Publicado en El Día el 30 de octubre de 2016
Esta semana el Presidente volvió a recurrir al mismo truco. En un acto en la residencia de Olivos y mientras criticaba a uno de los sindicatos de Aerolíneas Argentinas, por un paro que complicó todos los vuelos desde Aeroparque, dijo que la empresa estatal tenía que cerrar su déficit en un par de años porque “…hoy Aerolíneas Argentinas nos cuesta a los argentinos dos jardines de infantes por semana”.
Unos meses atrás, cuando se discutía la adecuación de las tarifas, el Ministro de Hacienda, Alfonso Prar Gay le había dicho a Alejandro Fantino, que los 200 pesos que aumentaba la luz en promedio eran solo “dos taxis”. El popular entrevistador facilitó entonces la analogía ayudando al funcionario; “o dos pizzas”.
Ni lerdos ni perezosos los representantes de las principales empresas eléctricas publicaron una solicitada en los diarios de mayor circulación, diciendo que “aún después del aumento de tarifas, la luz de un día para toda una casa, cuesta menos que dos chupetines”, acompañando la comparación con una foto de dos Pico Dulce.
Ilusiones cognitivas
En un mundo absolutamente racional y poblado por homo economicus, las comparaciones con pizzas, chupetines y jardines, no tiene sentido porque todos entienden perfectamente lo que representan los 200 pesos de la luz o los 6.000 millones de pesos de déficit de la aerolínea estatal, pero en este mundo de homo sapiens sapiens, la gente no tiene la misma capacidad para construir representaciones mentales en terrenos tan abstractos como el del dinero.
Después de todo, en el mundo de los intercambios, el dinero es un invento relativamente reciente. El antropólogo Marshal Sahlins cita evidencias tempranas de comercio, habitualmente en la forma de regalos recíprocos, en la Edad de Piedra tardía, hace unos 32.000 años, pero las primeras monedas tienen menos de 3.000 años de antigüedad. De hecho, el “León de Lidia”, que se encontró en Turquía sobre el año 650 A.C. es hasta la fecha el hallazgo más primitivo.
Hasta antes de que se introdujeran en la sociedad las primeras formas de dinero mercancía, lo habitual era el trueque y en esa modalidad de intercambios, hay tantos precios relativos como combinaciones de bienes, lo cual obviamente dificulta de manera notable el registro mental de todos los precios, porque una penca de pescado podía equivaler a cuatro manzanas o a tres naranjas, o a cinco bananas, o a una flecha, o a medio taparrabos, o a una vasija y así hasta agotar todos los bienes.
Cuando aparecen las primeras mercancías usadas como moneda el mundo de los intercambios se simplifica mucho y el comercio pega un salto cualitativo y cuantitativo espectacular, porque ya no es necesario registrar mentalmente tantos precios comparativos de tantos bienes, sino que todos pueden expresarse en un denominador común; el dinero nace así básicamente como una unidad de cuenta.
Pero el problema es que la representación mental de cuatro manzanas, dos pescados o un arco y una flecha, son icónicas, remiten a una imagen, mientras que el dinero es abstracto y solo es posible representárselo mentalmente si uno hace la conversión en términos de algún bien o servicio concreto.
Cuando se rompe la representación mental del dinero
A fuerza de repetir operaciones de intercambio por un denominador común de manera sistemática, por transitividad, la representación mental del dinero sale del terreno abstracto y se mete en el mundo de las cosas materiales, de esas que uno puede cerrar los ojos e imaginar con forma de algo. Así, tenemos idea de cuánto son 500, 5.000 o 50.000 pesos luego de familiarizarnos con muchos bienes que en el mercado se pueden adquirir con ese dinero, pero a la mayoría de los argentinos nos resulta imposible formarnos una representación mental de 20.000 pesos uruguayos o 500.000 chilenos, porque no tenemos la menor idea de qué cosas se pueden comprar con esas unidades monetarias.
Por eso resulta también muy difícil pensar en grandes cantidades de dinero, porque no estamos habituados a mover millones, entonces cuando nos piden que cerremos los ojos y pensemos en 1.000 millones de pesos, la representación mental, la imagen que se nos viene a la cabeza, es exactamente la misma que cuando nos piden que pensemos en 5.000 millones. De allí el acierto del programa televisivo de Jorge Lanata, cuando en una cámara oculta el ahora famoso Leonardo Fariña dijo que pesaban el dinero porque era más fácil que contarlo y que un millón de dólares eran “un kilo cien, de guita”.
Fariña se equivocó. Un millón en billetes de cien, pesa en realidad 11 kilos, pero como quiera que sea, a la gente le cayó la ficha de la corrupción, porque, aunque la mayoría no vio nunca en su vida tanto dinero junto, todos entendemos perfectamente cuanto es un kilo y resulta mucho más fácil formar una representación mental en esos términos, que en abstracto.
La otra distorsión de sistema de representación mental del dinero, ocurre con la inflación, porque al destruirse la relación entre los billetes y los bienes, se rompe la transitividad en la representación mental y ya no es tan obvio que todos imaginemos lo mismo cuando se habla de 200 pesos.
Por eso acierta el Presidente cuando explica el déficit de Aerolíneas en jardines de infantes, porque en grandes cantidades de dinero lo mismo da imaginar 5.000 millones que la mitad. Por la misma razón aciertan el Ministro, los periodistas y las empresas, cuando ponen los aumentos de tarifas en términos de taxis, pizzas o chupetines. Porque las representaciones mentales del dinero no se devalúan a la velocidad que lo hace la moneda en un régimen de alta inflación y por lo tanto no es lo mismo pensar en 200 pesos que en seis cafés, aun cuando matemáticamente sean equivalentes.
Link http://www.eldia.com/opinion/dos-jardines-tres-pizzas-un-chupetin-176352