viernes 26 de julio de 2024
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Se cumple el sueño del gorila

El sueño del gorila: el Partido Justicialista con 5.8 puntos en la provincia de Buenos Aires. El almirante Isaac Rojas y la Comisión de Afirmación de la Revolución Libertadora soñaron sin esperanza esta celebración desde 1955.

Es evidente que una franja de la sociedad está reflexionando sobre el papel del peronismo, en particular de los caminos seguidos por los largos períodos de hegemonía menemista y kirchnerista. El menemismo se alió con la Ucedé de Álvaro Alsogaray; el kirchnerismo se disfrazó de rebelde, liquidó a su benefactor Duhalde y terminó yéndose del PJ. Y Duhalde –el otro presidente peronista que duró más de una semana– eligió el cogobierno con Raúl Alfonsín. El PJ padece, a ojos vista, un problema de identidad.

Además, el intento desestabilizador de algunos sectores K (afortunadamente abandonado durante la campaña) trajo a la memoria colectiva el hostigamiento a Alfonsín y el apresuramiento para liquidar a la tambaleante administración De la Rúa. Sumado a algunos escándalos financieros y de corrupción, el peronismo parece estar perdiendo una franja de las clases medias, y siendo cuestionado por una parte de la clase trabajadora.

El PJ va replegándose sobre los núcleos más pobres, de la economía informal y la falta de empleo. Naturalmente, estos datos son provisorios, pero de otro modo resultaría incomprensible la pérdida de votos para el PJ en todos los grandes distritos, e, incluso, en los centros suburbanos de la baja clase media. Peor: retrocede entre las clases productoras –dueñas de los medios de producción o asalariados– y se afinca en los grupos más castigadas por el cambio tecnológico, los que van quedando postergados por el avance científico-técnico.

El radicalismo tuvo resultados varios, pero fue inaudible en los distritos que reproducen opinión hacia el resto del país. Su voz casi no sonó fuera de sus terruños.

Entre los errores de radicales y peronistas, la destrucción de la UCR intentada por Néstor con la Transversalidad y el abandono de Cristina de la sigla PJ, la tradición bipartidista de tres cuartos de siglo está en riesgo.

Una oportunidad para el PRO. Que afronta otros desafíos. Gladys González, segunda senadora, irrumpió como la Gran Esperanza Blanca del comicio. ¡Acatáa…! Pero en un abrir y cerrar de ojos desapareció. ¡Ya no está! ¿Qué había pasado? Alguna encuesta cualitativa detectó el peligro: ciertas personas advertían que la candidata a senadora decía las mismas palabras, con idénticos giros y parecidos gestos a los de María Eugenia Vidal. Resultado, sospechas sobre la autenticidad de la nueva política. El problema se solucionó pero permanece el riesgo que la gente común interprete que la supuesta frescura, la novedad de la franqueza, no sea sino un elaborado y practicado estudio, un producto de un coaching implacable. ¿Qué pasaría si parte de los votantes comenzaran a desconfiar de los valores de sus líderes?

Aceptar al Otro

Una victoria importante. Y sin embargo no hubo festejos en Plaza de Mayo, el Obelisco, las plazas ni los barrios. La celebración se redujo a Costa Salguero, un baile en una disco a la moda con hermosas mujeres y varones en edad de merecer.

La política, se sabe, es también entusiasmo. Acaso no vuelvan los Grandes Relatos, pero la levedad del ser y la sociedad líquida precisan alguna moderación.

El kirchnerismo deberá aceptar que Cambiemos –y en particular el PRO– expresa a un sector cultural, social, económico. O que, al menos por ahora, un sector de la sociedad ha decidido ofrendar su confianza a Mauricio Macri.

Inversamente, los anti-K deberán aceptar que otro grueso sector –diferente del primero, pero con iguales derechos– sigue prefiriendo a la –para ellos– odiosa CFK.

A fin de cuentas, la política existe donde hay diferencia. De lo contrario, la estepa del partido hegemónico.

Los datos que no estaban

El resultado sigue siendo difícil de descifrar. La noche del comicio me acosté con Buenos Aires, Santa Fe y Chaco ganadas. La mañana siguiente, las tres habían cambiado de dueño. Esas tres provincias albergan la mitad de los ciudadanos argentinos. El cambio de manos cambia el resultado.

