Una fecha arraigada en la memoria. Eso es y será el 30 de octubre. Hace 41 años la Argentina, la ciudadanía, dio el primero y esencial paso para recuperar la democracia y la inmensa mayoría de la sociedad con su voto, consagraba como electo Presidente de la Nación al radical, Raúl Alfonsín, en quien depositó su confianza para emprender una epopeya al interpretar que en él, en su liderazgo político, anclado en férreas convicciones, como efectivamente sucedió, estaba la garantía de preservar desde ese momento y para los tiempos la libertad y los derechos que habían sido quebrantados por la última dictadura, la más atroz que reconozca la historia del país que emprendía su retirada y dejaba una Nación lacerada en tu tejido social con el terrorismo de Estado, la ‘aventura bélica’ de la Guerra de las Malvinas y un hipotecado futuro económico para el país.
Aquellos que fueron testigos de ese día, quizás la memoria los lleve a recordar el momento en el Alfonsín pronunció en la noche del domingo 30 de octubre el primero de sus discursos ya como Presidente electo en el que dijo: “Acá hemos ido a una elección; hemos ganado pero no hemos derrotado a nadie porque todos hemos recuperado nuestros derechos”, expresó. Esa frase, dicha con un tono de voz sereno, con actitud reflexiva, que entrañaba ni más ni menos que dejar en claro que no se ensoberbecía con la victoria porque, además, él sabía que la reparación de la Nación demanda del esfuerzo común de los argentinos, contrasta con el presente en el que se escuchan constantes voces, desde lo más alto del poder, cargadas de diatriba y ofensa hacia las instituciones, a la política, que en una democracia constituye la herramienta para transformar la realidad, a los políticos opositores o bien a los medios de comunicación.
Fue la democracia con Alfonsín la que llevó adelante la ciclópea epopeya de ponerle fin a 50 años de inestabilidad institucional que habían cruzado, hasta ese entonces, la vida política argentina y fue ese hombre, surgido de las entrañas del radicalismo, el que hizo que la sociedad internalizara el valor de la democracia al punto que ya nadie discute que, aún atravesando momentos de enormes dificultades, desde aquel domingo de la primavera de 1983, en el propio sistema democrático radican los anticuerpos para defenderse, eventualmente, de circunstanciales minorías que puedan aparecer blandiendo el execrable argumento de poner en duda que, aun siempre perfectible, la democracia se constituye es el sistema político que asegura la posibilidad de edificar una sociedad más justa y con igualdad para todos los ciudadanos.
A 41 años de aquel 30 de octubre de 1983 en la Argentina existen vastos sectores de la población bajo una inmoral pobreza, hambre, indigencia, en fin, desamparo, pero tal situación no puede ser imputable a la democracia sino, en todo caso, por un lado –y principalmente- a la dirigencia en todos los órdenes y, a la vez, a la propia sociedad de cuyo seno debiera resurgir el compromiso de no desentenderse de su rol en una democracia que no implica sólo el derecho a elegir o bien ser elegido sino que entraña protagonizar, con la participación, desde el lugar que individualmente y colectivamente cree que puede hacerlo. Aquellos que recorren el camino de la anti-política desde en el seno de la institucionalidad abren un sendero peligroso porque tanto menoscabo a la representación popular pone en riesgo al propio sistema democrático.
En la inmensa mayoría de la ciudadanía, al cumplirse un nuevo aniversario de las elecciones del 30 de octubre de 1983, anida la absoluta certeza de que la democracia se constituye en el más eficaz sistema político e institucional, aunque deba sufrir en el presente enormes penurias que en un alto grado emergen como resultado de sucesivos gobiernos que han sido ineficaces, ya sea por acción u omisión, que no enfrentaron ni resolvieron los problemas que aquejan a una significativa franja de la población y, a su vez, esa sociedad debiera asumir la responsabilidad de no otorgarle un ´cheque en blanco’ a aquellos que actúan de arrebato y presentan su proyecto político bajo una disyuntiva de hierro de que todo es ‘blanco’ o ‘negro’ y, naturalmente, declaman estar del lado de esa extrema blancura y ubican a quienes no piensan como ellos en todo en el otro extremo para imputarles que no desean que el país encuentre una sólido trayecto hacia el progreso y bienestar.
