miércoles 11 de diciembre de 2024
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Sólo queda en pie un ejército disciplinado y un jefe obedecido

Sólo hay un general con tropas en todas partes. Cambiemos dispone de fuerzas competitivas en todos los territorios. Por primera vez, el peronismo deja de ser competitivo en diversas provincias argentinas.

Los votantes no temen a Macri. Un gobierno discreto –tal vez mediocre– pero dentro de la normalidad, contra la promesa de una restauración cesarista. Derrota para la tentación hegemónica.

Macri es el único jefe con tropas en todas partes. El kirchnerismo ha quedado limitado a medio país. El peronismo anti-K, todavía menos. Muchos viejos peronistas se han encerrado en verdaderos partidos provinciales y desde allí se baten, con suerte dispar, ajenos a la suerte del colectivo justicialista.

Macri gana donde el futuro está más cerca. Confían en él los distritos que concentran la actividad, la mano de obra calificada y las universidades, la modernización y el mayor PBI respaldan a Cambiemos. Buenos Aires, Capital, Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Entre Ríos.

Cris, ni tanto ni tan poco

Ya no tiene tropas en todas las provincias. Ese es el drama de CFK, no la derrota en Buenos Aires. Porque su elección fue buena. Aumentó su cosecha un tres por ciento (pasó de 34 a 37%) y retiene más de un tercio de los votos totales.

El cristinismo mejoró su elección no sólo en Buenos Aires. Subió en once distritos y retrocedió en apenas tres. Pero en La Provincia conserva los bastiones empobrecidos de los cordones. Sólo ganó en la Tercera Sección.

En el resto del país, los ejércitos K mantuvieron cifras decorosas –esto es, arriba del 20 %–  en un puñado de distritos. Gran performance en Tierra del Fuego y en Salta, por ejemplo, pero derrota en Santa Fe y Chubut, donde habían triunfado en las PASO. En varias provincias, el kirchnerismo quedó relegado como fuerza testimonial. A veces, ni siquiera.

El kirchnerismo está lejos de ser invencible. Llegó al poder con un segundo puesto en 2003 (es decir, perdiendo esa primera vuelta ante Menem) y luego de su época de gloria (2005 y 2007) fue derrotado casi siempre. Perdió 2009, 2013, 2015 y 2017. La esplendorosa reelección de 2011   alumbró la única victoria en cinco desafíos. Pero también es cierto que logró sobreponerse a la falta de legitimidad de 2003 y a la derrota de 2009. No hay que darlo por vencido antes de tiempo.

Otro problema de Cristina es la propia Cristina. Genio y figura, no deja de arruinar sus éxitos. CFK describió a Unidad Ciudadana como un proyecto recién salido de fábrica, un proyecto de apenas cuatro meses. De los doce años y medio de gobierno nacional y las tres décadas de poder santacruceño, ni una palabra.

Mucho más grave, la acción asombrosamente a-democrática (o directamente anti-democrática) de omitir la felicitación a los triunfadores o, al menos, al pueblo que votó a los triunfadores. La muestra en la frontera de la democracia. Yo represento al pueblo siempre. Cuando me vota y también cuando el pueblo elige a otro, lo que sólo puede ocurrir cuando es engañado. El pueblo soy Yo.

A su favor, la debacle del peronismo colaboracionista.

Peor los colabó

Cristina perdió el invicto, pero le queda un activo: lo mal que le fue a los peronistas amigos de Macri.

El pueblo no avaló el proyecto destituyente del cristinismo pero peor aún le fue a los colabo que enarbolan el imaginario de un peronismo republicano.  Si Cristina no encarna una opción ganadora frente a Cambiemos, más debilitados quedaron los jefes que enarbolan la bandera de pactar con el gobierno.

Los gobernadores más amistosos con la Rosada sufrieron palizas ya anticipadas en las PASO (como Schiaretti en Córdoba) o derrotas bochornosas, como el tercer puesto de Urtubey en su propia casa salteña. Ni hablar del castigado Randazzo, ejemplo viviente que una sigla –así sea la otrora casi invencible de Partido Justicialista– ya no alcanza.

