo y ponerse manos a la obra para generar actividades alternativas, competitivas, aceptables socialmente y sostenibles ambientalmente.
El nudo gordiano del AMBA, es su economía; la deconstrucción de la sociedad salarial está en la base de la configuración de una sociedad segmentada, desigual y conflictual. La dependencia de la ayuda pública de parte de enormes sectores es real e incuestionable, pero la combinación de una cultura política oportunista con ese escenario abrió lugar al coyunturalismo más extremo.
Los cambios que el AMBA necesitaba (y necesita) implican costos públicos, esfuerzos sociales y sentido estratégico. Nadie puede readecuar una trama productiva en un fin de semana, ni calificar cientos de miles de personas como por arte de magia. El verdadero drama es que cada postergación es un poco peor. La política no lo hizo, ni existieron agentes sociales que lo demanden, más bien los reclamos apuntan a reconstruir un pasado que se recuerda más amable, pero que es irreproducible.
Sin embargo, al AMBA se le pueden aplicar las mismas reglas que a cualquier dificultad pública:
1/ No es posible resolver un problema público, sin una correspondencia razonable entre el problema a resolver y los recursos afectados a esos fines.
2/ Nadie gobierna lo que no conoce. Sin datos, no es posible resolver de manera consistente ningún problema público.
3/ Ningún problema público es estrictamente competencia de una disciplina. En tanto problema social, todos los asuntos públicos deben receptar miradas diversas.
4/ Los problemas públicos cambian como cambian las sociedades. Las respuestas siempre deben revisarse y no sacralizarse.
5/ Resolver un problema público, probablemente abre una nueva agenda de problemas. Ninguna solución es definitiva.
6/ Cualquier solución que se proponga requiere niveles (al menos mínimos de aceptación social), es inconsistente una solución técnica rechazada por el conjunto social.
7/ El lugar determina las condiciones de aplicación de una solución. Cada entorno genera condiciones diferentes para la aplicación de políticas.
8/ Una buena Administración es aquella que no distorsiona las decisiones de política pública, y se realiza ejecutándolas con probidad y profesionalismo.
9/ Las políticas públicas no se diseñan para ejecutar el presupuesto, sino para garantizar bienes públicos en calidad y cantidad adecuados.
10/ Las políticas públicas no son el único modo de conseguir objetivos públicos. Existe un amplio espacio público no estatal, y también es posible la coordinación con agentes sociales y empresariales que pueden alcanzar objetivos (a veces) mejor que la propia Administración.
Si abandonamos la idea de la imposibilidad, y nos ajustamos a reglas que han sido exitosas frente a otros desafíos podremos pensar y construir un territorio de calidad para (y con) los ciudadanos. Nuestra inclinación por la excepcionalidad y contra el método es una trampa frente a un desafío que deberemos resolver paso a paso, con la mirada larga y los pies en el barro.
Publicado en La Nación el 28 de abril de 2021.