Hay una sociedad que está harta de las promesas incumplidas y reclama, con justa razón, que quienes ejercen la función pública en el más alto nivel respeten el valor de la palabra y tengan rectitud en los procederes en el ejercicio de la conducción del Estado. Eso aún está pendiente y la ciudadanía resulta un ‘actor’ preponderante para que ello exista y, a la vez, se requiere contar con instituciones republicanas que, con fortaleza, actúen frente a probables intentos de erosionar al sistema democrático. La ciudadanía debe asumir también su responsabilidad entonces.
Y así como exige a la dirigencia que actúe ajustada al imperio de la ley, también está compelida a hacerlo porque en la medida que todos internalicemos que los derechos de uno no están por encima de los de otro será factible vivir en una sociedad en que el respeto de un ciudadano por el otro se traduzca en civilizada convivencia y ello, por empezar, implica desterrar una conducta -que desde hace tiempo pretende imponerse- de concebir a aquel que piensa distinto al otro se convierte en un enemigo y también destinar a todos, sin escrúpulos, al ‘fango’ para pretender, por todos los medios, domesticar a la sociedad y procurar inducirla a creer que todos son los mismo y hacer que se rinda antes esos fanáticos predicadores de la anti-política. Esa historia ya es conocida.
En cada 30 de octubre, invariablemente, ante la relevancia que adquiere que el ejercicio de la función pública se lleve adelante custodiando el valor de la palabra empeñada y la rectitud en los procederes, la figura de Alfonsín aparece nítidamente. Ello sucede porque más allá que, desde la honestidad intelectual, pueda aún defenderse o criticarse aspectos de su gestión de aquel gobierno encabezado por el extinto líder radical, nadie duda en emparentar su figura con la epopeya que encarnó, hace 41 años, para sentar las bases de la vigencia del estado de derecho y la libertad. Pero, además, porque no está en debate el valor de su palabra y la rectitud de sus procederes tanto en la función pública como en la acción política que, antes y después, desplegó desde el llano.
Aquel 30 de octubre de 1983 de hace 41 años
Las crónicas periodísticas, los registros audiovisuales con el advenimiento de las nuevas tecnologías y el ejercicio de memoria de quienes vivieron ese 30 de octubre de 1983 sirven para reconstruir y reflejar, aunque sea en parte, esa memorable jornada que para muchos argentinos, en ese entonces, comenzó muy temprano. Difícilmente no será posible imaginar o, al menos, presumir con alto grado de certeza, que en miles y miles de hogares en todo el país, ese día, más de un ciudadano –incluso hasta quizás en la noche del sábado 29 de octubre- hombres maduros o bien las mujeres y los jóvenes –que en muchos casos votaban por primera vez- tenían preparado un traje o bien un saco y pantalón de elegante sport o, en el caso de las damas un bello vestido para lucir y, a la hora elegida con la ansiedad del momento, concurrir cada uno por su lado o en familia a las escuelas en la que debían sufragar para, luego, iniciar la tensa espera por los resultados de la elección en una disputa que, todos sabían, estaba planteaba en un ‘mano a mano’ entre las dos fuerzas políticas mayoritarias y sus candidatos a Presidente y Vice: La UCR con Raúl Alfonsín-Víctor Martínez y el Partido Justicialista que postulaba la fórmula Ítalo Luder-Deolindo Felipe Bittel.
