viernes 26 de abril de 2024
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Con Trump llega la Edad Oscura

Un voto desesperado. Nadie imaginaba que hubiera tantos norteamericanos humillados, ofendidos, enojados, capaces de votar a Trump. Los que no tienen nada que perder derrotaron a los Estados Unidos de la creatividad. El pueblo sepulta dos largos siglos de los valores que enorgullecían a la sociedad que marca rumbos desde el siglo XVIII.

Un ícono de la competencia sin reglas llega al poder  plebiscitado por las víctimas de la globalización. Uno de las tantos sinrazones. Trump fue votado, sobre todo, por los vencidos en la competencia real, cotidiana. Los obreros a quienes les prometieron una vida tranquila y segura si hacían bien su trabajo. Lo hicieron pero la fábrica cerró, o los despidió y la promesa se les escurrió de las manos.

La política, finalmente, es eso. La Gran Promesa.  La capacidad de convencer a la mayoría que alguien –una corriente, un partido, un candidato– tiene la llave de la solución a sus problemas. La democracia representativa, a fin de cuentas, consiste en elegir quién toma las decisiones. 

Devolvamos la América su grandeza. Era el eslogan. El meta-mensaje, naturalmente, dice otra cosa: Les devolveremos a ustedes los sueños que el establishment político les sacó.

“¿Quieren que Estados Unidos siga siendo gobernado por una clase política corrompida o por el pueblo?”, dijo Trump en su cierre en New Hampshire.

Hillary, La Política, acaba de ser derrotado por Trump, El Empresario. Como venimos insistiendo, los políticos son repudiados por no poder limites al capital y, como resultado, ¡el capital termina siendo plebiscitado para hacer lo que le venga en gana!

Estados Unidos se repliega sobre sí mismo. Los especuladores que desparramaron penurias, zozobra y angustia no serán castigados. Uno de ellos será presidente del principal país de la tierra.

El pueblo norteamericano,  uno de los fundadores de la democracia moderna, acaba de enterrar un sistema de reglas. Falta saber si lo sucederá por otro nuevo.  O por ninguno, con la arbitrariedad al mando.

Una catástrofe para los latinos. También perdieron las mujeres. Los norteamericanos fueron capaces de votar a un hombre negro, como Obama, pero no a una mujer. ¿O habrá quedado condenada por aquella humillante ofensa que le asestó su esposo Bill cuando era presidente? Acaso haya que volver a ver Colores primarios, una excelente película con John Travolta y Emma Thompson. Evoca, con pocos afeites, la campaña electoral de los Clinton de 1993. En el film, la verdadera constructora de la carrera de Bill Clinton había sido Hillary. 

Un élan tormentoso

Cada líder pone su impronta. De diálogo y cooperación. O de odio y enfrentamiento.  Un élan de tolerancia frente a las diferencias y al Otro. O un ambiente enrarecido de sospechas, acusaciones  y falsas verdades. La escalada del conflicto.

Con las derechas xenófobas avanzando a paso redoblado por media Europa, con liderazgos más personales y menos institucionales en China y Rusia, con Europa crujiendo, la llegada de Trump al poder es la peor noticia.

El país que conduce las finanzas y la economía, el primero en investigación y desarrollo votó contra sus méritos. Los centros urbanos –los que están vinculados al mundo globalizado– votaron por Hillary. Los votos de Trump representan los sectores atados a la producción tradicional que están siendo devastados. Sectores sin empleos o con empleos precarios. Karl Marx diría que las antiguas clases sociales pelean sin esperanza contra el desarrollo de las fuerzas productivas.

Igual que en Gran Bretaña, las demasías del capitalismo globalizado le dieron la victoria a los sectores menos competitivos. Como en 1929, los pueblos empiezan a preferir cerrarse para no afrontar los riesgos –enormes, por otro lado– de una globalización sin alma.

Para peor, resalta la extraordinaria pobreza del team Trump, el equipo que compartía con su familia el palco de celebración, hace pocas horas. Habrá que ver cómo responden los staff civil y militar, la burocracia estable.

El Gran Miedo

El mundo retrocede. Llega la Edad Oscura.

Trump ha prometido mucho y, hasta dónde se puede ver, no parece haber condiciones materiales  favorables a cumplir las expectativas. ¿Cómo devolver a docenas de millones empleos que ya no son deseables ni competitivos?

Y cuando la desilusión llegue, ¿sus votantes se volverán contra él? ¿O aceptarán buscar culpables ajenos, como siempre hacen los populismos?

