domingo 13 de octubre de 2024
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El desempleo fantasma

El dato se conoció esta semana y disparó análisis de todo tipo en los medios de comunicación. Según el flamante INDEC, el desempleo del segundo trimestre de este año fue del 9,3%.

La foto es de por sí preocupante porque muestra que prácticamente una de cada diez personas que están en el mercado laboral en Argentina, no consigue lo que busca y a eso hay que sumarle un 7,7% de subocupados que en realidad quisieran trabajar más.

Pero lo que resulta fundamental es identificar de qué tipo de desempleo estamos hablando, porque, aunque tenga el mismo apellido, no todos los problemas del mercado de trabajo responden al mismo nombre; o para ponerlo en términos biológicos, “son bichos distintos”

Los economistas distinguimos entre el desempleo coyuntural, causado por el bajo nivel de actividad económica, atribuible por tanto a la crisis, y el desempleo estructural, que es el que se produce cuando las capacidades de los que buscan trabajo no coinciden con lo que está pidiendo el mercado.

El primer problema es de más fácil solución, porque simplemente se trata de que crezca la economía. Es cierto que no todo crecimiento tiene la misma fuerza para generar puestos de trabajo, pero si una economía crece de manera sostenida el desempleo coyuntural tarde o temprano desaparece.

El segundo problema es un poco más complejo, porque, aunque vuele la actividad a tasas chinas, las convocatorias de las empresas chocan contra la pared de una oferta que no les sirve. No es casualidad que según los datos que acaban de publicarse, el desempleo trepa al 18,9% en la población menor a 29 años, duplicando el promedio. Pensemos que de acuerdo a las estimaciones del CEDLAS, que depende de la UNLP, el 41% de los argentinos no han logrado terminar el colegio y si bien la economía también genera algunas oportunidades para los sectores con poca educación, cada vez es más difícil que una búsqueda de una empresa u organismo público no exija el título secundario. Se da entonces la paradoja de que los jóvenes se quejan de que no hay trabajo y simultáneamente las empresas despotrican porque no consiguen personal.

El diagnóstico

Obviamente la correcta conceptualización del problema es clave, porque si se confunde la enfermedad difícilmente demos con la medicina adecuada.

En condiciones normales para hacer ese diagnóstico uno debería observar que ha venido ocurriendo con el desempleo cuando la economía crecía y qué evolución mostró el indicador cuando a partir del 2012 se frenó la actividad. Podemos conjeturar que el desempleo que se observaba en el segundo trimestre del 2011 era en esencia de tipo estructural, porque la economía había tenido un fuerte crecimiento en los años anteriores.

Por otro lado, la diferencia entre el porcentaje de personas que buscaban trabajo y no lo encontraban en 2011 y el 9,3% que se conoció esta semana nos indicaría la magnitud del desempleo atribuible a la crisis. Incluso más; comparando con los guarismos que presentaba el mercado de trabajo en el segundo trimestre del 2015 sería incluso posible estimar el efecto que tuvo en el empleo la caída del PBI que empezó en el tercer trimestre del año pasado y lleva ya un año completo.

Por desgracia esa comparación no es posible, porque la adulteración de las estadísticas públicas que se inició con la intervención del INDEC en 2007 hizo que los datos de los últimos años fueran más truchos que un billete de tres pesos. Para muestra basta un botón; el Instituto de Estadística decía el año pasado que el desempleo en el Gran Resistencia era nulo, aun cuando el porcentaje de la población de ese aglomerado que trabajaba era el más bajo del país. Curiosamente en la región donde solo laburaba el 29,7% de la población, según el INDEC nadie buscaba trabajo.

La truchada consistía en decir que los que no estaban empleados, ya no pretendían estarlo. Como técnicamente solo se considera desempleado al que busca activamente un trabajo, el ardid escondía debajo de la alfombra el problema del desempleo coyuntural que se venía generando por el parate de la economía. Así, entre 2011 y 2015 en las estadísticas oficiales la tasa de actividad, que es el porcentaje de la gente que o bien está trabajando o bien buscando empleo, cayó sospechosamente del 46% al 44,5%. Ahora cuando el nuevo INDEC vuelve a relevar el mercado, el numero mágicamente vuelve a dar 46%. En el ínterin esa maniobra escondió debajo de la alfombra 1,5% de actividad, lo que corresponde a 3,2 puntos porcentuales de “desempleo fantasma”.

Por esta razón es probable que cuando se recupere el crecimiento económico, el desempleo baje paulatinamente hasta converger en torno del 6 o 7%, pero que más allá de ese nivel solo sea posible reducir el problema de la falta de empleo, mejorando la educación y garantizando que al menos y como mínimo, todo el mundo termine el colegio secundario.

Mientras tanto y para mejorar las chances de inserción laboral del segmento de jóvenes de bajo nivel educativo, que son el corazón del problema del desempleo estructural, quiero proponer que el Gobierno elimine los aportes personales y patronales que recaen sobre los salarios de ese segmento, absorbiendo además el costo de las indemnizaciones eventuales que hoy quiebran la voluntad de contratación de muchos empresarios y comerciantes que de otro modo los emplearían.

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