Empujado por el contexto mundial y las demandas de las jóvenes generaciones de cubanos, el gobierno cubano cambia de presidente para enfrentar cambios que son impostergables. Serán a su modo y al son de su ritmo.
Miguel Díaz-Canel es miembro del Partido Comunista. Con 57 años es el mejor producto del núcleo castrense revolucionario cubano. Sin embargo no luce uniforme, porque Díaz Canel es ingeniero eléctrico, de necesario perfil bajo para no eclipsar a Raúl Castro ni despertar sospechas en su entorno palaciego. Se desenvuelve con un iPad y un iPhone en forma permanente. Pero detrás de ese cambio de apariencia sigue siendo parte del régimen de los hermanos Castro, régimen del que ha pasado por todos sus peldaños.
Durante tres años, Díaz-Canel se desempeñó como oficial militar en la defensa misilística aérea. Realizó un importante servicio en la Nicaragua revolucionaria en la década de 1980 y más tarde enseñó en una universidad regional. Su carrera política comenzó en 1987 en la organización de Jóvenes Comunistas, donde impresionó a los ancianos del partido. Dos años más tarde fue recompensado con un asiento en el Comité Central del partido, el gran campo de pruebas políticas del que se elige el poderoso Politburó.
En 1994, en plena Crisis, el ahora nuevo presidente de Cuba, comenzó una extensa gira como secretario del partido en Villa Clara, su provincia natal en el centro de la isla. Fue durante este período de crisis económica y social, cuando, según Nikolai Leonov, amigo y biógrafo ruso de Raúl Castro, “la capacidad de los líderes se puso a prueba”.
En 2003 se trasladó a la provincia oriental de Holguín –dónde nacieron los Castro– más grande, económicamente muy importante, como secretaria del partido. También fue elevado ese año al Politburó como su miembro más joven. En un discurso en el que presentó a Díaz-Canel, Raúl Castro lo elogió “por su trabajo tenaz y sistemático, su espíritu crítico y su conexión constante con las masas… y su sólida firmeza ideológica”.
Agregando la experiencia del gobierno a su perfil impresionante del partido, Díaz-Canel sirvió concurrentemente como ministro de educación superior de 2009 a 2012. Y en ese último año fue llevado a la vicepresidencia.
La constitución de Cuba establece que la autoridad final recae en el comité central del partido y el Politburó de 17 miembros. Raúl, que cumplirá 87 años en junio, sigue siendo el primer secretario del partido. Su viejo amigo, José Ramón Machado Ventura, de 87 años, es el segundo secretario. Díaz-Canel ocupa el tercer lugar en esa jerarquía, a corto plazo, deberá complacer a la vieja guardia y mantener su apoyo.
Salvo un shock desestabilizador como la muerte repentina de Raúl o el cese del apoyo económico venezolano, Díaz-Canel probablemente disfrutará de un período de luna de miel con el respaldo relativamente unido de las elites cubanas.
Él sabe que pronto debe comenzar a mostrar resultados, especialmente para las inquietas generaciones más jóvenes de Cuba que –nacidas después de la revolución– se resisten a la glorificación incesante de un régimen que es machacón con su pasado. Un reclamo de esos jóvenes es el mayor acceso a Internet y más libertad de expresión artística. Es probable que haya avances en estos campos, pero difícilmente se reforme el sistema político.
El mayor desafío reside en el campo económico. Díaz-Canel ha heredado una serie de problemas muy complejos y también debe lidiar con una clase de liderazgo dividida por disputas entre reformadores económicos e intransigentes marxistas de la vieja guardia. Los temas más divisivos se relacionan con la cantidad de riqueza que los cubanos del sector privado deberían acumular.
Durante la presidencia de diez años de Raúl, se otorgaron licencias a casi 600.000 pequeños comerciantes de servicios. Abrieron peluquerías, administraron pequeños electrodomésticos y establecieron puestos de venta en la calle, y muchos se convirtieron en empresarios exitosos. La aparición de esta nueva clase de cubanos relativamente ricos ha dividido a los líderes, puesto que es evidente que ya han generado un incipiente mercado de trabajo de base capitalista. Diaz-Canel no muestra sus cartas porque es circunspecto, pero simpatiza por la apertura.
Las reformas de Raúl también impulsaron el sector turístico en auge. Las grandes cadenas internacionales siguen construyendo complejos hoteleros en sus hermosas playas con capitales españoles y rusos. Han surgido restaurantes privados, especialmente en La Habana, y las residencias privadas ahora pueden ser alquiladas por internet por turistas extranjeros. Como resultado, algunos cubanos han iniciado una “acumulación primitiva” considerable, tal como ilustra Mario Conde, el personaje inefable de Leonardo Padura, en su última novela.
Una agenda de reforma ejecutada con cautela, apoyada por Raúl podría comenzar a empujar a la economía a salir de su estancamiento. Confrontar a quienes se oponen a una mayor apertura y que temen a la inversión extranjera probablemente causará un tumulto que incluso podría dar lugar a manifestaciones intermitentes de disidencia. Pero con el apoyo del partido y los servicios uniformados, Diaz-Canel probablemente resulte ser una opción confiable como sucesor del reinado de casi 60 años de los Castro. Sea cual fuere la estrategia, extraordinariamente, Cuba sigue siendo soberana en sus decisiones, a las barbas del poder.