Xi Jinping, el primer presidente chino en asistir al Foro Económico Mundial (WEF) que se celebró en enero de este año en la localidad suiza de Davos, dejó en claro que muchos de los problemas del mundo no han sido causados por la globalización, aunque dicha fase de la economía mundial encierra sus peligros, sin ser la causante de los mismos. Un argumento similar a quienes defendemos la democracia como sistema imperfecto, como construcción colectiva permanente.
En ese sentido, Xi sostuvo que la crisis financiera ha sido un problema en el mundo, pero no debido a la globalización, sino por “la caza excesiva de beneficios y el fracaso de la regulación.” Ante sus desafíos Xi dejó en claro que el proteccionismo, el populismo y el nacionalismo no son la solución, e instó directamente a los líderes mundiales a “permanecer comprometidos con el desarrollo del libre comercio y la inversión, la liberalización y la facilitación a través de la apertura y decir no al proteccionismo”. En franca contradicción con las posturas de Trump y de otros países que miran hacia las viejas recetas como solución a los dislocamientos sociales causados por una economía en constante cambio.
Trump, en su campaña había prometido retirar a EE.UU. del Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que mantiene ese país con México y Canadá, y ha rechazado el Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP) que ha sido acordado por Washington con Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Singapur, Vietnam, Malasia, Japón, México, Perú, Brunei y Chile. Los recientes acuerdos comerciales con China, días antes del Foro de la Franja y la Ruta que se celebró en Pekín con 30 presidentes y 80 delegaciones, que abarcan la venta de carne y gas al gigante asiático, parecen marcar un punto de inflexión –o de reflexión– en esa política, al igual que los titubeos en emprender el “USexit”.
Tarde o temprano el Estado chino abarcaría todos los rincones del mundo que ya le pertenecían.
Anna Bruce-Lockhart, editora del WEF, escribió: “Como América y parte de Europa contemplan el proteccionismo, la globalización y el libre comercio se encuentran amenazados, ¿Puede China surgir como un líder del nuevo orden mundial?”. Xi ha dicho en Davos que China estaba lista para asumir nada más y nada menos que el rol de líder mundial.
Ese rol, es parte de la Antigua cosmovisión China, según la cual el emperador era “Emperador del Mundo” por mandato divino y el globo entero era su dominio, aunque este no se hubiera efectivizado. Tarde o temprano el Estado chino abarcaría todos los rincones del mundo que ya le pertenecían.
Henry Kissinger en su libro “Nuevo Orden Mundial” deja claro este pensamiento que se remonta a las relaciones de China con Europa. Cuando el rey Jorge III de Inglaterra ofreció tratos comerciales con China, el emperador Chia Ch’ing contestó que su país no necesitaba nada de una potencia extranjera, y le recordaba que el rey del Imperio Británico estaba obligado a reconocer su subsumisión al trono de China, escribiendo: “Mi capital es el eje y el centro sobre el cual giran todos los cuartos del globo. Sus ordenanzas son muy augustas y sus leyes son estrictas en extremo”.
Dada su herencia, China no juega a ser segundo de nadie. En gran parte del siglo XX utilizó la retórica de la liberación del mundo con el maoísmo; ahora utilizan la retórica de la globalización del libre comercio, prometiendo inaugurar una nueva era de progreso y felicidad humana.
Con la cumbre mundial del Foro de la Franja y la Ruta, China refuerza su rol de líder mundial. El maoísmo o el libre mercado parecen ser retóricas de un espíritu ancestral de dominación natural del mundo.