Un 3 de mayo, de hace 39 años, Margaret Thatcher, líder del Partido Conservador británico, fue elegida primer ministro del Reino Unido. La “dama de hierro” se ganó su apodo a fuerza de enfrentar a los duros sindicatos mineros, a defender los intereses británicos frente a Europa, al IRA, a fustigar a la entonces Unión Soviética y –lo que nos toca de cerca– a castigar la osadía de un gobierno militar decadente que había ocupado de facto –como no podía ser de otro modo– las islas Malvinas.
Nacida en un hogar modesto como Margaret Hilda Roberts, estudió en un colegio secundario público y consiguió entrar en la Universidad de Oxford, donde estudió Química, profesión a la que le dedicaría cuatro años como investigadora. Su marido –el señor Thatcher– la convenció de actuar en política, por lo que estudió Derecho y se graduó como abogada en 1954. Hizo toda su carrera en el partido conservador, desde 1959 cuando fue elegida diputada por la circunscripción londinense de Finchley hasta morar en el 10 de Downing Street, residencia de los primeros ministros.
Su llegada al poder supuso una completa transformación del Reino Unido al apoyar la privatización de industrias estatales y el transporte público; reformar los sindicatos, a los que prácticamente despojó de poder, la reducción de los impuestos y del gasto público y la flexibilidad laboral. Las medidas pronto consiguieron rebajar una inflación que parecía no tener freno, pero tuvieron un alto costo social, sobre todo el aumento del desempleo.
La euforia inicial por su llegada al poder se transformó pronto en frustración, a tal punto que los sondeos presagiaban la derrota de Thatcher en las elecciones generales de 1983.Sin embargo, la inesperada ocupación de las islas Malvinas por parte de los militares argentinos el 2 de abril de 1982 cambió el rumbo de la historia. El triunfo bélico de los británicos en junio de ese año selló su victoria en las generales de 1983.
Con ese triunfo vendrían los años duros de Thatcher. Inició la privatización del sistema sanitario inglés, primero con los servicios logísticos de los hospitales tales como lavandería, limpieza y cocina. Después se privatizaron los hospitales por completo. No abandonó el congreso anual de su partido en Brighton cuando el IRA hizo estallar una bomba en el hotel donde se celebraba; enfrentó a los mineros, a los que derrotó en 1985, después de un año de huelgas y represiones por el cierre de las minas de carbón.
La pobreza aumentó con Thatcher. Según cifras del Instituto de Estudios Fiscales, en 1979, el 13,4 por ciento de la población vivía por debajo del 60 por ciento de la mediana de ingresos antes de los costos de la vivienda. Para 1990, había aumentado a 22.2 por ciento, o 12.2 millones de personas. Con esto aumento la desigualdad. Esto muestra el coeficiente de Gini, que es el método más común para medir la desigualdad. Bajo gini, una puntuación de uno sería una sociedad completamente desigual; cero sería completamente igual. El puntaje de gini de Gran Bretaña subió de 0.253 a 0.339 cuando Thatcher renunció.
También marcaron los años de Thatcher su fuerte alianza con el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y su oposición al comunismo –con entusiasmo sólo comparable al de Karol Wojtyla– aunque se dejó seducir por el carisma del reformador soviético Mijail Gorbachov.
Su declive llegó a finales de los 80 con su impopular “poll-tax” (impuesto de capitación), un impuesto municipal regresivo cuyo incumplimiento se castigaba con la pérdida del derecho al sufragio, además de su continua intransigencia sobre la integración europea. Su caída por el controvertido impuesto – que fue resistido en la calle con saqueos y revueltas – no vino de la mano del votante, sino de su propio partido, y del sistema parlamentario que el 22 de noviembre de 1990 le quitó su apoyo. Falleció en 2013, sin haber visto el Brexit del que algunos aseguran nunca hubiera votado.