Hace aproximadamente un año, en un artículo publicado en Clarín, “Venezuela 2017 ¿Cerca de Dios y lejos de los Estados Unidos?”, me preguntaba si la crítica situación a la que había llegado el régimen político venezolano no ameritaba un esfuerzo multinacional y democrático para tratar que la crisis no barriera con toda la sociedad.
En el mismo señalaba algunas condiciones favorables para que el Papa enviara a un representante que pudiera escuchar y ser oído tanto por el gobierno como por las oposiciones y me atrevía a mencionar como posible enviado al actual Principal de los Jesuitas el venezolano Arturo Sosa Abascal.
Hasta donde alcanza mi entendedera nada semejante a esto sucedió. Más bien pareció desarrollarse un prolongado tiempo de silencio papal sobre el tema.
Voy a aventurar una “explicación” sobre el accionar de Francisco en relación al chavismo – movimiento éste apoyado en sus inicios claramente por los sectores populares– y su lamentable derivada autoritaria-madurista actual.
Cuando Francisco era Jorge Bergoglio, allá lejos pero no hace mucho tiempo, fue notoria y pública su relación con un cierto sector del peronismo y su buena voluntad hacia los movimientos nacional-populares latinoamericanos.
Como Papa no renegó en ningún momento de la misma y en el caso de Venezuela mantuvo una posición más bien parecida al apoyo que a la crítica. Creo que en buena medida su perspectiva era que no se perdieran los avances que se habían producido en las condiciones de vida de los sectores menos favorecidos, hasta entonces, de la sociedad venezolana.
Desde mi perspectiva esto no estaba nada mal. Ante la posibilidad cierta de una intervención foránea liderada por los Estados Unidos con la finalidad de reinstalar una democracia liberal y de paso el libre mercado, el apoyo expreso y militante de Francisco I a una salida “interna” no hubiera sido para nada despreciable.
Pero nos permitimos insistir en el hecho que en lugar de un accionar explícito en pos de una solución lo que llegó del Vaticano fue un sorprendente silencio. Si el Papa y sus asesores creyeron que en este caso el silencio y la inacción eran lo adecuado no tengo más remedio que señalar que se equivocaron.
Algo de esto puede percibirse, creo, en el último mensaje de Semana Santa del Papa en el que, entre otros temas, menciona la situación de Venezuela y pide una solución a la crisis humanitaria que la afecta.
Pero creo, también, que el señalamiento llega tarde.
El deterioro económico del régimen, el creciente uso de acciones socio-políticas autoritarias por parte del gobierno han sobrepasado los límites pensables. Por lo tanto, se hace cada vez más difícil argumentar en pro de una solución pactada que asegure, al menos en parte, los avances y mejoras que en algún momento alcanzaron a los sectores populares que son todavía, junto con los sectores militares, los principales apoyos del madurismo.
Pero como los demócratas tenemos que tener –por variadas razones de supervivencia– la cabeza dura nos permitimos insistir en una salida democrática, de apoyo multinacional no intervencionista y urgente a la situación venezolana.
El accionar internacional de la argentina sobre todo en este caso debería ser extremadamente cauto y doctrinario –recuerden el presidente Macri y sus asesores que la Doctrina no intervencionista debida a Drago en respuesta a la Doctrina imperialista de Monroe fue desarrollada por el diplomático argentino justamente en contra de la intervención armada de las grandes potencias para cobrar la deuda externa de Venezuela a principios del siglo XX–.
Un poco de cultura aplicada a la acción política no le hace mal a nadie y trae un beneficio muy importante.