Por cierto, Alfonsín y Luder no eran los únicos candidatos presidenciales con los que los ciudadanos habrían de encontrarse en el cuarto oscuro pero, entre ellos, quedó planteada esa disputa. En aquellas elecciones también se presentaron los binomios integrados por Oscar Alende-Lisandro Viale (Partido Intransigente); Rogelio Frigerio-Antonio Salonia (Movimiento de Integración y Desarrollo-MID); Álvaro Alosagaray-Jorge Salvador Oria (Unión del Centro Democrático-UCD); Rafael Martínez Raymonda-René Balestra (Partido Demócrata Progresista); Francisco Manrique-Guillermo Belgrano Rawson (Partido Federal); Francisco Cerro-Arturo Ponsati (Partido Demócrata Cristiano); Luis Zamora-Silvia Susana Díaz (Movimiento al Socialismo-MAS); Guillermo Estévez Boero-Edgardo Rossi (Partido Socialista Popular); Jorge Abelardo Ramos-Elisa Margarita Colombo (Frente de Izquierda Popular-FIP) y Gregorio Flores-Catalina Guagnini (Partido Obrero-PO). Y naturalmente, además, cada una llevaba a los candidatos a gobernador en las provincias y a cargos electivos en el orden legislativo en todos los niveles.
Aquel domingo, excepto algún local cuyo dueño se arriesgaba a una clausura en caso de que fuese detectado por alguna autoridad policial atendiendo al público –el cliente sólo podría adquirir, en todo caso, atados de cigarrillos o golosinas- los comercios estuvieron cerrados ante la vigencia de la veda política. La otra excepción fueron los kioscos de diarios que, por cierto, estuvieron abiertos algunas horas en la mañana del domingo ya que los ‘canillitas’ también debían hacerse del tiempo para ir a votar y en todo el país las ediciones de los matutinos duraron en exhibición algunas horas. Todo aquel que en el bolsillo tenía algún peso se llevaba al menos un ejemplar.
Los canales de televisión y las distintas emisoras radiales, que desde al menos una hora antes del inicio de los comicios –que se celebrarían de 08:00 a 18:00- comenzaron a poner al aire emisiones especiales y emergían como únicos medios con los que contaba la población para conocer lo que ocurriría en aquella jornada electoral y, naturalmente, el vehículo para saber los resultados del escrutinio provisorio cuando llegara la noche. Nadie podía presagiar a qué hora se confirmaría un resultado.
Alfonsín, quien hacia el final de la noche de ese domingo, quedaría consagrado como Presidente electo, alrededor de las 8:30, en la Escuela Municipal No. 1 Juan Galo de Lavalle de su ciudad natal, Chascomús, –desde ese día siempre votó en ese establecimiento- llegó a ese lugar en medio de la expectativa de vecinos y, por supuesto, de un enjambre de periodistas de todos los medios locales, provinciales y nacionales. El candidato radical se acercó a la mesa y estrechó su diestra con la de cada una de sus autoridades así como la de los fiscales. La ansiedad de la prensa por obtener su testimonio lo obligó a hacer, en ese mismo momento, un par de comentarios mientras, como correspondía, el presidente de la mesa certificaba los datos de la Libreta de Enrolamiento del líder radical con los que figuraban en el padrón.
“Estamos muy emocionados aquí cumpliendo nuestro deber cívico en medio de la calidez de todos mis amigos que me han acompañado permanentemente en el día de ayer y hoy”, fue la primera frase que soltó Alfonsín ante la requisitoria de uno de los cronistas de un canal de televisión. Por cierto todos se encimaban con sus voces con una consulta tras otra y al candidato radical se le escuchó responder alguna de ellas. “Aclamado no. Saludado diría”, apuntó y corrigió, con tono gentil, a un cronista que le hacía notar que estaba siendo aclamado por aquellos parroquianos que lo había visto nacer y crecer en Chascomús. Otro quiso saber cómo se había sentido en las últimas horas: “Bueno, desde luego, muy acompañado, con mucha alegría, emocionado por tantas muestras de solidaridad”.
Ese diálogo con los periodistas que en algunos casos se empujaban unos a otros para acercarse a Alfonsín como otro tanto ocurría entre os fotógrafos de los medios gráficos que pugnaban por lograr el mejor ángulo para alzarse con la ‘instantánea’ se cortó cuando el presidente de mesa, José Álvarez –según consigna una crónica periodística- se puso de pie, le entregó el sobre al candidato de la UCR y le hizo algún comentario, acercándose al oído, para orientarlo y poder divisar, en medio del gentío, la puerta del cuarto oscuro al que debía dirigirse para cumplimentar el primero de los pasos para emitir el voto. Sólo una fracción de segundos, quizás no más de un minuto, fue lo que el radical demoró en salir del aula y acercarse a la urna para introducir el sufragio en medio de renovados empellones entre los reporteros gráficos y un espontáneo aplauso de quienes lo rodeaban.
