viernes 22 de noviembre de 2024
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7 de octubre

Hace un año vimos con estupor y angustia cómo se producía el mayor atentado contra el pueblo judío después del Holocausto. Miles de personas inocentes, entre ellos bebés, fueron masacradas, vejadas, torturadas y secuestradas; y las imágenes de las víctimas y la barbarie de la que fueron objeto quedaron registradas por los propios victimarios, la organización terrorista Hamas. A diferencia de los nazis, que documentaban sus crímenes más atroces pero que no los exhibían con tanto desparpajo, las atrocidades del 7 de octubre fueron mostradas al mundo y fueron hasta reivindicadas con orgullo y siniestra algarabía por sus autores materiales e intelectuales, quienes incluso llegaron a asegurar que sólo se trataba de un macabro comienzo.
Al dolor y desconcierto inicial por la masacre y al temor por la suerte de los secuestrados sobrevino otro dolor; el de constatar que las víctimas, en vez de suscitar la solidaridad incondicional, la empatía y el acompañamiento unánime de todo el mundo civilizado, recibían la indiferencia y hasta la negación de su condición de víctima por parte de muchos, sobre todo en Occidente. Y los crímenes de Hamas, en vez de ser condenados de manera absoluta, eran relativizados o hasta directamente alabados y justificados en nombre de supuestas causas de liberación y de consignas absurdas y delirantes.
Al dolor del 7 de octubre por lo que pasó ese día y los días que siguieron, hasta el día de hoy, se le sumó el espanto de constar el surgimiento de una ominosa ola de antisemitismo, a menudo disfrazada de antisionismo. La defensa del derecho de autodeterminación del pueblo de Israel y de tener su propio Estado en su propio territorio, reconocido por la comunidad internacional y sin amenazas existenciales de enemigos que procuran lisa y llanamente su destrucción, es presentado como una oscura y tenebrosa conspiración contaminada de los antiguos prejuicios y mitos antisemitas, a los que ahora se le agregan nuevos. De la mano de esa tergiversación el término “sionista” aparece por lo tanto automáticamente cargado de una connotación negativa y se transforma en un insulto y en una acusación. Quienes advertimos que la falacia y la mentira son evidentes tenemos la obligación de exponerlas y decir que reconocemos la legitimidad del Estado de Israel y proclamamos su derecho a defenderse.

Reivindicar no es justificar

Reivindicar la causa del Estado de Israel, única democracia liberal de Medio Oriente, no significa justificar ni pasar por alto los errores o las acciones impropias de sus gobernantes. Por el contrario, la sociedad civil israelí es la única de la región que puede darse el lujo, propio de las democracias republicanas, de manifestarse públicamente para criticar determinadas decisiones de su gobierno. Los ciudadanos de países enemigos de Israel, si se atreven a hacer lo mismo se ven automáticamente expuestos a las represalias de regímenes autoritarios y absolutistas, con consecuencias que van desde la cárcel al destierro, y que en muchos casos determinan directamente la muerte.
Tras la barbarie del 7 de octubre siguieron las agresiones de otros brazos armados del régimen iraní, una teocracia que sojuzga a su propio pueblo y reprime ferozmente las disidencias, en particular a las mujeres que luchan por ejercer derechos básicos que increíblemente aparecen vulnerados y cuestionados en pleno siglo XXI. Y siguió también, obviamente, una guerra en múltiples frentes, que como toda guerra es cruel y dolorosa.
No puede dejar de enfatizarse que Israel respondió a la agresión del 7 de octubre en primer lugar para tratar de rescatar con vida a las personas secuestradas y para lograr que nunca más, esta vez sí, nunca más, tengamos que soportar una tragedia similar. Ante la guerra, no podemos repetir ingenuamente las consignas buenistas de los que pretenden hacernos creer en la teoría de los dos demonios y lanzan llamados “políticamente correctos” pero falaces, que terminan siendo funcionales a la causa de organizaciones terroristas que reivindican abiertamente la barbarie del 7 de octubre y exhiben con absoluta franqueza su propósito de borrar al Estado de Israel del mapa.
El pueblo palestino y el pueblo libanés también son víctimas de Hamas y Hezbollah, y junto a otros pueblos sometidos merecen ser liberados del yugo opresor de regímenes fundamentalistas y retrógrados que desprecian profundamente los valores de la libertad y los derechos humanos.

Reflexión, compromiso para la esperanza

Es imprescindible advertir y diferenciar las actitudes de quienes se enfrentan en este conflicto. Quienes atacaron a Israel procuraron deliberadamente masacrar civiles inocentes y toman a su propia población civil como escudo humano. Las fuerzas de defensa de Israel buscan por todos los medios posibles minimizar las muertes de no combatientes y defender a toda costa a su población. Se trata de dos actitudes diametralmente opuestas ante la vida y la muerte, que de ninguna manera pueden ponerse en un pie de igualdad y compararse como si fueran actitudes semejantes.
El año pasado, a propósito del 81º aniversario del estreno de la película “Casablanca” escribí algo que me parece pertinente recordar hoy:
“Hay muchos silencios ensordecedores en estas horas oscuras. Quizás los que serán recordados como la mayor infamia son los de organizaciones que nacieron como supuestas abanderadas del feminismo y la defensa de los derechos humanos. El “ni una menos” y tantas otras consignas parece que no son válidas si las víctimas son mujeres judías…
Hoy está claro de qué lado están la libertad, la igualdad y la democracia y de qué lado la opresión y la teocracia fundamentalista.
Como en Casablanca, como en 1942, no es tan difícil saber de qué lado hay que estar”.
Y poco después del 7 de octubre dije que “el pueblo y el Estado de Israel merecen el apoyo y la solidaridad de todos los demócratas del mundo. No están solos. Pero en la guerra que se está librando en estos momentos, sí, están solos…
Israel prevalecerá. Y le deberemos eterna gratitud y reconocimiento por ello” (1).
Hoy es un día de tristeza, de dolor y de ejercicio de la memoria. Pero también debe ser un día de reflexión, de compromiso, y de esperanza.

(1) Texto pronunciado por el autor en el acto de la Asociación Israelita de Villaguay el 7 de octubre de 2024. 

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