Publicado en Clarín el 2 de agosto de 2017
En Tragedias y Comedias en el Caribe. Génesis y deriva del Proyecto Chavista (EUDEBA, 2014) señalábamos que a partir de la asunción del presidente Maduro, lo esperable era que la incapacidad de diseñar y aplicar políticas públicas mínimamente eficientes se expandiera a varios sectores. Se afectarían así los intereses públicos y privados, erosionando la posibilidad de mantener el orden político con un mínimo de consenso activo. Concluíamos que se podía producir una situación de crisis sin salvataje del régimen político venezolano.
Juan G. Tokatlian (https://www.opendemocracy.net) planteó recientemente si aún era tiempo de organizar un salvataje posible que impidiera la expansión sin límites del conflicto en Venezuela, pero la realidad parece estar mostrándonos la peor de las caras posibles.
El presidente Maduro acumula decisiones que aumentan la confusión y su aislamiento, tanto interno como externo –el referéndum para elegir una nueva Constituyente, el domingo 30/7 es el mejor ejemplo-, mientras que la oposición ha generado una situación de activación pretoriana, en la que el conflicto trascurre sin mediación institucional alguna y que parece estar lejos de controlar en su totalidad –algunos grupos altamente movilizados han hecho saber que la MUD ya no los representa-.
La coyuntura internacional aporta más problemas que soluciones: el triunfo de Donald Trump en EE.UU., Europa abrumada por la crisis de los migrantes, la inestabilidad de Brasil y nuevos gobiernos en el Cono Sur, dificultan encontrar una vía de resolución de las tensiones en el régimen político venezolano. La Iglesia, enfrentada al gobierno de Maduro, no parece en estos momentos el mejor sujeto social pensable para oficiar de mediador.
Pero el Papa Francisco tiene en sus filas una figura capaz de liderar a mediadores internacionales con eficacia: el Principal de los Jesuitas, el venezolano Arturo Sosa Abascal, doctor en Ciencia Política de la Universidad Central de Venezuela, que por esas cosas de las dictaduras militares, fue compañero de cursos de quien esto escribe a fines de los años 70 y principios de los 80’s del siglo pasado.
Sosa mantuvo en los inicios del chavismo una actitud moderada, señalando aciertos y errores del nuevo movimiento y en sus últimas intervenciones, ya durante el gobierno de Maduro, su análisis se hizo más crítico sin perder racionalidad.
Conoce las facetas de la realidad venezolana; realizó trabajo de base entre los sectores pobres de la población y su padre llegó a ser Ministro de Hacienda del Gobierno Nacional.
El Vaticano ha optado últimamente por el silencio sobre cualquier salida. No tenemos la respuesta a esto, pero ante el vacío de información, varias interpretaciones se vuelven creíbles (el “peronismo-chavismo” del Papa, que la MUD es demasiado clase media-alta para el gusto papal, que su intervención provocaría un desequilibrio en las relaciones entre los países latinoamericanos, que la burocracia vaticana no resistiría “otro fracaso”, etc.). Pero es necesario un salvataje, porque parecería que el tiempo de las ideas se ha agotado y que se entrará en el de la pura violencia Si Hugo Chávez estuviera vivo recurriría nuevamente a Sosa Abascal. Fracasado su intento de golpe armado en 1989, pidió antes de rendirse que entre los garantes de la vida de sus compañeros estuviera el entonces joven jesuita. Y no se equivocó.
Esperemos que los tomadores de decisiones en esta difícil coyuntura tampoco lo hagan.
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