Publicado en Telam el 15 de agosto de 2017
La política argentina no es el terreno más adecuado para sacar conclusiones finalistas o demasiado taxativas. De todas formas, la elección PASO de ayer deja entrever algunas pistas que se pueden seguir con relativa seguridad.
A mi entero riesgo, creo que el dato más fuerte, intenso y estimulante de esta elección es que marca el fin del kirchnerismo como experiencia política. El kirchnerismo, un tipo particular de populismo que supo hacer y deshacer en la política argentina durante una década, ha finalizado. No es para nada menor si se tiene en cuenta que el populismo K fue un proceso que costó mucho descifrar en términos culturales y políticos y que, pese a su evidente falta de sofisticación logró afianzarse hasta parecer, por momentos, irreductible.
Los resultados de ayer, más allá del dato final en la provincia de Buenos Aires, refuerzan lo que ya podía analizarse algunas semanas antes y que es el argumento más fuerte a favor del fin de ciclo kirchnerista. El aval enorme que la ciudadanía le otorgó al gobierno de Cambiemos en estas primarias muestra la imposibilidad de una reestructuración del peronismo nacional basada en el kirchnerismo y en Cristina Kirchner. Logre o no hacerlo, el peronismo deberá intentar reinstalarse competitivamente con vistas a 2019, y eso no lo puede hacer sin quitarse el lastre anterior.
El gobierno, por su parte, sale favorecido de estas PASO desde diferentes planos. Por un lado, está claro que Cambiemos está en un ciclo ascendente de consolidación de un voto propio. Tanto el despliegue territorial, como una ajustada estrategia de negociación interna que permitió armar las listas a los más representativos de cada distrito, el gobierno nacional logró la mejor elección posible frente al peronismo a nivel nacional. Esta consolidación de los votos propios no parece tener una amenaza de aquí a octubre, lo que permite imaginar una composición del Congreso muy interesante para el oficialismo.
Este mismo proceso tiene, además, algunos rasgos virtuosos algo laterales pero no por eso menos importantes. Esta elección ayuda a la coralización del gobierno de Cambiemos. Si bien es cierto que el tipo de liderazgo de Mauricio Macri no es de una voz única, no es menos cierto que las voces de María Eugenia Vidal y de Rodriguez Larreta se oyen hoy aún más nítidas que ayer. Lo mismo puede decirse de Elisa Carrió, que se ha ganado con la elección en la Ciudad de Buenos Aires un lugar privilegiado en la conversación y enunciación de Cambiemos. El fortalecimiento de Carrió tiene, además, una deriva interesante ya que posibilita ampliar y consolidar la idea de Cambiemos como un acuerdo de partidos, sacándole presión a PRO y mejorando su interlocución pública. Falta ahora que el radicalismo aporte lo suyo en este coro más allá de la gestión y la territorialidad.
El primer horizonte electoral es octubre, pero nadie hace, por más que diga lo contrario, cuentas tan cortoplacistas. El escenario político de 2019 tiene muchas incertidumbres y algunas pocas certezas. Entre estas últimas está que el peronismo deberá enfrentarlas habiendo resuelto antes, para bien o mal, su modalidad de reinserción en la política argentina sin el liderazgo personal ni grupal que tenía en 1985. Lo tendrá que hacer, además, en el marco de una consolidación del gobierno y de un cambio de época y cultural que parece no estar descifrando del todo.
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