Una vieja fake story dice que Canadá debe su nombre a que un cartógrafo español señaló en un mapa de América del Norte una zona que rezaba “Acá nada” y de allí: Canadá. Una menta tan pintoresca como falsa, y tan increíble como la pretensión de Donald Trump de anexarse el país todo.
Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá, parecen ser tres puntos de la “nueva frontera política” deseada por el neocolonialismo estadounidense, basada en un concepto restrictivo y multipolar del nuevo orden mundial del que los EE.UU. han renunciado a liderar. Este neocolonialismo es defensivo, no expansivo como lo fuera el de los países europeos, busca acorazar el territorio, ampliando sus fronteras, absorbiendo a Canadá y Méjico – junto con sus valiosos recursos naturales – y con una cabecera de playa en Europa (Groenlandia): un nuevo peñón de Gibraltar.
Esta perspectiva geopolítica es similar – aunque con grandes diferencias – a la doctrina Monroe que funcionó durante el siglo XIX, ese siglo al que Trump añora, y a la que Argentina opuso la doctrina Drago. Las guerras mundiales dieron a los EE.UU. su carácter de líder mundial, muy a pesar suyo, parece ser.
Como resultado de los irritantes dichos de Trump hacia su vecino del norte, los canadienses han resuelto boicotear todos los productos provenientes de los EE.UU. y dejar de hacer turismo tanto en Miami – la casa de Marco Rubio – como en Las Vegas que hoy luce como una ciudad fantasma y está pronta a la quiebra.
Viejos conflictos limítrofes como en el golfo de Maine o en distintas partes de la frontera se están reavivando al calor del hostigamiento y juegan un papel clave en la política interna de Canadá que se apresta a elegir un nuevo primer ministro. Trump se refirió a esa frontera como “esa línea recta que ya no sirve” – a partir de la cual 2 de cada 3 canadienses viven en una banda de 96 kilómetros – que fuera el resultado del Tratado de Oregón de 1846 y es la frontera política más larga del mundo con casi 8900 kilómetros de extensión.
En este marco, unos 28 millones de canadienses el lunes 27 irán a las urnas para elegir los 343 diputados, que, a su vez, decidirán quién es el próximo primer ministro en unas elecciones anticipadas que pasarán a la historia como una de las campañas más virulentas que el país haya vivido, incluido un ataque terrorista en Vancouver, cuando un automovilista atropelló a una multitud matando a 9 personas, dos días antes de la elección.
Hace tan solo unos meses, el conservador Pierre Poilievre tenía una ventaja de 25 puntos. Después del tsunami diplomático de Trump y la salida del ex primer ministro liberal Justin Trudeau, tras nueve años en el poder, esa ventaja se achicó considerablemente, dando aire al ex presidente del Banco Central de Canadá, Mark Carney, quien reemplazó a Trudeau como líder liberal y primer ministro en marzo pasado.
Esquemáticamente, la campaña se basa en que los liberales se presentan como los líderes aptos para enfrentar a Trump, mientras que los conservadores basan su campaña en los problemas del costo de la vida, asunto excluyente antes de que Trump le empiojara la carrera presidencial a Poilievre, a quien podríamos considera afín a las ideas del presidente estadounidense.
En cualquier caso, los problemas de falta de acceso a la vivienda, costo de vida y demás, seguirán vigentes bajo el asedio del vecino rico o si este lograra asimilarlo como el Estado 51. Por eso, la épica del independentismo sería más movilizante que un problema más estructural que afecta a todas las economías desarrolladas: el crecimiento de la desigualdad.
Volviendo a la frontera que durante años ha sido permeable y amistosa, muchos alcaldes canadienses tratan de morigerar el conflicto asegurando que “Trump se irá en 4 años” y muchos alcaldes estadounidenses están predicando la amistad con los canadienses, colocando incluso banderas con la hoja de arce en sus casas como forma de expresar la mancomunidad vecinal.
En este sentido, algunos analistas observan que las relaciones personales a través de la frontera se han mantenido sólidas e incluso, en ocasiones, se han fortalecido ante las crecientes tensiones entre Washington y Ottawa.
No obstante, las tarifas de Trump ya se han hecho sentir en Canadá con despidos y aumentos de precios, con lo cual se agrava el problema del costo de vida y de desigualdad.
Las cifras muestran que los liberales son claros favoritos: la mayoría no está asegurada, pero están a tiro. Para que los conservadores ganen la mayoría de los escaños, las encuestas tendrían que fallar por los peores márgenes de la historia a nivel federal. No sería la primera vez, pero sería desastroso para esa actividad tan unida a las elecciones modernas.