Alfonsín volvió a saludar a las autoridades de la mesa y a los seis fiscales y respondió una vez más algunas consultas periodísticas. “Comenzamos cien años de paz y de democracia en la Argentina”, dijo y luego, tras serle requerida su opinión acerca de lo que estaba aconteciendo ese día en el país, el candidato presidencial de la UCR respondió: “Es importantísimo. Hoy es un día en el que recuperamos nuestros derechos”.
De regreso a su casa, Alfonsín y su familia se trasladaron en varios automóviles a una casa-quinta situada en el partido bonaerense de San Isidro, propiedad de un correligionario y amigo, Alfredo Odorisi –narra, en su extraordinaria crónica publicada en la edición del lunes 31 de octubre por el diario Clarín, el recordado periodista, Carlos Quirós, uno de los pocos hombres de la prensa que tuvo acceso a la intimidad de esas horas del candidato radical en ese histórico domingo de hace 41 años.
En ese artículo, Quirós da cuenta que, tras un almuerzo con su familia, aquel hombre que ligaba desde muy joven su vida a la política y al radicalismo, se entregó a una siesta que, quizás, sólo le haya servido para mitigar, tan sólo ínfimamente el cansancio que su cuerpo acumulaba tras una campaña agotadora y –apunta- que una especie de ‘reloj interno’ le habrá indicado que habían culminado los comicios “y apareció en el parque distendido”, cuenta el recordado redactor de Clarín. Alfonsín le había puesto fin a un descanso de tan sólo tres horas.
Alfonsín sólo estaba acompañado por su esposa, María Lorenza Barreneche, los hijos de ambos, nietos, nueras y yernos, más algunas de sus entonces más cercanas espadas políticas como Bernardo Grinspun, Germán López, Roque Carranza, Edison Otero, Aldo Neri y Emilio Gibaja, a quienes se había sumado el actor Luis Brandoni, además de su histórica secretaria, Margarita Ronco. Todos estaban en el austero living comedor de la casa en Chascomús –de la que por cierto a no propietario- y, cuando los relojes marcaban que hacía un buen rato se habían cerrado los comicios, el candidato caminaba afuera del casco de la vivienda y su gesto corporal tanto como su rostro irradiaban una serenidad conmovedora en contraste con la ansiedad del resto de quienes estaban allí y lo acompañaban en esas horas marcadas por la ansiedad y la expectativa. A cada dato sobre el recuento de votos provisorio que le acercaban sólo esbozaba una sonrisa o le guiñaba un ojo al portador de esa información.
Las crónicas periodísticas de la época –reproducidas en actuales portales digitales- reflejan el momento de la votación de Luder, quien tras emitir su voto se refugió en su domicilio junto a su familia para, luego, recluirse desde las 18 en oficinas del edificio, situado en Reconquista 1016, en pleno centro porteño donde funcionaba su propio comando electoral. Allí estuvo hasta que se irían conociendo los resultados del escrutinio provisorio de los comicios que con el correr de las horas lo ubicaban frente a una derrota a manos de Alfonsín que conmovía a aquel peronismo cuya dirigencia se jactaba de que el movimiento creado por Juan Domingo Perón era invencible.
Alfonsín eligió caminar en la tarde por aquel césped de la quinta de San Isidro con una de sus hijas, Marcela. Ambos abrazados con inocultable amor deambularon lentamente casi disfrutando ese momento de intimidad entre padre e hija. Una foto fue publicada días después en un medio de prensa se ubicó, con los años, en la galería de instantáneas que pueden encontrarse en internet. La imagen emociona más allá de las circunstancias que rodeaban el momento que ambos compartían ese domingo.
