El Estado moderno supone, entre otras cosas, el monopolio de la fuerza. Esto es, cada ciudadano acepta que el único agente legítimo del uso de la fuerza es el Estado a través de sus fuerzas de seguridad. Sin embargo, cada país tiene una cultura inscripta en una historia que determina el ejercicio de regulación del crimen por parte de sus fuerzas de seguridad. En casos extremos de anomia y pobreza institucional, las fuerzas de seguridad “son” el crimen organizado.
El debate sobre el accionar de la policía está vivo en todas partes y el fenómeno del terrorismo “solitario” reaviva el rol y el poder de las fuerzas. En el año 2017 la policía estadounidense mató a 1129 personas, una cuarta parte de ellas eran afrodescendientes, mucho si tenemos en cuenta que representan el 13 por ciento de la población total del país. A la vez que son el 25 por ciento de las víctimas mortales de la policía, los afroamericanos también son tres veces más propensos a ser asesinados que los blancos, según reveló el sitio web Mapping Police Violence. La iniciativa de construir este sitio, partió de un sector de la sociedad civil que percibió y comenzó a registrar el “gatillo fácil” de la policía de todos los Estados.
La brutalidad de la policía de EE.UU., sobre todo contra la comunidad afroamericana y otras minorías, ha convertido al país en escenario de masivas protestas, bajo el lema “Hands up” “Don’t shoot” y recibido las críticas de diversas organizaciones de derechos civiles.
Otro dato interesante que recoge el portal es que de las causas abiertas en 2015, el 99 por ciento de los casos favorecieron a los acusados de abuso, lo que indica el acuerdo entre el Poder Judicial con el accionar de la policía.
“Hoy es un día importante para recordarles que la violencia policial está lejos de terminar. Hoy publicamos un nuevo informe que revisa más de 1100 homicidios de la policía en 2017”, advirtió Brittany Packnett, una de las autoras del informe, en su cuenta de Twitter.
Como solución para reducir la incesante ola de abusos en los que los agentes están involucrados, el informe propone que los departamentos adopten ciertas políticas, como exigir protocolos que indiquen a los oficiales agotar todos los medios posibles antes de disparar o requerir que los efectivos denuncien todo uso indebido de la fuerza, entre otros.
Cruzando el Atlántico, para los británicos el debate es otro, en tanto que sólo el 4,4 por ciento de la policía británica porta armas, luego de pasar por una larga serie de exámenes y de entrenamiento. Las estadísticas de uno de los países con más riesgo de sufrir atentados dicen que en 2016 – en los que se registraron 3000 hechos de violencia – en Inglaterra y Gales sólo se han disparado siete balas, la cifra más alta desde 2009.
En la policía de Londres más del 90 por ciento de los agentes cumplen sus labores sin usar jamás una pistola. En Gran Bretaña cada vez que un agente dispara y hiere a alguien se abre en forma automática una investigación de una comisión independiente, la Independent Complaints Commission, creada en 2003, un resguardo civil muy importante que es motivo de orgullo para quien trabaja con el principio de mantener el orden a través del consenso y no con la fuerza.”
La ruda policía norteamericana mata el mismo número de personas en un día que los oficiales británicos en un año. La inmensa mayoría de los oficiales de policía británicos patrullan con cachiporras, que solo pueden emplear en defensa propia y para restaurar el orden. Sólo en casos de desborde llaman al cuerpo armado que por lo general nunca disparan, son disuasivas.
En algunos países, jóvenes con seis meses de instrucción tienen un arma letal y con escaso descernimiento y profesionalización se creen con pleno derecho a usarla. Aunque lo hicieren con la mejor de las intenciones esas conductas empeoran el problema de la seguridad en vez de solucionarlo y difícilmente pueda inscribirse en una acción que obedezca a una política pública seria.