viernes 26 de julio de 2024
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¿Paz en Colombia?

Provocó estupor el resultado del plebiscito del domingo 2 de octubre. Muchos descontaban que el SÍ se impondría amplia y cómodamente, sin embargo se dio una situación de empate, ganó el NO por un margen muy estrecho de aproximadamente cincuenta mil votos.

Si por el mismo porcentaje hubiera ganado el SÍ, no se habría obtenido la amplia refrendación popular esperada por el Gobierno. De modo que el empate entre dos bloques de opinión pública equivalentes plantea nuevos y exigentes desafíos a todos los actores involucrados.

Hasta hoy negociaron por cuatro largos años dos partes: el Gobierno y las FARC. A partir de ahora, las partes serán por lo menos tres. En efecto, se han incorporado los que discrepan con los acuerdos alcanzados, es decir los que hicieron campaña por el NO.

No se reiniciaron las hostilidades, se mantiene la calma; en las grandes ciudades de Colombia no se percibe el conflicto, en ellas vive el 75% de la población. Los restantes, quienes viven en las zonas de conflicto, resignados. Entre ellos seis millones de desplazados. Lugares alejados donde el conflicto significa atraso, tierras a las que no llega el progreso ni el estado. De modo que la urgencia por desarmar el nudo tiene que ver con la paz, como la preservación de la vida y también con la eliminación de la pobreza y la desigualdad.

Las tres partes tienen complejos dilemas para resolver, la cercanía de las elecciones de 2018 recorta su margen de maniobra, pues deben mostrarse prudentes y comprometidos con una solución posible para todos. De los tres, probablemente el gobierno está en la situación más difícil, le quedan dos años de mandato y no puede ceder su rectoría.

El tiempo es una variable central, alargar la nueva negociación sería malo para todos. El dispositivo internacional para la sustentación e implementación de los acuerdos no puede permanecer desplazado sin que se produzcan los procesos que debe controlar. Cese del fuego y de las hostilidades sin dejación de las armas en poder de la guerrilla es una paz armada, en otras palabras una vigilia de la guerra.

En el texto se discute sobre las condiciones pactadas en La Habana, en el subtexto los actores tratan de dirimir un modelo de país. Las FARC fueron a La Habana a pedir reformas sociales que justifiquen su retiro de la acción y den cierta homogeneidad a un relato justificatorio de cincuenta y dos años de conflicto, el Gobierno aceptó en algunos casos porque coincide y en otros porque así son las negociaciones: las partes deben ceder para cumplir sus objetivos.

Sin embargo, el nudo resolutivo del problema está trabado en a) quien juzga y como pena los delitos cometidos durante la guerra, b) como se reinsertan los guerrilleros a la vida social y económica y cuánto cuesta, c) como se reinsertan a la vida política institucional del país.

Sobre el telón de fondo y como casi siempre, hay tierras fértiles comprometidas por el conflicto que todos codician, un crecimiento de las plantaciones de coca y algunas regiones donde se enseñorean bandas criminales que aunque se encuentren acorraladas deben ser combatidas y erradicadas.

La descripción de las negociaciones y la crónica diaria sobre el fraseo y el posicionamiento de los actores se registran a cada minuto y cambian en una danza desenfrenada por sacar ventaja de la presente situación. No hay tiempo para una comedia de enredos. Si así fuera, no tardaría en convertirse en tragedia.

Lo importante es destacar que los 52 años de subsistencia del conflicto armado no fueron óbice para que Colombia mantenga incólume sus instituciones políticas y haya logrado un apreciable crecimiento de su economía, aunque aceptando como es característico de la región altos niveles de desigualdad. Aquí está el corazón del asunto, no resignarse a convivir con la guerra. Embanderarse con las corrientes civilizatorias que pregonan el diálogo, la solución pacífica de las controversias y el imperio de la regla democrática que asegura gobierno a la mayoría y permite a las minorías condiciones igualitarias para la competencia política.

Todas las guerras terminan. Esta, la de Colombia, también está llegando a su fin. Las partes necesitan dar vuelta la página del conflicto, la fuerza pública y la guerrilla no combaten. Hace tiempo que no se registran atrocidades, matanzas y secuestros. No depende exclusivamente de los negociadores, todos tenemos algo que hacer para que nuestra voz se una al clamor de un continente que debe superar la guerra. La paz entre las naciones y dentro cada una de ellas es una condición indispensable para derrotar la miseria, la exclusión y el atraso.

Para terminar, se debe advertir sobre un peligro latente para todos los observadores y actores del proceso de paz: Simplificar, no ayuda. Estamos frente a un problema complejo, con múltiples variables incidentes, extremadamente delicado. Requiere concentración, rigor, seriedad en las evaluaciones y mucha inteligencia aplicada para la reconducción de esta negociación que el mundo celebró y seis millones y medio de colombianos rechazaron.

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