lunes 14 de octubre de 2024
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El destino de los asesinos (Una mirada histórica)

El siglo XX dió elementos para el asombro. Como se sabe, la Primera Guerra Mundial, que terminó con la vida de diez millones de soldados en trincheras llenas de inmundicia o en batallas inútiles no terminó con juicios a militares, como se debía. A las víctimas habría que sumarles otros diez millones de muertes por la gripe española que se originó en esas trincheras habitadas por ratas y cadáveres.

Como se sabe, hubo generales, en especial los franceses, que mandaron a la muerte de centenares de miles, sin ningún sentido, sólo para ganar unos metros o para consagrarse en la fatuidad y cuando llegó la paz no se los juzgó, pasaron al olvido. Atrás quedaban batallas (narradas con la fuerza de Robert Graves en Adiós a todo eso o por Erich María Remarque en Sin Novedad en el Frente) indescriptibles e inútiles en el proceso del conflicto, esas que duraban un mes y arrastraban a las fosas a seiscientos mil soldados de uno y otro bando.

Eso tiene nombre: matanzas colectivas, crímenes masivos. Sólo el genio del director Stanley Kubrick captó el sinsentido, la vanidad de los altos oficiales, la injusticia, la vida atroz de los soldados en Paths of Glory película lanzada al mercado en 1959, que aquí se dió a conocer como La Patrulla Infernal.

Más adelante, en las décadas del veinte y del treinta los especialistas comenzaron a usar los términos de “crimen de guerra” o “crimen contra la humanidad”, que luego guiaron a los jueces para emitir sentencia a los criminales y masacradores en masa de los nazis. Algunos fueron ahorcados y otros se salvaron del patíbulo suicidándose al concluir la Segunda Guerra Mundial o antes del Tribunal de Nuremberg.

De todas maneras, todo pasó rápidamente. En 1948 y antes, gran cantidad de nazis, responsables de muertes masivas encontraron vías de escape con la ayuda de Obispos croatas asignados al Vaticano, que les consiguieron pasaportes falsos y los hicieron escapar desde el puerto de Génova. Otros nazis entraron sin más en la nueva organización del Estado Alemán a partir de 1948, cuando comenzó a andar, bajo la administración de Adenauer.

Decenas de miles de nazis pudieron fugar a Estados Unidos, Canadá, Latinoamérica y Argentina con total impunidad. Se los ubicó varios años despues, aunque sin motivos grandes juicios elocuentes. Es que precisamente en 1948 ya estaba en funcionamiento la guerra fría donde importaba más la bipolaridad entre la URSS y Estados Unidos que el tema de los nazis, que se fue postergando.

En esa guerra fría las grandes potencias intentaron cada una de ellas ubicar mejores posiciones de privilegio. Se desataron guerras muy focalizadas: Corea fue la primera, Vietnam la segunda. Estados Unidos las perdió a todas.

Salió muy mal parado y no pudo cumplir el papel de “gendarme del mundo” el gran defensor de la libertad y el buen vivir. No hubo en esas guerras grandes culpables de las grandes muertes colectivas. En Vietnam murieron cuatro millones y medio de vietnamitas armados o simples campesinos y cincuenta mil norteamericanos (más doscientos doscientos mil heridos). Sólo se lo echó de Corea al general MacArthur, el de la reconquista del Pacífico, que proponía tirarle la bomba atómica a los coreanos del norte y a los chinos, que colaboraban con ellos.

Hasta entonces no se utilizaba el término “genocidio”, creado en 1944 por Raphael Lemkin, profesor de Derecho Internacional en Estados Unidos de origen polaco: “Genocidio es la matanza de un grupo humano por su condición religiosa o étnica o de pertenencia a un grupo minoritario y desvalido”. Así, tal como lo definió Lemkin, Genocidio fue el de los judíos, los homosexuales y los Testigos de Jehová, como el de los armenios y luego será el asesinato colectivo de los tutsis en manos de los hutus en Ruanda y Burundi en el África, o el que cometieron los comunistas del Khmer Rouge en Cambodia o el que acabó con un millón de comunistas en Indonesia por parte de militares aliados de Estados Unidos, o la que pegó sobre los nueve mil musulmanes en Sbernica en las guerras yugoeslavas en la década del noventa.

Hugo algo sorprendente: cuando se procuró juzgar a los dirigentes del Khmer Rouge muy pocos atestiguaron. Todos guardaron silencio cuando Slobodan Milosevic, asesino de musulmanes bosnios fue llevado ante un Tribunal Internacional. Nadie levantó el dedo contra los militares indonesios, ni con el transcurso de los años.

De la misma manera tuvieron suerte varios de los militares y civiles japoneses asesinos en masa de poblaciones ocupadas por la fuerza (chinas, coreanas, filipinas, de Singapur y de Birmania) durante la Segunda Guerra Mundial. Tokio cometió matanzas de lesa humanidad en todas las zonas donde se afincó en medio de un sangriento proceso de ocupación. Sin embargo, los juicios posteriores, después de 1945, fueron minoritarios en número porque el general Douglas MacArthur ya había asegurado la permanencia del emperador Hirohito y necesitaba a Japón reorganizada como aliada en la guerra fría. Así se cometió una tremenda injusticia: gran cantidad de genocidas quedaron en libertad.

Todo lleva a reflexionar sobre el uso de los términos. Y saber el significado de cada uno. Es injusta su mala utilización.

Una cosa es “crimen de guerra”, otra cosa es “terrorismo de Estado” y otra muy distinta es “genocidio”, calificación que ha sido apropiada donde no corresponde. El caso conocido de genocidio fue el del general y ex-Jefe de Estado de Guatemala (durante la década del ochenta) José Efraín Ríos Montt, llevado a los Tribunales por ser el responsable de la matanza indiscriminada con uso de escuadrones de la muerte y del Ejército de comunidades originarias (doscientos mil víctimas) que él, despóticamente, acusó de ser cómplices de la guerrilla. Fue la guatemalteca Rigoberta Menchú -Premio Nobel de la Paz- quien presentó, con asociaciones españolas de derechos humanos cargos de tortura, genocidio, detenciones ilegales de pueblos aborígenes. Los mataron por su condición étnica, no por otras razones. Nunca hubo complicidad.

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