¿Siempre fuimos como somos hoy? No. Incluso al final de esta nota, posiblemente consideren que fuimos “menos” en algún momento de nuestra historia. Sinceramente no creo en esa frase de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Sin embargo, algunas veces puede servirnos para revisar nuestra actualidad, recuperar alguno de nuestros logros pasados como sociedad, cotejarlos con el presente y actuar en consecuencia. Algo parecido a realizar un “aprendizaje”. Sólo parecido…
En las últimas dos semanas presenciamos casi cotidianamente la discusión (sin sentido en mi opinión) de las tomas de algunas escuelas por parte de los Centros de Estudiantes en contra de la reforma del nivel secundario que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires parece intentar llevar adelante “contra viento y marea…”. Una “reforma”, y por ahí adelanto prematuramente una opinión, hasta el momento llaman equivocadamente “proyecto”. Así es como en el fragor de las discusiones el árbol -una vez más- “nos tapó el bosque”. Nos enojamos con las tomas y ocupamos todo nuestro tiempo en defenderlas o impugnarlas, pero olvidamos el tema central… ¿Cuál era? ¡Ah! Sí, la reforma de la escuela secundaria. Sólo en una pequeña medida tocamos lateral y banalmente uno de los puntos que propondría “La secundaria del Futuro” (nombre de fantasía que eligieron para la reforma): las prácticas profesionalizantes, pasantías laborales o como quieran llamarlas, en el quinto año de la actual educación media. Por cierto, con poca profundidad e información. Una cosa llamativa esto último ya que, en pos de ganar “adeptos al cambio”, somos capaces de confundir conceptos, sintetizarlos en uno solo o vaciarlos de su verdadero contenido haciendo un peligroso juego de sinonimia con las palabras: siempre con una aceda sensación personal de que existe una profunda convicción que “el ‘otro’ mucho no entiende de estas cosas y en realidad mucho tampoco importa mientras se ‘afilie y milite’ el cambio”. Al fin y al cabo “el cambio” es lo único importante…
Pero para los pesimistas como yo, tengo una noticia: no es cierto que siempre haya sido así. La educación argentina está repleta de ejemplos que muestran que “las cosas se pueden hacer bien”. Un excelente ejemplo de esto fue la profunda transformación educativa realizada durante los primeros años de democracia en esta misma Ciudad de Buenos Aires, todavía no “autónoma”. Hay hitos importantes en cada sistema educativo y uno de ellos fue el proceso de cambio de Diseño Curricular para la Educación Primaria iniciado en los primeros meses de 1984, durante la “Primavera democrática”. No me meteré aquí en describir el cambio en sí. Me decidí sólo a rescatar el proceso de construcción que se realizó durante casi dos años para lograrlo.
A comienzos de 1984, las autoridades políticas de la Ciudad encabezadas por el Intendente Julio César Saguier se propusieron reemplazar el diseño curricular impuesto en 1980 por el gobierno militar de facto de esa época, lo que en la jerga cotidiana los maestros llamábamos el “Libro Gordo de Petete”. Reitero no es de mi interés acá revisar los cambios o los modelos que sustentaban ambos diseños sólo recuperar que alguna vez pudimos hacerlo de otra manera, mejor que la actual… No por esto dejaré de decir que la vuelta a la democracia necesitaba imperiosamente una transformación en la manera de enseñar, en el qué enseñar, en el perfil buscado del alumno y del futuro ciudadano, en la profesionalización del que enseñaba, etc., etc. En síntesis, en un nuevo sistema educativo más acorde con el nuevo sistema político a partir del 10 de diciembre de 1983. Y a esa tarea nos entregamos varios de nosotros en esos años. Yo, desde mi “simple” lugar de maestro de grado recién ingresado al sistema en una escuela del barrio de San Cristóbal. Fue entonces que el Secretario de Educación de esa gestión, Juan Francisco Correa junto a su equipo diseñó un mecanismo para la construcción del diseño que llevó en poco tiempo a la aprobación y puesta en práctica de esta herramienta central para el trabajo de las escuelas. En ese corto y fructífero proceso de casi dos años se pudo convocar a los mejores especialistas del momento a formar parte de la Dirección de Currículum y la Dirección de Planeamiento Educativo de la vieja Secretaría de Educación, se puso en línea la reciente -para la época- Escuela de Capacitación Docente con la reforma buscada, se delineó y llevó a cabo un dispositivo especial de participación de los propios docentes que fue muy rico, tanto en el sentido de la formación docente como también en una herramienta de legitimación del nuevo marco curricular: docentes seleccionados por sus capacidades y motivaciones en cada escuela, denominados “multiplicadores”, fueron capacitados durante meses con los especialistas que habían realizado el prediseño curricular. En ese intercambio los especialistas realizaron una primera corrección y después junto a los “multiplicadores” asumieron el liderazgo del debate y la implementación, escuela por escuela. Por último, los multiplicadores lograron acompañar y orientar a sus otros colegas en el trabajo cotidiano del cambio. Quiero recuperar todo ese trayecto ya que a algunos de nosotros, muy jóvenes, pero para otros no tan jóvenes encontrábamos novedoso y productivo estos mecanismos. En ese trayecto tuve la oportunidad de aprender, ya siendo maestro, en vivo y en directo, de muchos de aquellos que “definían” un currículum. Recuerdo, en el salón comedor de mi escuela, con todos mis compañeros docentes, las largas y portentosas charlas entre otras con María Saleme, Emilce Botte o Berta Perelstein de Braslavsky, especialistas muy reconocidas en ese momento. Y también recuerdo el trabajo con mis compañeros multiplicadores, varios años después, allí en la escuela o en otras, mientras seguíamos implementando los cambios curriculares. Varios de ellos poco tiempo después fueron conducción de las escuelas. La mayoría de ellos hoy ya se jubilaron. “Interesante estrategia de dejar ‘capacidad instalada’ en cada escuela” pienso ahora con el diario del lunes…