Los terceros lejos

La elección del domingo corroboró la insuficiencia de las terceras fuerzas, despeñadas por La Grieta. Massa-Stolbizer en provincia, Lousteau en Capital y los socialistas santafesinos quedaron confinados al poco más del doce o catorce por ciento de los votos. Ni hablar del compañero Randazzo.

Sergio Massa perdió tres de cada cuatro votos de hace apenas cuatro años, cuando emergió como el héroe que frenó Cristina Eterna, derrotándola en la decisiva provincia de Buenos Aires con más votos de los conseguidos ayer por Cambiemos. La fugacidad del poder electoral le pasó factura ya en 2015. Su millón de votos actual es respetable pero no competitivo. Seguramente debatirá con Randazzo un intento común de reconstruir el peronismo bonaerense sin CFK.

Massa y Randazzo son las víctimas principales de la polarización, pero también los responsables que el cristinismo haya superado tan netamente al resto del peronismo: 21 a 13% en todo el país.

Una pequeña sonrisa para los trotskistas. El FIT logró un asombroso segundo puesto en Jujuy y un muy honroso cuarto puesto en Buenos Aires (consiguió un par de diputados nacionales). Le faltó un puñado de votos en Capital y fue sorpresivamente desalojado del tercer lugar en Mendoza, a pesar de una elección de dos dígitos. Buena perfomance en media docena de distritos.

Sin embargo, el FIT descarriló en su análisis poselectoral. Somos la única oposición, evaluaron con tanta ligereza como CFK, aunque con muchos menos votos. El FIT está aún muy lejos de ganar alguna intendencia importante, ni hablar de una provincia o volcar un resultado nacional decidir un ballotage. Si evita esas metidas de pata, podrá consolidarse como la fuerza dominante dentro de la izquierda. De hecho, aparece como la franja más moderna. Por un lado, esperaron el resultado en el muy tradicional Hotel Castelar, cuartel histórico de la política burguesa. El líder del Partido de los Trabajadores Socialistas Nicolás Del Caño, su figura surgente, recibe asesoramiento de Roberto Bobby Starke, un consultor de campaña mucho más compenetrado con las técnicas de Obama y la visión de Winston Churchill que con las ideas de León Trotsky o el programa de la Cuarta Internacional.

Recordando a Raúl

Se han hecho muchas comparaciones on la elección alfonsinista de 1985. Apresuradas. La gran semejanza es que Macri –igual que Alfonsín– logró una fuerte victoria en su primer test legislativo. Ambos enfrentaron a peronismos divididos. Ahí acaban las semejanzas.

Alfonsín ganó en todas las provincias salvo las pequeñas La Rioja y Formosa. Macri, en cambio, sólo venció en la mitad. A cambio, Macri logró más votos en este comicio que en la primera vuelta electoral. Es decir, levantó su resultado, mientras el radicalismo a pesar de su masiva victoria, retrocedió en 1985.

Un dato clave es que en 1985 el viejo peronismo –que tenía los relicarios de la legalidad justicialista– fue despanzurrado por los electores. Antonio Cafiero consiguió el 26% en Buenos Aires, triplicando a Herminio Iglesias. Los cachorros de Cafiero (como Grosso en Capital, Manzano en Mendoza, el joven De la Sota en Córdoba) perdieron todos, pero con porcentajes muy parecidos a los del propio Cafiero. A éste, la derrota no le impidió emerger como jefe del peronismo. Su único rival era Menem, quien sí había ganado. Fueron los dos liderazgos que terminarían con la hegemonía alfonsinista en 1987.

Esta vez, el peronismo sigue dividido y sin chances de unirse. Nadie reconoce hasta ahora ningún liderazgo. No hubo renovación como sí alumbró aquel 1985.

La UCR venció al peronismo dos veces seguidas, en 1983 y 1985 (podría sumarse el plebiscito por la paz en el Beagle). La Alianza también hilvanó doblete: en 1999 (cuando Graciela Fernández Meijide ganó la provincia de Buenos Aires sobre Chiche Duhalde y preparó la victoria presidencial de De la Rúa-Álvarez de 1999. Para la UCR y para la Alianza, la tercera fue la vencida.