Perdieron todos los gobernadores de las provincias más productivas y modernas: Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos. La única excepción, Mendoza. Por una vez, los golpeados radicales fueron los únicos en salvar la ropa.

Entre las regiones modernas se incluyen habitualmente la Patagonia y el Comahue. Tuvieron idéntico comportamiento a la región pampeana: todos los gobernadores fueron vencidos. La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. El kirchnerismo mordió el polvo en su provincia símbolo pero venció en el resto de la Patagonia.

Como siempre, el voto protesta se notó mucho menos en las provincias tradicionales, donde el capitalismo no asoma y la democracia suele ser más aspiración que realidad. En el NOA ganaron todos los gobernadores, sin excepción: Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja. Cinco peronistas y un radical conservaron la supremacía.

El NEA igual: Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones. Con sus inmensas diferencias: kirchneristas duros en Formosa, peronistas amistosos con Macri en Chaco, renovadores en Misiones, radicales en Corrientes. Todos revalidaron.

Diez de las diez provincias más pobres no cambiaron de manos. Once, si le sumamos San Juan, donde el Poder Ejecutivo sigue ganando aunque pase del kirchnerismo al pro-macrismo.

Fuera de categoría quedó San Luis. Derrota después de treinta años. ¿Agotamiento de la dinastía Rodríguez Saá o efecto de la desindustrialización que está vaciando de empleos la provincia, luego de aquella ley de promoción industrial que tanto aprovecharon? ¿O será prueba de su éxito, con una dinastía que sacó su provincia de la pobreza y terminó condenada a ser vencida por la misma modernidad que comenzó a instalar?

Daniel Larriqueta afirma que hay dos Argentinas: la Atlántica, abierta al comercio y las ideas. La otra, la Argentina tucumanesa, hunde sus raíces en la tradición virreinal.

Siguiendo esa teoría, el voto puede desagregarse: la Argentina Atlántica (salvo Mendoza, repito) votó contra sus gobiernos, fueran de Cambiemos, kirchneristas, peronistas o socialista. La Argentina tucumanesa, en cambio, mantiene su fidelidad con los caudillos, sean peronistas, radicales o terceristas.

Peronistas K, peronistas dialoguistas, peronistas intermedios, todos los peronismos gozaron victorias y sufrieron derrotas. Los partidos provinciales también exhibieron victorias y derrotas. El mismísimo PRO, pese a su excelente performance nacional, fue derrotado según parece en la provincia de Buenos Aires. La única categoría invicta fue de los radicales que gobiernan. Los tres gobernadores radicales retuvieron el triunfo. Una modesta alegría.

Usar las PASO

Las coaliciones electorales aumentaron sus votos donde hubo competencia. Las PASO permitieron desde victorias inesperadas hasta derrotas honrosas. Muchos lugares –aunque no todos– que no permitieron la competencia interna lo pagaron con la derrota.

Veamos. Las victorias resonantes de Cambiemos en La Pampa y Entre Ríos, dos provincias difíciles, fueron posibles –dicen varios de sus protagonistas– por la sumatoria de esfuerzos de diversas listas. El peronismo santafesino se juntó después de mucho tiempo y tuvo premio: salió primero después de varias derrotas. Las mezquindades también sufrieron: si se hubiera permitido a un radical rosarino participar en las PASO como reclamó, Cambiemos habría ganado con holgura. Por afuera, con todo el contra, el desechado atesoró un valioso 6 por ciento en un resultado que se definió por décimas a favor del peronismo. Otro error fue evitar a la UCR de Avellaneda ir con boleta larga: el intendente K ganó por apenas cuatro puntos, acaso los que le pudo poner el radicalismo dejado de lado.

Aún perdiendo, el FPV de Jujuy –que llegó desintegrado en media docena de listas– logró sumarla hasta un imprevisto 30 por ciento, muy por encima de lo esperado. A la inversa, como se ha repetido, Cristina hubiera ganado con holgura y cambiado tal vez el marco político general si hubiera sumado ese modesto 5.8 % de Randazzo.

Estos ejemplos no son los únicos. Sin embargo, permiten constatar que, como suele ocurrir, la generosidad paga y la mezquindad termina castigando.

 

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