En 1997, Giovanni Sartori (1924 – 2017) señaló con lucidez extraordinaria, en su “Homo Videns”, el umbral que la humanidad acababa de cruzar, ingresando a lo que aludió como la sociedad teledirigida, a partir de la preeminencia de la imagen sobre la palabra y con ellos a los riesgos de una crisis de la abstracción y la reflexión crítica de los seres humanos.
Adviértase que aún no se tenía una noción clara sobre la presencia sistémica, magnitud y usos posibles de las redes sociales de comunicación, ni su inserción dentro de la inteligencia artificial (IA).
Mucho menos de que todo ese conjunto de factores interactuantes podía llegar a autonomizarse de todo control social democrático y ético, y ser objeto de su apropiación esencial por pocas manos privadas que, por ello, quedaban en condiciones de su implementación y funcionamiento, interesados en objetivos no colectivos ni altruistas.
Va de suyo que aquella inquietud de Sartori fue devorada ampliamente, porque el conjunto de semejante fenómeno alcanzó una capacidad de manipulación total de las emociones y de los conocimientos, con riesgo de que ya no fuera solo la imagen sino también la palabra, las que quedaran excluidas de hacer posibles espacios de reflexión y abstracción individual críticas.
El monstruo no solo sirve como fuente de consulta que se valida aceleradamente, y sin mucho examen, sino que además es capaz de inducir comportamientos, adhesiones y rechazos; direccionados por sus poderosos “dueños” imperiales.
La penosa conclusión de este análisis impulsa a buscar el frescor de los ideales, tan lejos de cotizarse en el mercado, porque consisten en el espíritu de búsqueda perpetua de perfeccionamientos morales para la vida del ser humano.
Para ello acompañemos un vuelo hacia la historia argentina que nos lleve hacia el 19 de septiembre de 1889, a una reunión cívica de dos o tres mil personas, que se realizó en el Jardín Florida de Buenos Aires.
Gobernaba por entonces el presidente Miguel Juárez Celman, que se caracterizó por ejercer un poder centralizado denominado El Unicato, al concentrar el poder en la figura presidencial y en sus allegados, con estilo autoritario.
Fenómeno bastante parecido al que hoy nos toca vivir, aunque más “carnal” que “celestial”.
Fue en el Jardín Florida, donde uno de sus oradores pidió disculpas a la juventud por no haber creído en sus capacidades de reacción moral, ante la violación del interés público y los principios cívicos y democráticos, ofreciendo la ayuda de un hombre joven de largas barbas por si alguna vez la necesitaban.
El panorama mundial está muy complicado, como todos sabemos, y el nacional también.
La discordia y la dispersión de los partidos políticos tradicionales y no tradicionales se parecen al efecto de haber pateado un gran hormiguero, donde sus ocupantes huyen desconcertados en distintas direcciones.
Parecen haber quedado en pie: una extrema derecha tremenda, de índole mesiánica, cargada de arbitrariedad, crueldad y esoterismo. Y, del otro lado, los vestigios debilitados de una extrema izquierda, nostálgica, que alguna vez tenía una fuerte doctrina y supo ser heroica, pero hoy no cuentan el casillero del poder.
Hay incógnitas geopolíticas fenomenales, como la caducidad de occidente y los futuros enigmas del oriente chino, el arábigo y el de la gran Rusia.
Y en nuestro suelo criollo, habemos una suerte de expresiones funambulescas o equilibristas, que pretendemos sobrevivir en un espacio de centro izquierda o centro derecha moderado, con fe en los partidos políticos, en las instituciones republicanas, en la separación de poderes, en la administración honesta y honorable de las diferencias, como una necesidad de adecuación constante a las realidades de cada momento y de los ideales a los cuales aspiramos.
Con la expectativa de vivir en sociedades abiertas y de libertades plurales, es decir, contenernos mutuamente, admitir nuestras diferencias y sostener nuestras individualidades, pero sin menoscabo de las demás, a las que consideramos y respetamos en un pie de igualdad.
Los que creemos en un estado mediador de las diferencias, sensible ante las insuficiencias y padecimientos de muchos, y al mismo tiempo de los atributos del mercado económico.
Sabedores de que una buena educación, salud y estado social de bienestar, sin violencia, requiere para ello, paralelamente, una organización productiva privada eficiente y confiada en el contexto general de la seguridad jurídica.
La respuesta entonces a la pregunta que da título a esta nota, es cómo hacer para articularnos quienes pensamos de ese modo, en una suerte de constelación que no sea anestesiada, hipnotizada o absorbida, por la extrema derecha, ni por la extrema izquierda.
No se trata de votos. No se trata de vocación de poder. Se trata de procurar ser fieles a nuestro modo de ver la vida y de compartirla amistosamente con los demás ciudadanos, sin vender nuestras almas al diablo, ni a las fuerzas celestiales.
Y ya que estamos, en homenaje a una vida social afectuosa, nada mejor que recordar la letra de un bolero antiguo: “Te me vas… como van las arenas al mar… Cuando vuelvas, nuestro huerto tendrá rosas, estará en la primavera floreciendo para ti… Cuando vuelvas, virgencita del recuerdo, pedacito de mi vida… arderán los pebeteros y una lluvia de luceros a tus pies se tenderán”.