Al cerrarse el horario de votación, en cada escuela del país los fiscales de cada fuerza política se enfrascaban en el recuento provisorio y tras concluir la labor las autoridades de mesa entregaban las urnas que en su interior guardaban las actas con el resultado, los votos emitidos y todo el resto de la documentación a las autoridad judicial electoral y un armazón construido en cada jurisdicción a velocidad crucero, ya que no existían los jugados electorales como en el presente, llevaba esa información por las vías establecidas al centro de cómputos oficial que, por supuesto, estaba bajo control del gobierno de facto.
La atención de la población estuvo puesta en lo que ocurría en cada rincón del país aquel domingo con el desarrollo en las elecciones y podría decirse, sin exageración alguna, que la Argentina quedó ‘paralizada’ a partir de las seis de la tarde. Los comicios se cerraron y empezó la ‘eterna’ espera por conocer los resultados. Cuando ya habían transcurrido más de tres horas de concluida la votación comenzaron a surgir reclamos de parte de distintas fuerzas políticas –en especial de la UCR y del PJ- ante la lentitud con que se difundía la información del escrutinio provisorio.
La noche del domingo había caído y Alfonsín hacía gala de una paciencia extraordinaria que claramente contrastaba con la excitación de aquellos correligionarios que en esa quinta de San Isidro lo rodeaban y que, por momentos, contagiaban su estado de ánimo a la familia del candidato radical que, de pronto, se sentó a la mesa para disfrutar de un menú frugal. Después se recostó en una cama matrimonial de la habituación principal de la finca y compartió muy breves comentarios con sus ‘espadas políticas’. Con ellos volvió a revisar los datos que difundían, a cuenta gotas, las emisoras de radio y los canales de televisión y optó una vez más por aguardar mayores precisiones en torno a los resultados preliminares oficiales.
Mientras tanto, Ítalo Luder se mantenía en su oficina y unos pocos colaboradores lo rodeaban sin que nadie se atreviera a hacer comentario alguno acerca de las informaciones que se conocían. La ‘primera línea’ de la dirigencia del peronismo prefería argumentar que se había establecido un clima confuso con lo cual ello servía para no empezar a admitir que las tendencias se encaminaban, en un marco extremadamente lento en la difusión de los datos oficiales del escrutinio provisorio, a ubicar al radical Alfonsín como claro ganador. Pero la noche había caído y aquello que era desconcierto iría transformándose en certeza. El radicalismo estaba asestándole un durísimo golpe político en las urnas al presunto invencible peronismo. La entonces cúpula justicialista comenzaba a quedar bautizada como ‘los mariscales de la derrota’.
Con Alfonsín aún en el interior de la casa-quinta de San Isidro, en plena noche, los radicales en todo el país ya se volcaban a las calles para celebrar la victoria. La euforia ganaba paseos públicos, avenidas, calles, comités. Los hombres y las mujeres, los jóvenes y criaturas, se calzaban con fervor desbordante una ‘boina blanca’, se hacían de una bandera argentina o radicales, o bien de ambas y las caravanas de automóviles, con bocinazos hacían que el festejo fuera ensordecedor y desbordante en una escena que se repetía en toda la geografía del país.
Cuando los relojes marcaban las 22.30 del domingo Alfonsín no rompió el silencio pero les ofrendó a quienes lo rodeaban un gesto más que elocuente para dar por acreditado que sentía que había triunfado en las elecciones y aún, en su mesura de siempre, dejó que todos los que lo acompañaban pudieran verlo guiñar un ojo y, con ello, todos entendieron y las risas retumbaron en aquel lugar algo lejano al bullicio que inundaba el país con los festejos de los radicales.
Un rato después, Alfonsín encaró los movimientos propios de su personalidad. Nada lo apartaría y tras un baño reparador se enfundó en un traje gris que combinó con una camisa blanca y una corbata de tono azulino. No hizo falta que nadie le preguntara que haría porque todos daban por seguro que su siguiente paso sería ir al Comité Nacional del radicalismo para ofrendarle a sus correligionarios la victoria que sabía que había sido posible, precisamente, porque su partido era el soporte fundamental de un triunfo del que no se sentía dueño porque ese hombre tuvo siempre in pectore una máxima de sus correligionarios: “No hay nada ni nadie que en el partido esté por encima de la Unión Cívica Radical”.
