El primer debate político televisado de la naciente democracia se realizó el jueves 15 de noviembre de 1984, en los días previos a la consulta popular no vinculante que cerró definitivamente el diferendo limítrofe por el Canal de Beagle con Chile.
En febrero de 1983, el aún precandidato presidencial, Raúl Alfonsín, intercambió un breve saludo con el Papa Juan Pablo II en la Santa Sede, y asumió el compromiso de suscribir el laudo arbitral vaticano que ponía fin a la disputa territorial que casi desata una guerra entre Chile y Argentina en 1978.
Ese jueves desde las 21, diez días antes de la realización del plebiscito, en el estudio D del canal 13, el canciller Dante Caputo, y el titular del bloque de senadores peronista, Vicente Leónides Saadi, se enfrentaron bajo la atenta mirada del conductor, Bernardo Neustadt. ATC (actual TV Pública) sumó el debate a su pantalla, y así fueron dos los canales que lo emitieron a la vez.
Finalmente, Neustadt lograba consumar su anhelo, tener un debate en la televisión. No había podido torcer la tozudez de los equipos de campaña del radicalismo y el peronismo, que desistieron del cruce en octubre de 1983.
El ministro era uno de los hombres que había pateado el avispero de los veteranos de la política. Caputo juró con 40 años recién cumplidos, un politólogo –rara avis por aquellos días- formado académicamente en el extranjero. Alfonsín lo había incorporado para darle robustez a su discurso, y su debut lo había hecho con el libro La cuestión argentina, editado en 1980, para el cincuenta aniversario del golpe a Hipólito Yrigoyen.
El imitador estrella del canal 9, Mario Sapag, lo eligió como uno de sus caballitos de batalla. La popularidad de Caputo se disparó, y la revista Humor llegó a modelar una tapa con la “Capureta” de carnaval (una careta para recortar). Y para la revista Redacción era “el hombre del año”.
Lo enfrentó un Saadi, ya septuagenario, que brindaba cobertura a los cuadros montoneros bajo el sello partidario Intransigencia y Movilización Peronista; y tenía bajo el puño de Ángel Luque, el diario La Voz, que tuvo una efímera vida entre 1982 y 1985.
El peronismo aún no había podido despertarse de la derrota del 83 y llamó a la abstención o el voto negativo. Detrás de los marcos gruesos de sus anteojos, Saadi era un sobreviviente, el pelo engominado, su tono de voz aguda, sus gritos e interrupciones le jugaron una mala pasada. Acusó al canciller de “traidor a la patria”, y dejó dos frases que signaron su vida: “Las nubes de Úbeda” y “basta de cháchara”. Hoy serían carne de memes.
“Saadi es el mejor abogado de la Cancillería“, retrucó con tono jactancioso el ministro, y la risa se generalizó en el estudio. Detrás de cámara, el presidente del bloque oficialista en Diputados, César Jaroslavsky; el vocero presidencial, José Ignacio López; el asesor presidencial, David Ratto; y una joven funcionaria de carrera, Susana Ruiz Cerutti, fueron sus acompañantes.
El canciller apeló a su tono académico y sobrio, respetó los tiempos acordados y habló con su mirada puesta en la cámara. Prolijamente, mapas y carpetas lo acompañaron en su exposición. “Tuvo el aplomo de hablar como hombre de Estado”, dijo de él una de las coberturas periodísticas. Tenía una ventaja, el “sí” de su lado; allí, el mix era la buena imagen de Alfonsín, la paz y la respuesta antibélica a la dictadura trasandina.
“¿Por qué será? Los fachos quieren guerra. ¿Por qué será que no quieren la paz? Será que son amigos de Videla, de Massera, de Menéndez y de Camps...”, cantaban los jóvenes más entusiastas con el ritmo pegadizo de Alberto Cortez en “Castillos en el aire”. “Mazorca, mazorca, Caputo a la horca”, replicaban desde la extrema derecha.
Mientras, el secretario del Consejo Nacional Justicialista y diputado nacional, Rodolfo Fito Ponce (jefe de la Triple A en Bahía Blanca en los 70), amenazaba a la disidencia peronista que elegía acompañar la propuesta papal. Allí estaban desde la expresidenta Isabel Perón; el gobernador riojano, Carlos Menem; el intendente lomense, Eduardo Duhalde; hasta los gremialistas, Víctor de Gennaro (ATE) y José Rodríguez (SMATA), entre otros.
Dos horas y media duró el debate que no solo enfrentó posiciones. Esa noche de primavera quedó claro que había dos naciones en juego, una que venía con el futuro en la frente y el pelo suelto; otra, que, a los gritos, se resistía a irse. Algo estaba roto entre ese peronismo y la sociedad que quería democracia. Algo había cambiado y se reflejaba en la pantalla.
Medio millón de hogares miraban la tira diaria Amo y señor, en los mediodías del 9, que nunca bajaba de los veinticinco puntos. Arnaldo André y Luisa Kuliok eran las figuras estelares de la polémica novela insignia de la emisora de Alejandro Romay. La española Anillos de oro, la serie de trece capítulos con Ana Diosdado e Imanol Arias marcaba el contrapunto. Y el duro informe Nunca Más era uno de los libros que arreciaba en ventas en ese noviembre. Los medios estaban revolucionados por la vuelta a escena de Jacobo Timerman, ahora al frente de La Razón.
El “sí” unió a los radicales con la mayoría de las organizaciones políticas y los partidos latinoamericanos que se sumaron en el marco de los procesos de recuperación democrática que avanzaban en la región. Y tuvo su cierre de campaña multitudinario en el estadio de Vélez Sarsfield, con la música del conjunto chileno Los Jaivas; la celebrada presencia del ministro de Cultura nicaragüense, Ernesto Cardenal; la palabra de dirigentes de otros partidos, entre ellos, el comunista Fernando Nadra; el discurso del venezolano Rafael Caldera, en nombre de las naciones latinoamericanas y el cierre a cargo del presidente Alfonsín.
El no y la abstención reunió al peronismo orgánico con el FIP, el trotskismo del MAS y el PO, el masserismo del Partido para la Democracia Social, y el rosista Movimiento Nacionalista de Restauración. Junto a ellos, algunas de las principales figuras del elenco militar que quedaban en pie, Roberto M. Levingston, Juan Carlos Onganía, e Isaac Rojas.
Si bien no fue obligatoria, más del setenta por ciento de la población concurrió a votar, y más del ochenta y dos por ciento acompañó la aprobación del Tratado de Paz y Amistad con Chile. El primer presidente de la democracia recuperada ganó oxígeno. Con el correr de los años, confesó que había sido su propia madre, Ana María Foulkes, quien le dijo que haber sellado la paz con Chile había resultado su mayor logro de gobierno.
“Debemos mirar con orgullo y esperanza lo mucho que han progresado las relaciones entre la Argentina y Chile a lo largo de más de dos décadas, alcanzando niveles insospechados de confianza mutua y cooperación. La inmensa cordillera se ha transformado en un nudo de unión, desde donde podemos mirar ilusionados el horizonte, que nos anuncia un futuro mejor”, sostuvo Alfonsín, ya en sus últimos días, al cumplirse los treinta años del inicio de la mediación papal.
Publicado en Clarín el 15 de noviembre de 2024.
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