Partiendo de un salario bruto promedio de $51.225 para los trabajadores registrados ($39.893 para la mediana), el aumento por decreto de $4000 en dos cuotas de $3000 y $1000 respectivamente, representa el 7,8% y aunque sea a cuenta de paritarias, tiene el efecto de adelantar las recomposiciones, por lo que eleva el promedio de remuneraciones del año, el doble que si ese aumento entrara recién a partir de julio. Ok, para ser exactos son 5,85% en enero y otro 1,95% en febrero, porque es en dos cuotas asimétricas, pero en virtud de cobrarse todos los meses tiene el mismo efecto que una eventual suba del 15,28% a percibir desde julio en adelante.
Lo que logra entonces el aumento por decreto, además de su potencial efecto reactivante del consumo, es permitir que en la ronda de negociaciones paritarias se cierre un aumento mas bajo, sin afectar el promedio anual de mejoras.
Concretamente, para el caso (ficticio) de un acuerdo que alcance un aumento que corra a partir de julio, el decreto le permite asegurarles a los trabajadores una mejora promedio anual del X% durante 2020, con una paritaria 7,6 puntos porcentuales menor a X. Así; si el objetivo es que las paritarias cierren en el número mágico de 35%, por obra y gracia del decreto, el aumento promedio terminará siendo del 42,6%, con lo que el gobierno logra mejorar el bolsillo de los trabajadores y al mismo tiempo setear el ancla psicológica del 35% de nominalidad.
La estrategia se despliega en una semana en la que el Presidente volvió a la carga con el argumento de la “inflación autoconstruida”, que pone en valor el rol de las expectativas en el proceso de fijación de precios. Si los que ponen los precios esperan una inflación mas alta y se adelantan, cubriéndose ante la perspectiva de mayores costos de reposición (oferta), o ante la presunción de que la gente convalidará los aumentos nominales (demanda), pues la profecía se autocumple.
Claro que Fernández fue un poco mas “ingenuo”, porque sostuvo que esa “es una inflación que no existe de verdad”, desnudando cierta convicción subyacente de que los aumentos “de verdad” son los que se producen por inflar los medios de pago sin que aumente su demanda.
En rigor, todos los aumentos son de verdad, incluso los que se producen sin convalidación monetaria, chocando con la demanda y profundizando la recesión.
Por otra parte, tampoco las expectativas nacen de un repollo. Si hay una historia de 80 años de emisión sin respaldo y si el propio Presidente dijo en campaña que iba a pagar todos los aumentos con los intereses de las LELIQs, entonces sea que las expectativas se formen mirando hacia atrás, o hacia delante, es razonable que la gente espere mas inflación y busque adelantarse.
Además, lo cierto es que diciembre cerró, según las estimaciones privadas, con una inflación entre 4% y 4,2% al tiempo que la circulación monetaria en poder del público creció 20%, de modo que los precios parecen estar corriendo de verdad y si el gobierno quiere frenar las expectativas, tendrá que desinflar de verdad.
Esto explica por qué lo único que no subió en diciembre fue el dólar oficial, a punto tal que el reporte de expectativas del mercado (REM) que publica el Banco Central, muestra que los especialistas esperan un dólar oficial de $80,5 para fin de año, cuando el mes pasado pensaban que iba estar en $85,9.
El gobierno puede entonces controlar algunos precios que ayudan a formar expectativas de inflación, como el dólar oficial, los combustibles y las paritarias, pero para que el modelo no explote por los aires necesita consistencia monetaria. Desde el BCRA (en off) me aseguran que, en febrero, cuando desaparezca la demanda estacional de fin de año, aspirarán los pesos sobrantes, al mismo tiempo que anuncian que volverán a hacer operaciones de mercado abierto emitiendo letras para el público, como las viejas LEBACs, aprovechando el colchón de 18 puntos porcentuales que existe entre lo que hoy les pagan a los bancos por las LELIQs y lo que las entidades pagan por los plazos fijos a los ahorristas. Matarían de este modo dos pájaros de un tiro, porque limpiarían sobrante monetario (quitándole presión al dólar paralelo) dándole una mejor tasa a los ahorristas.
Febrero aparece entonces como un mojón en lo monetario y marzo es la fecha en la que debería estar despejada la incertidumbre sobre la estrategia para el canje de deuda. En esos dos meses, se juega la suerte del plan Alberto.
Publicado en Clase Media, el newsletter de Martín Tetaz el 6 de enero de 2020.