Aún así, Alfonsín esa noche y en los años que sobrevendrían haría que los radicales y quienes no lo eran comprendiesen que por encima de cualquier pertenencia ideológica o partidaria política no había nada más importante que la democracia. Hace 40 años que en la Argentina logró recuperarla y ningún hombre o mujer de bien podrá creer que puede cometer la osadía de ponerla en riesgo. Si ello lo intenta la propia sociedad sabrá cómo hacer que retroceda y lo hará en el exacto lugar en que debe hacerlo: en las urnas.
Alfonsín emprendió a bordo de un automóvil, al que lo seguían otros en los se trasladaban sus más cercanos correligionarios que habían compartido la jornada con él, y en el trayecto observaba a los radicales y, por cierto, a otros que quizás no lo eran entregados a una celebración enloquecida en medio del tránsito, en la calle, desde las casas y edificios. La marcha rauda de aquellos vehículos y el fervor que envolvía a la militancia radical, naturalmente, les impedía advertir que en esa suerte de caravana iba, dentro de uno de los vehículos, ese hombre convertido en futuro Presidente por la voluntad popular.
El candidato radical llegó a la sede de Alsina 1786 y su ingreso fue algo tumultuoso ante la casi incontenible algarabía de los radicales que, de todos modos, le fueron abriendo paso con un cordón humano mientras Alfonsín respondía gentil el saludo de uno u otro correligionario. El griterío era ensordecedor en el hall del Comité Nacional de la UCR en cuyo tercer piso ya estaban la casi totalidad de los principales dirigentes partidarios que, por supuesto, saludaron efusivamente al electo Presidente.
Hubo una breve conferencia de prensa en la que Alfonsín pudo responder sólo un par de consultas de los periodistas que desordenadamente se encimaban a la hora de hacer sus preguntas en tanto el salón estaba atestado de militantes que con sus gritos y exclamaciones impedían que el diálogo con la prensa fuese posible. El candidato pidió reiteradamente silencio pero era imposible la charla. Alfonsín, casi en el final del ese domingo, junto a su correligionario Víctor Martínez, le puso el broche de oro a la histórica jornada.
Salió al estrecho balcón de la sede radical de Alsina al 1700 en el que se apiñaban otros dirigentes radicales y la muchedumbre que ocupaba esa arteria y cortaba la Avenida Entre Ríos estalló en una ovación. Alfonsín habló por primera vez como Presidente electo ante una enfervorizada muchedumbre que se había concentrado allí, que saltaba, gritaba, coreaba “Alfonsín…, Alfonsín…” y en medio de esa a abigarrada multitud las ambulancias y paramédicos debían abrirse paso, incluso el propio líder radical se encargaba de solicitar a quienes lo aclamaban que ayudaran para que la asistencia llegara a quienes eran sorprendidos por una baja abrupta de presión y sufrían un momentáneo desmayo.
Fue por ese motivo que Alfonsín interrumpió varias veces su alocución. Entre algunos de los pasajes de ese mensaje el Presidente electo dijo hace 40 años: “Este día debe ser reconocido por los argentinos como el día de todos”, y como para dejar en claro que la democracia debía ser una construcción colectiva de la sociedad argentina Alfonsín expresó también: “Acá hemos ido a una elección; hemos ganado pero no hemos derrotado a nadie porque todos hemos recuperado nuestros derechos”.
El comienzo de la epopeya democrática cumple hoy 41 años, se inició un día como hoy pero de 1983 y la recuperación de la democracia quedó emparentado indisolublemente con la figura del extinto líder de la UCR, Raúl Ricardo Alfonsín. Hay un grito que sale de las entrañas del pueblo que ese día fue a las urnas y sentenció. ¡Democracia para siempre!