“Les duele que hoy yo sea uno de los dos políticos más relevantes del planeta Tierra. Donald Trump y el otro soy yo ¿Qué visión puede tener una rata-refiriéndose a la oposición- respecto de un gigante? Soy considerado el máximo defensor de las ideas de la libertad en el mundo”, sentenció el presidente Javier Milei en la polémica entrevista que le realizó Luis Majul el domingo pasado a la noche. Si el país funcionara del mismo modo que Milei se autopercibe, ya seríamos una de las economías más importantes del mundo, pero lamentablemente existe un interminable trecho entre su imaginación y la realidad que se nos presenta diariamente.
No es la primera vez que los elogios a Milei provienen de su misma locuacidad. Tampoco sorprende que dispare dardos envenenados de desprecio hacia todo aquel que no coincida con sus ideas o critique a su gobierno. Incluso lo ha hecho con dirigentes de su propio espacio antes de apartarlos por cometer el pecado de discrepar, como le sucedió al senador Francisco Paoltroni,que se opuso a la candidatura de Ariel Lijo para ocupar un cargo en la Corte Suprema de Justicia y rápidamente fue expulsado del bloque de senadores oficialistas. Parece que no respetar el verticalismo es una traición en el modus operandi que tienen los liberales más conservadores y disciplinadores del mundo.
El Presidente también atacó nuevamente al periodismo, habló de extorsionadores y corruptos. Dice que lo hace con pruebas, pero no las muestra, no da nombres y no realizó ninguna denuncia, convirtiéndose en posible cómplice de un delito que dice conocer y que oculta, e incumpliendo al parecer su deber como funcionario público. Aunque la manera en que se expresa hace pensar que el mensaje extorsivo lo está dando él mismo. Este puede ser un modo de entender cierta lógica en sus arrebatos incontrolables, impropios de su investidura: poner sospechas en terceros, amenazarlos con la creación de normas, como la que sugirió para controlar a los periodistas convirtiéndolos en “personas políticamente expuestas” y sesgando, vía decreto, el acceso a la información pública, algo que más temprano que tarde la justicia seguramente declarará inconstitucional. Milei debe entender que, siendo presidente, cada uno de los 290 millones de pesos que gastó en la Quinta de Olivos o de los 2300 millones de pesos en viajes en solo seis meses deben ser rendidos. No basta con su palabra para señalar que asumió costos como personales, es su obligación como funcionario público.
Esta semana, enojado, salió a defender y a pedir que no se hable de uno los miembros de su “triángulo de hierro”, un asesor monotributista, Santiago Caputo, que no ocupa cargo en el organigrama del Poder Ejecutivo, pero que maneja la comunicación, propone cargos ni más ni menos que en la Corte Suprema de Justicia -según reconoció el Dr. Manuel García-Mansilla en el Senado- y designa amigos, sin experiencia alguna, al frente de la SIDE. Señalar estas cosas hace que Milei muestre su costado más autoritario. Pero es su estilo: agresividad envuelta en su tono dubitativo y frontalidad para abordar los temas sensibles para la sociedad, lo cual lo hace parecer seguro, aunque reiteradamente parece esforzarse en ser un “digno adversario de la verdad”, como cuando habla de la fabulosa recuperación de las jubilaciones lograda en estos meses de gestión, que si no fuese una afirmación tan irresponsable como grave podría ser un chiste de mal gusto.
Son esas características la que lo llevaron a donde está, ni más ni menos que a la Presidencia de la Nación. Mucho se habló y se analizó sobre cómo su estilo y sus ideas disruptivas fueron el envase perfecto para canalizar el descontento social ante el fracaso populista. Pero la campaña terminó, y Milei sigue haciendo lo mismo, apoyado en esa confianza popular de la que aún goza. Pero también lo hace aislarse peligrosamente de otros sectores políticos a los que no le alcanza con ignorar, sino que necesita humillar de modo constante, porque ante la falta de logros concretos -septiembre mostrará un notable crecimiento de la pobreza y el desempleo- es necesario reafirmar ese perfil, para recordar que, según él, sus seguidores fanáticos y los que arrimaron por conveniencia, como Daniel Scioli, su proyecto político sigue parado en la vereda opuesta a la llamada “casta”.
Curioso, porque hasta ahora Milei no prescindió de toda la política tradicional, tiene gobernadores peronistas que se alistaron detrás de su figura como Raúl Jalil de Catamarca, Osvaldo Jaldo de Tucumán y Gustavo Sáenz de Salta, y centenares de funcionarios kirchneristas que siguen gestionando. Así pudo llevar adelante algunas reformas. Pero no son solo sus formas y estilo, sino también sus decisiones las que hicieron que la oposición atomizada se pueda poner de acuerdo y unirse de tanto en tanto para tratar de equiparar las distancias sociales que el modelo libertario está construyendo diariamente. Así se vio con la aprobación del nuevo cálculo previsional que el gobierno vetó pero que puede ser nuevamente sancionado por el Congreso que, además, esta semana insistirá en el Senado en dar sanción a la anulación de los vergonzosos 100 mil millones de pesos reservados otorgados a la SIDE y la mejora del presupuesto universitario.
Las “ratas” o “degenerados fiscales” como los llama el Presidente no deben sentir ningún tipo de compromiso con un gobierno que los destrata de tal manera, porque los libertarios podrán ganar las pequeñas “batallas” en las redes sociales, pero a la hora de levantar la mano en el Senado, los “tuiteros” no votan, y esa es una realidad institucional a la que se puede agredir, ignorar, despreciar, pero que existe. Y cada uno de los miembros del Congreso tiene la misma legitimidad de origen que tiene el Presidente, fue el pueblo quien los sentó allí, y tienen todo el derecho de hacer valer ese voto conseguido. Desacreditarlos contantemente fortalece la posición del Presidente con su núcleo duro de votantes, pero genera un endurecimiento del variado capital político que forma parte del Poder Legislativo.
La gran incógnita que se despejará prontamente es saber hasta dónde aguantará ese destrato la oposición fragmentada -dividida por el fracaso del mismo pasado que hoy le da vida a Milei- para tomar luego la decisión de dialogar entre quienes la integran, separando las figuras que descomponen más de lo que suman, e intentar convertirse en una alternativa de poder. No parece hoy un escenario inmediato, pero tampoco imposible. Es el mismo Presidente quien, actuando como si aún estuviese en campaña, aviva esa posibilidad.
El maltrato constante, sin respuestas defensivas, transforma al agresor en perverso. Y todos sabemos: para que exista un perverso siempre hace falta un sumiso. Que esto último sea o no el papel que acepte cumplir a la política vapuleada por el poder de turno será la respuesta anticipatoria que muchos esperan conocer a casi un año de las elecciones de medio término. Días atrás, Mauricio Macri se plantó y mostró sus cartas, pero no para fortalecer la oposición sino para ganar poder de decisión en el gobierno, algo que por ahora estaría consiguiendo. Pero con Milei los acuerdos nunca parecen ser confiables.
Quedará esperar, porque si bien hoy no parece ser un escenario posible, si la ciudadanía vota a otras opciones políticas, puede rearmar el Congreso en 2025 de manera adversa a los intereses del oficialismo, lo cual sería un punto de inflexión en el camino que trazó el gobierno de Javier Milei. Allí no podrá ignorar ni ocultar que por más duros, intransigentes e injuriosos que sean sus modos, pueden resultar contraproducentes, porque ya comenzaron a darle aire y razones a un adversario que hasta hace poco sobrevivía dividido y debilitado en pleno letargo.