Instalada una “cultura del cambio y la mejora” esta experiencia fue recogida, reformulada y corregida muchos años después en 1999/2001 durante un nuevo proceso de cambio curricular por otros actores de un nuevo gobierno. Una cosa para resaltar: durante el proceso de reforma curricular en los años ochenta hubo un cambio de intendente (por fallecimiento de Saguier) y conjuntamente un cambio de Secretario de Educación y el diseño de las acciones no sufrió alteraciones ya que, Facundo Suárez Lastra y Enrique Mathov, Intendente y Secretario de Educación posteriores, siguieron con el modelo de implementación que había sido diseñado previamente. Cuando las cosas están bien hechas y se piensa rigurosamente en políticas públicas pasan estas cosas… Alguno podrá decir que eran del mismo signo político y debería coincidir con él, pero en la reforma posterior de 1999/2001 con un dispositivo parecido al anterior, ocurrió algo muy similar: iniciaron las acciones el Jefe de Gobierno Enrique Olivera y su Secretario de Educación Mario Giannoni y terminaron aprobando el final del proceso Anibal Ibarra y Daniel Filmus. Tampoco hubo “reestructuración total” por cambio de gobierno y no eran del mismo signo. Cuando las cosas están bien hechas…
Como dije al principio mi único objetivo era mostrar que necesitamos recuperar “memoria institucional”, aprendizajes y capital acumulado en estos últimos 33 años en materia educativa en la ciudad y así abandonar la lógica fundacional… Es cierto que para eso sería muy importante que quienes conducen estos cambios hayan pertenecido al sistema educativo, lo conozcan profundamente o sean permeables a los aportes que pueden realizar aquellos que poseen la experiencia y la expertiz. Ya sé que es difícil: si no se prioriza el conocimiento menos se tendrá en cuenta la experiencia. Perdón, pero me cuesta renunciar a solicitar que se tenga en cuenta…
Pero volviendo a hoy y abandonando el tono nostálgico al que quise pero lamento no haber podido evitar, creo fervientemente en que se puede estar a favor de la imprescindible transformación del secundario y en contra de una implementación improvisada y poco precisa. No existe allí ninguna contradicción… No es cierto que se puede navegar por el “masomenismo educativo” o el “por algo hay que empezar”. Coincidiré que no es lo mismo un cambio curricular que una reforma integral de la institución “escuela secundaria”. Sin embargo, hablar de prácticas educativas, de tiempo escolar o de formas de evaluación es hablar de reforma curricular aunque algunos no lo sepan o lo soslayen. Reforma curricular no es sólo cambiar los contenidos. Precisamente por eso nuestro “único apuro” debería estar orientado a “hacerlo bien”. Todo proyecto transformador -también el de la “Secundaria del Futuro”- necesita explicitar una meta, un camino crítico y los criterios de evaluación del propio proyecto para realizar en el proceso los ajustes necesarios que ratifiquen o rectifiquen las acciones con el fin de llegar a esa meta definida. Por ahora, vacancias observadas en la magra presentación en sociedad hecha por el Ministerio de Educación porteño. Sería una lástima que perdiéramos, una vez más, otra oportunidad para cambiar, sólo por el hecho de que no hemos sido lo suficientemente precisos y rigurosos en los primeros pasos, en el diseño del camino o en la convocatoria de los actores que implementarán esos cambios. Una presentación Power Point (antiguas diapositivas) y un flyer (antiguo “volante”), por cierto con errores conceptuales muy marcados, no pueden ser las únicas bases de una transformación como la que necesitamos. La información parcial y muchas veces filtrada a través de canales no formales también atentan contra el cambio. Generan fantasmas y los fantasmas son lo último que juega a favor de la transformación. Documentos teóricos que conformen marcos generales y que fundamenten las transformaciones, construcción de la normativa que enmarque y dé legalidad a los cambios, participación de todos con el objetivo consultar a los actores educativos utilizando este proceso como aprendizaje y legitimación de los cambios más otras muchas acciones deberían formar parte de este incompleto proyecto. Generar una épica del cambio en vez de imponerla… Es más, debería preocuparnos que las autoridades educativas de la Ciudad de Buenos Aires desestimen lo que deberíamos considerar como “irremplazables” como son los aportes que podrían hacer los especialistas en Educación, tal como lo asegura en un reportaje en La Nación la misma ministra, generando seguramente por equivocación, una falsa grieta entre la acción y la reflexión sobre la acción…
En fin, creo que estaría casi todo dado para que “poder hacer” pero sobre todo “poder hacer bien”.
¿Hay convicción de que necesitamos transformar la escuela secundaria? Absolutamente.
¿Hay voluntad de que debemos empezar con ese proceso de cambio? Sí.
¿Existe el tiempo y la expertiz para no hacer burradas? También.
¿Las tenemos y se pueden convocar? Sí.
Necesitamos confianza en los actores del sistema educativo. En nuestros docentes y nuestros expertos en Educación.
No tenemos ningún derecho a equivocarnos.
Haciendo lo que hay que hacer, bien.
Antes, se pudo.
Hoy también, sí se puede…