El choque de civilizaciones relatado por Huntington puede producir enfrentamientos intra-Estados Unidos. ¿Latinos contra anglosajones? ¿Católicos contra protestantes? ¿La ruralidad conservadora contra la ciudad cosmopolita? ¿Industriales contra banqueros? ¿Productores vs. consumidores?

Porque el populismo necesita adversarios, enemigos capaces de unificar al pueblo

El populismo en los países desarrollados es mucho más peligroso que en los arrabales. Para sostener lo insostenible, suele mirar golosamente el mapa, imaginar un rediseño del mundo, marchar hacia las fronteras y, si cabe, la guerra. Lo hicieron Mussolini y Hitler (y otros tantos dictadorzuelos europeos) y terminó con la mayor carnicería de la humanidad: la Segunda Guerra.  ¿No es para tanto? Seguramente. Pero…

El mundo corre peligro. Líderes enérgicos lejanos a la racionalidad conviven con políticos timoratos y con pueblos descontentos. Todo en el marco de relaciones de poder internas y externas que vienen siendo sometidas a tensiones fortísimas. Con un capital desbocado, que aumenta sus ganancias al tiempo que la desigualdad se hace más y más pronunciada.

La crisis flota en el aire. En el peor de los casos, evoca los comienzos del siglo XX, cuando potencias emergentes y tradicionales terminaron dirimiendo su hegemonía en los campos de batalla. Trump causará una crisis con China. ¿No acaba de decir que devolverá a territorio norteamericano los empleos que se llevó el vendaval asiático?

Si Trump cumple con su retirada de Europa, Putin se llenará la boca de jugos gástricos, como enseñaba su compatriota Pavlov. Pero si Rusia insiste en una política más agresiva, ¿Trump se cruzará de brazos diciendo No es mi problema?  Es más probable que choquen. Los hombres autoritarios que esperan jugar a escala mundial no toleran con facilidad los avances de otros sin sentir una amenaza a su propio poder.

El presidente electo anunció que enfrentará al Islam, a los banqueros, a la pérdida de empleos, al achicamiento de la industria tradicional, a la presencia china en todos los continentes. Va a cambiar dramáticamente las reglas del comercio y la globalización.

Si esto pasa, ¿qué harán los innovadores? ¿Y los inversores que consideran Estados Unidos el país más seguro del mundo?

Acaso Trump termine acelerando el paso del testimonio y convirtiendo a China –que aún no está preparada– en la garante de lo que quede de la globalización.

Los desastres de George W.

Cuando George W. Bush decidió atacar Afganistán e invadir Iraq desencadenó diversas catástrofes y cambios imprevisibles.

El más obvio, la resistencia árabe que terminó sustituyendo Al Qaeda por una organización aún peor, capaz de asesinatos a sangre fría a punta de cuchillo, de ataques suicidas, esclavitud de mujeres y convocatoria a una guerra santa mucho más allá de los límites que los propios seguidores de Osama Bin Laden traían. No es casual que el jefe del Califato Islámico –el autodesignado califa Abu Omar al Baghdadi– haya sido prisionero en las inaceptables cárceles clandestinas que desparramó Bush por el mundo.

Mientras Bush desestructuraba el frágil equilibrio en Medio Oriente, la América Latina comenzó a transitar el camino más negativo para la influencia económica, comercial, política y militar norteamericana.

China llegó con todo

La administración Bush (h) asestó a la presencia norteamericana el peor revés de su historia en el continente. Desde que Monroe pronunció su famosa doctrina en 1823, pocas veces los Estados Unidos sufrieron tamaño retroceso como el que experimentan en el siglo XXI. Por casi dos siglos, los intentos europeos –de Gran Bretaña, Francia, Alemania, luego la Unión Soviética–  fueron bloqueados sin demasiados contratiempos.

Pero mientras Bush, Cheney y Rumsfeld trataban de dividirse Irak y entregaban a contratistas privados las tareas de ocupación, la República Popular China se extendía por el continente americano como nadie lo había logrado antes, casi sin resistencias.

Según  datos de la Comisión Eco­nómica para América Latina y el Caribe (Cepal), China ya es el primer comprador de las exportaciones de Brasil y Chile, y el segundo de Perú, Cuba y Costa Rica. Además, es el tercer país entre los principales orígenes de las importaciones de la región.

La presencia china es fuerte en todo el continente: casi treinta mil millones de dólares durante el año pasado en créditos estatales. Según algunas cifras, un tercio para Braisl, otro tercio a Venezuela y 7.000 millones a Ecuador. China es el segundo socio comercial de la Argentina por delante de Estados Unidos y todos los países desarrollados. Sólo superada por Brasil.