Cambiemos afronta el desafío de derrotar tres veces seguidas al peronismo.  Tiene una ventaja: el peronismo está lejos de conseguir un liderazgo que los unifique, como sí lo logró contra Alfonsín y contra De la Rúa.

Parece.

Amigos en las provincias

Hubo repuntes notables. Desde el aparato estatal, los peronistas de San Luis –con los incombustibles hermanos Rodríguez Saá– y de La Pampa –que gobiernan desde 1983 de modo ininterrumpido– salieron de la dura derrota de las PASO. Pero ambos actúan más como caudillos locales que como potenciales jefes nacionales del peronismo.

Igual el poder provincial no lo es todo. En La Rioja se le dio vuelta el resultado a Carlos Menem y el radical Martínez queda posicionado como favorito para ganar la gobernación para la UCR por primera vez en medio siglo. Carlos Menem sigue, como hace quince años, una carrera entre la amenaza de las causas penales y la gentileza de los gobernantes a cambio de su voto.

La derrota del MPN en Neuquén tiene otro sabor. Muchas veces ha caído derrotado en las elecciones de medio término, pero siempre ha logrado retener la gobernación. No fue doblegado, siquiera, por la ola peronista de 1973 ni por el aluvión alfonsinista de 1983. La Casa Rosada imagina en Neuquén una provincia amistosa, que podrá acompañar al oficialismo nacional desde sus bancas.

Idéntica predisposición adjudica a Santiago del Estero y Misiones dos provincias con liderazgos hasta hoy invencibles pero sensibles al acuerdo. Ayer con el kirchnerismo, hoy con el macrismo. Chubut podría actuar en idéntico clivaje y también Río Negro. Las fuertes derrotas peronistas en Córdoba y Salta pueden llevar a sus gobernadores a buscar aún mayor calor estatal. 

Incluso el peronismo procristinista de San Luis y hasta el de Formosa son para el gobierno una fuente de oportunidades. No dejarán de contactar a Insfrán y Rodríguez Saa cuando necesiten el voto de sus legisladores nacionales.

Lo que viene

El gobierno aprovechará el envión. Va a arremeter.  Lleno de fuerza, impulsará propuestas en todas las áreas. Las oposiciones no se juntarán. Habrá poca resistencia.

Es de desear que el enorme poder que acaban de darle los ciudadanos a Macri no desate un triunfalismo que imagine su gobierno de transición como la crisálida de un hegemonismo perpetuo.

Uno de los problemas –el gobierno no parece compartir este temor– es limitar el debate político al contacto estatal. El Estado nacional discute con los Estados provinciales. Sin ideología ni disputa política. ¿En el reino de la post-verdad nacerá la post-política?

Según trasciende, el gobierno mantiene su decisión de mantener a Cristina como rival principal. Bueno para mejorar las chances, malísimo para el país, peligroso para la economía, desastroso para la cultura política. El macrismo debiera recordar que lo mismo llevó a Cristina a insuflar aire al PRO porque imaginaba que jamás podría doblegarla. El rival fácil no existe. Y sería bueno que Cambiemos decida convocar a los votantes con sus éxitos y no con el espanto de una restauración kirchnerista.

El pueblo volvió a castigar las tendencias cesaristas del kirchnerismo, el vínculo con los negocios. Cierta idea de corrupción. La Argentina no ha extirpado esos males que suelen anidar con inmensa facilidad en la cúspide. Sería deseable que el gobierno y la justicia –pero sobre todo la política y la sociedad– permanecieran atentas.

Un párrafo para la tragedia de Santiago Maldonado.  El estado de opinión de la sociedad terminó reforzando al gobierno. Pero no ha terminado.

Cuando lleguen los tiempos difíciles, muchos de los que ayer votaron al oficialismo le echarán en cara la tragedia. Con o sin razón. Es la Argentina.

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