La presidenta María Estela “Isabel” Martínez de Perón tomó juramento a Celestino Rodrigo como ministro de Economía un día como hoy, hace 45 años. Rodrigo anunció el programa económico que quedaría en el recuerdo de los argentinos como el Rodrigazo y que consistía, básicamente en una fuerte devaluación del peso (100 por ciento) y en brutales ajustes en los precios de los combustibles (175 por ciento) y la electricidad, entre otros rubros, a la vez que procuraba mantener el aumento de salarios con un tope de 45 por ciento.
Hasta ese momento, Rodrigo se desempeñaba como secretario de Seguridad Social del todopoderoso ministro de Bienestar Social y secretario presidencial, José López Rega. Rodrigo llegó aquella mañana a su despacho en subterráneo, tal como recuerda Juan Bautista “Tata” Yofre en su obra Nadie fue (2011).
Aún hoy, casi cinco décadas más tarde, se sigue discutiendo si el plan de Rodrigo constituyó un “sinceramiento” de la situación económica o una imposición temprana del llamado “neoliberalismo” en la Argentina.
Tal vez convenga hacer algunas precisiones. El Plan Gelbard había sido lanzado en el primer semestre de 1973. El 8 de junio de aquel año, se había logrado firmar el Acuerdo Social entre la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Confederación General Económica (CGE).
Guido Di Tella escribió en Perón-Perón (1983) que el Pacto Social significaba la aplicación de “un enfoque extremadamente voluntarista a los problemas económicos, como si las leyes de la economía, en vez de ser hechos muchas veces desagradables, fuesen la consecuencia de alguna confabulación capitalista deliberada y se las pudiera eludir mediante una enérgica intervención”.
En la biografía que María Seoane escribió sobre Gelbard (El burgués maldito, 2004), el talentoso economista Carlos Leyba, quien fue uno de los principales impulsores del Pacto Social, brinda un interesante testimonio: “El equipo estaba entre dos fuegos: la izquierda nos veía como la derecha del gobierno, y la derecha como los comunistas. Había algunos personajes -como Julián Licastro- que querían nacionalizar todo. Otros, como los Montoneros, tirar a funcionarios por la ventana. Y de parte de los empresarios, la presión fue notable”.
Lo cierto es que las circunstancias internacionales cambiaron dramáticamente meses más tarde. En octubre de 1973, los ejércitos combinados de Egipto y Siria atacaron al Estado de Israel con el objeto de recuperar los territorios perdidos en la guerra de los Seis Días (1967). El conflicto de Medio Oriente tendría consecuencias globales. Las dos superpotencias de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética, quedaron enfrentadas en esta nueva confrontación. Los países árabes decidieron un embargo petrolero a los principales países occidentales que habían apoyado a Israel disparando el inicio de una crisis económica de alcance mundial.
En pocas semanas, se cuadruplicó el precio del petróleo. La alteración del valor del barril del crudo alteró la ecuación económica global. El dato fue seriamente perjudicial para la Argentina, que diez años antes había tomado una decisión políticamente bienintencionada pero estratégicamente equivocada, cuando el gobierno del presidente Arturo Illia anuló los contratos petroleros firmados por Arturo Frondizi, perdiendo el autoabastecimiento energético.
A su vez, una afluencia de petrodólares inundó las arcas del Kremlin, llevando al imperio soviético a expandirse en aventuras externas en Africa, América Latina y Asia, políticas que tendrían consecuencias catastróficas para Moscú en la década siguiente. Pero en aquella segunda mitad de los años 70 las corrientes mundiales parecían sonreírle a los jerarcas de la Unión Soviética. En cambio, en los países desarrollados se iniciarían los años de “estanflación”.
En el plano doméstico, la muerte de Perón, el 1 de julio de 1974, dejó un vacío político que abrió las puertas a una espiralización de la crisis. Poco después, Gelbard fue desplazado y asumió la cartera económica Alfredo Gómez Morales, quien había tenido una actuación destacada en el segundo gobierno peronista, pero no pudo estabilizar la crisis heredada en esta oportunidad. En ausencia del líder, las facciones aumentaron la violencia. En septiembre de aquel año, Montoneros pasó a la clandestinidad, para entregarse a una aceleración del proceso político a través de la vía de los hechos.
En tanto, envuelto en el escándalo del Watergate, Richard Nixon se vio obligado a renunciar a la Presidencia de los Estados Unidos. Menos de un año más tarde, en Vietnam, Washington tendría que aceptar otro duro golpe: reconocer haber perdido una guerra por primera vez en su historia.