“El comercio entre el país asiático y la región ha experimentado una expansión sin precedentes durante los últimos 15 años, multiplicándose 22 veces en este período”, reza un trabajo de OCDE/CEPAL/CAF (2015), “Perspectivas económicas de América Latina 2016: Hacia una nueva asociación con China”.

Sin hablar del canal que debate cavar en Nicaragua como alternativa a Panamá para unir el Pacífico con el Atlántico.

Los remedios de Obama

Con infinita paciencia, Obama comenzó a desmontar las bombas heredadas en el continente. Lo primero, el acuerdo con Cuba. Se sabe que los países latinoamericanos habitualmente han tratado de impedir la intromisión en asuntos internos. El Gran Garrote es una amenaza eterna. Por tanto, la no intervención integra una decisión de auto-preservación.  El bloqueo contra Cuba supone una amenaza potencial contra cualquiera. 

Obama detectó las diversas aristas. El bloqueo está mal visto, es negativo para la imagen norteamericana pero también para los negocios. Y, sobre todo, es un obstáculo para recuperar la confianza del continente. Obama no obstaculizó la última Asamblea de las Naciones Unidas. Todos los países del mundo se pronunciaron en contra del bloqueo a Cuba, con apenas dos abstenciones y sin votos en contra.

Con sabiduría y pragmatismo, Obama comenzó el proceso de reinserción de Cuba. Sabe, además, que los cubanos conservan influencia: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y algunas islas caribeñas acostumbran seguir sus inspiraciones en política exterior.

Lo mismo en Colombia. El proceso de paz en marcha –golpeado por el triunfo del No– sigue siendo un intento de desarmar la guerrilla más antigua y poderosa de Sudamérica.

Precisamente para evitar la percepción de intervencionismo, Obama decidió no actuar en Venezuela. Acaso la retórica chavista –que acusa sistemáticamente de desestabilización a Obama– ahora tenga una nueva ocasión de ver su patraña convertida en dramático peligro.

Desanudar viejos problemas para encontrar nuevas soluciones. El camino de Obama para reinsertar a Estados Unidos en la región y desafiar la vigorosa presencia de Pekín.

¿Y ahora qué?

¿Qué hará Trump?

¿Empezará la cacería de once millones de indocumentados mexicanos y centroamericanos? ¿Desempolvará la guerra de las drogas? ¿Intentará volver a poner un cordón sanitario sobre La Habana? 

¿Intervención por todos lados? ¿O dejará que pase lo que Dios quiera y olvidará al subcontinente, como el anterior presidente republicano? “Nadie piensa que América Latina sea una prioridad para el próximo presidente”, escribió Michael Shifter horas antes del comicio. Shifter preveía, en caso de una victoria de Trump, un “deterioro de la imagen de Estados Unidos en América latina”.

Trump ha anunciado que quiere renegociar el NAFTA con México y Canadá y el Acuerdo del Pacífico con países amistosos con Washington, como Chile y Perú.

Peligros para la Argentina

Cuando la Argentina decide retornar al mundo,  la capital de la globalización ha votado aislacionismo y retracción. 

Los riesgos, ahora, son enormes.

Las ventas ya no dependerán de ventajas comparativas ni de políticas proactivas, sino de la capacidad de lobby para enfrentar la tentación proteccionista, siempre latente en los norteamericanos y hoy revivida con una profundidad que parece no tener antecedentes.

El blanqueo, jugada clave ante la inminente cooperación mundial para detectar dinero negro podrá ser afectado seriamente si Trump cree que el capital no debe dar explicaciones y se cierra para conservar depósitos sin interesarle su origen legal o no. La Argentina puede no recuperar miles de millones que se quedarán en Estados Unidos, arrullados por la canción de Trump.

Una vez más, la Argentina estará obligada a replantear su inserción internacional y sus relaciones con el Hemisferio Norte, más allá de la siempre necesaria (y hoy indispensable) alianza intra-regional.

Para terminar: estuve el 29 de junio en un almuerzo que dos intelectuales –uno republicano, otro demócrata– dieron en el Banco Provincia al pasar por Buenos Aires. Daniel Fisk, director de Operaciones en el Instituto Nacional Republicano y miembro del Council on Foreign Relations, y el demócrata Petr Quilter, consejero en las campañas de Kerry y Obama y funcionario de la OEA.

Quedé con la sensación que venían para tranquilizar. Ambos presagiaron que el staff estatal, el régimen político, el aparato de las elites pondría en caja al propio Trump. No había que tener miedo. A  pesar de sus boutades, la elite no lo permitiría. Ojalá.

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