Parece un mundo bizarro como el de las películas “Mondo” iniciadas por el italiano Gualtiero Jacopetti en 1962, pero en realidad es el mundo del patriarcado que estamos intentando superar, algo tan necesario y urgente como revertir el cambio climático.
En estos días, en la Argentina, el nombre del femicidio es Valentina Gallina. Mañana ¿quién sabe? Lo increíble: su madre también fue víctima de la cultura del macho cabrío. En el caso de Valentina –militante del movimiento Ni una menos- el fiscal comprobó que hacía tiempo su pareja la sometía a duras golpizas.
Su madre, Valeria, asesinada en 2008 de cinco puñaladas, también por su pareja, en la misma localidad – Olavarría, provincia de Buenos Aires – le dio nombre a un hogar de contención para mujeres en peligro: la Casa Popular Valeria. Enjuiciado en 2009, el femicida –aunque entonces no existía esa figura como agravante– fue condenado a diez años de prisión por el delito de “homicidio simple”. Hoy debe estar en libertad.
Queda en claro que todavía funcionamos en un caldo cultural que redime al macho y que somete a las mujeres a la pasividad de la situación de violencia de la que resultan muertas.
En 2018, el informe anual de la Corte Suprema de Justicia de la Nación establece la comisión de 278 femicidios en nuestro país, que en el 83 por ciento de los casos fueron cometidos por hombres con vínculos directos con las víctimas. El 56 por ciento fueron parejas o ex parejas. El 66 por ciento de los crímenes se cometieron en el ámbito del hogar de la víctima. ¿Cómo se puede prevenir esto? ¿Cómo se cambia la matriz cultural que “naturaliza” el femicidio? ¿Hay que deconstruir o derrumbar esa cultura de una buena vez?
Elena Ferrante, en su tetralogía sobre las dos amigas, erige un monumento a la situación de las mujeres mostrando la violencia desde la niñez napolitana de la década del ‘50, pasando por las restricciones que la cultura machista de su Italia natal le impone aún a las mujeres del opulento norte. En esa saga aparece la escritora florentina Carla Lonzi, líder del movimiento feminista Rivolta Femminile, el grupo que fundó junto a la pintora Carla Accardi, y a la escritora Elvira Banotti, en los años setenta. Lonzi no habla de deconstrucción, Lonzi blande una masa demoledora con su libro: “Escupamos sobre Hegel”, en tanto ideólogo de la burguesía, en donde el hombre maneja el Estado, la ciencia, la academia, mientras que la mujer, queda recluida en el hogar, ocupándose de la progenie.
Dice Ferrante en su libro, citando a Lonzi: “Escupir a Hegel. Escupir sobre la cultura de los hombres, sobre Marx, Engels, Lenin. Y sobre el materialismo histórico. Y sobre Freud. Y sobre el psicoanálisis y la envidia del pene. Y sobre el matrimonio y la familia. Y sobre el nazismo, el estalinismo y el terrorismo. Y sobre la guerra. Y sobre la lucha de clases. Y sobre la dictadura del proletariado. Y sobre el socialismo (…) desculturizarse a partir de la maternidad. No dar hijos a nadie. Deshacerse de la dialéctica del amo y el esclavo. Moverse en otro plano en nombre de la propia diferencia. La universidad no libera, sino que perfecciona la represión. Contra la sabiduría. Mientras que los hombres se entregan a empresas espaciales, para las mujeres la vida en este planeta está por empezarla mujer es la otra faz de la tierra. La mujer es el sujeto imprevisto”.
En su manifiesto Rivolta Femminile sostenía: “La mujer no ha de ser definida en relación con el hombre. En esta conciencia se fundan tanto nuestra lucha como nuestra libertad (…) La mujer es lo otro con respecto al hombre. El hombre es lo otro con respecto a la mujer. La igualdad es un intento ideológico de subordinar a la mujer en niveles más altos (…) Identificar a la mujer con el hombre significa anular la última vía de liberación (…) Para la mujer, liberarse no quiere decir aceptar la misma vida que el hombre, porque es invivible, sino expresar su sentido de la existencia (…) La mujer como sujeto no rechaza al hombre como sujeto, pero lo rechaza como rol absoluto. En la vida social lo rechaza como rol autoritario”.
Hoy, en la Argentina, la nueva administración ha creado el Ministerio de Equidad para abordar este cambio cultural urgente mediante políticas públicas adecuadas. En momentos en que Lonzi y sus compañeras creaban su manifiesto, nacía Elizabeth Victoria Gómez Alcorta, abogada y flamante ministra del área.
La tarea que tiene por delante es enorme, apasionante e impostergable, una tarea cultural y política –como sostiene el politólogo rosarino Luciano Fabbri- “que implica no solo trabajar con los varones sino apostar a transformar las estructuras de poder y la organización social, por lo que no es de alguien en particular, es la tarea de todas las instituciones: es la tarea del Estado, es la tarea del sistema educativo, es la tarea del sistema de salud, es una tarea comunitaria, colectiva y de las organizaciones”.