Fue en esas circunstancias en que se produjo la llegada de Rodrigo al Ministerio de Economía de la Argentina, en junio de 1975. La CEPAL estimó que el “sinceramiento” económico operado por el Rodrigazo tuvo dramáticas consecuencias: la participación del salario en el PBI pasó del 42,7% promedio del período 1970-74 al 28,5% del período 1975-83.
El entonces secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Julio González, relata en en sus memorias, Isabel Perón: Intimidades de un gobierno (2006), que al asumir Rodrigo, su viceministro Ricardo Zinn le dijo que “el Mundial de Fútbol 1978 es indispensable para nuestro programa económico que parte de las premisas de pan y circo” y que “en cuanto a la corrupción que pueda haber en las adquisiciones, es inevitable. Recuerde el consejo que se las da a las chicas norteamericanas: si no puedes evitar la violación, relájate y disfrútala. Así se dirige la economía, doctor”.
Las medidas de Rodrigo provocaron un fuerte malestar social. Días más tarde el líder del radicalismo Ricardo Balbín concurrió a Olivos para entrevistarse con Isabel Perón. A la presidenta la acompañaban los ministros Rocamora (Interior) y Vignes (canciller). López Rega se encontraba en el extranjero. El titular de la cartera del Interior trató con deferencia al dirigente radical. En cambio, con el canciller, Balbín mantuvo un duro intercambio. Vignes afirmó: “Usted es muy pesimista, y no reconoce que a la Presidenta la aplauden en la calle”. Respondió Balbín: “Si, los trescientos que le juntan todos los días cuando sale de la Casa de Gobierno. Pero llévela al cine y que vea si la aplauden cuando aparece en los noticiarios”. Al retirarse, el radical se dirigió a la jefa de Estado: “Señora, si no hay cambios, me resultará muy difícil volver”.
El día 20 López Rega regresó al país. Su influencia en el poder parecía intacta: la propia Jefa de Estado fue a recibirlo en al Aeroparque.
Una manifestación sindical en contra del gobierno tuvo lugar una semana después. El blanco de las críticas era la dupla López Rega-Rodrigo. El historiador norteamericano Joseph Page cuenta: “El 27 de junio, por primera vez en la historia, los obreros organizaron una marcha monumental de protesta hacia una Casa Rosada controlada por los peronistas”. Aquel día, el ministro de Economía tuvo que abandonar una interpelación en la Cámara de Diputados, ante un llamado urgente desde la Casa de Gobierno, encendiendo furiosas críticas desde las bancadas opositoras. Desde el bloque oficialista, el diputado Ferdinando Pedrini intentó una curiosa defensa: “Déjenlo ir, ¿para qué le quieren seguir pegando?”.
Al día siguiente, renunció el ministro de Trabajo, Ricardo Otero. Su reemplazante fue Cecilio Conditti durante algunas semanas, para luego ser sucedido por un hombre de tan solo treinta años que iniciaría una larga y promisoria carrera: Carlos Federico Ruckauf.
La violencia, en tanto, continuaba su espiral ascendente. Acaso irrefrenable. El 1 de julio se conoció una cifra aterradora: desde la muerte de Perón, hacía exactamente un año, habían muerto 433 personas por causas políticas, es decir más de una por día.
En las semanas que siguieron la situación siguió descomponiéndose. El 11, finalmente se produjo la caída de López Rega, hasta entonces el hombre más poderoso de la Argentina. Su salida era un triunfo de los líderes sindicales, hartos del titular de Bienestar Social y favorito de la Presidenta. La cúpula de las Fuerzas Armadas actuó en esta ocasión en consonancia con los gremialistas. En su renuncia, López Rega escribió que con su dimisión procuraba “un aporte patriótico tendiente a lograr la pacificación de los espíritus perturbados”.
Celestino Rodrigo cesó en su cargo de ministro de Economía el día 20 de julio. Su controvertida gestión se había consumado en apenas seis semanas. Dos días más tarde, la CGT publicó una solicitada en los diarios en la que criticaba el plan económico del ex ministro por contener “resabios del más perimido liberalismo”.
Los historiadores continúan debatiendo si el Rodrigazo vino a destrozar lo que quedaba del Pacto Social de Gelbard o si, sencillamente, había sido tan solo un “sinceramiento” de una realidad inevitable, condicionada por una alteración inexorable de las condiciones globales, aquellas que imponen limitaciones objetivas a las acciones de los gobernantes.
Publicado en Infobae el 4 de junio de 2020.