domingo 24 de noviembre de 2024
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Jorge Sigal: “La gestión de medios en el gobierno está teñida de la puja de poder”

¿Cuál es tu interpretación como analista político de esta nueva etapa que comienza en la Argentina con Alberto Fernández como presidente?
Si hacemos un análisis hasta las elecciones PASO, en agosto, el escenario que se podía avizorar en la política era muy distinto al que se generó a partir de los diez días posteriores a las PASO. La reacción del entonces gobierno de Mauricio Macri, con la coalición como una fuerza que podía disolverse en el aire, fue la de pasar a la contraofensiva para llegar con dignidad a las elecciones generales y a la entrega del mando. Esa fue una decisión política de enorme trascendencia, que modificó el escenario en todos los sentidos. Se fortaleció el ala más moderada de la fuerza ganadora, porque el ala extremista tiene que mirar inevitablemente el mensaje que dieron las urnas de un país, que no está dividido en tercios sino que tiene un 41% y que dice “estas cosas no nos gustan” pero que además aprendió a movilizarse. Es decir que la movilización -que parecía patrimonio de un sector político tradicional o del peronismo y de sus bases- deja de ser exclusivo y empieza a ser un condicionante, una especie de “republicanismo popular”, expresión interesante de Jorge Fernández Díaz, que defiende valores no negociables y esto me parece que es muy importante porque define un poco el inicio de la gestión de alberto fernández 
 
¿Decís que el resultado de las PASO asustó al gobierno de Cambiemos y lo obligó a reaccionar?
No diría que lo asustó sino que tuvo el coraje de reaccionar como pocas veces se reacciona ante una derrota política. Esa reacción es determinante para analizar la política de Alberto Fernández. 
 
¿Es un condicionante?
Es una expresión de que en el mundo actual nadie puede hacer lo que quiere y eso se aplica a la derecha, a la izquierda, al centro o a la política. Nadie puede hacer lo que quiere. Hay un factor que si uno no lo tiene en cuenta, te genera disgustos y disgustos quiere decir que te puede voltear el sistema. Es lo que te pasa en Chile, algo que nadie previó. Lo que digo es que si vos no escuchás el sonido del silencio, tarde o temprano lo pagás. Alberto Fernández tiene una ventaja: vio lo que pasa en latinoamérica, ve lo que pasa en el mundo, la crisis de representaciones que hay en el mundo; y sabe que tiene dentro de su fuerza un sector radicalizado, fanático, que no tiene nada que ver con la democracia, encabezado por Cristina Fernández de Kirchner. Alberto Fernández hizo un esfuerzo grande -incluso la locutora que lo presentó cuando asumió dijo “el presidente de la unión de los argentinos”- en el discurso, más allá del tema económico que acaparó bastante, se centró en la unión de los argentinos.
 
Es cierto que Fernández asumió hablando de la unión, pero a su vez el flamante Ministro de Cultura presentó días antes de asumir “Tierra arrasada”, un documental crítico del periodo macrista que es una suerte de bajada de línea para la militancia. 
Me parece que hay una puja. No puedo valorar las intenciones del presidente de la nación y tampoco valorar definitivamente sus discursos porque la volatilidad es otra de las características de los tiempos que corren. Pero voy a tomar el discurso inaugural como plataforma para exigirle al presidente que lo cumpla.  Fue un discurso casi inobjetable, salvo las zonas grises que se prestan a interpretación y que creo que ahí tenemos uno de los desafíos que vienen. Por ejemplo, en el tema judicial el presidente dio trazos gruesos que se pueden tomar para un lado o para el otro. Puede ser que se trate de una gran transformación de la Justicia, que es necesaria y sobre la cual todos coincidimos, o puede significar un manto de impunidad para los acusados de delitos de corrupción, lo cual sería un retroceso gigantesco para la Argentina. 
 
La palabra “corrupción” no apareció en el discurso de Fernández.
Creo que ahí nos aproximamos a otro de los grandes problemas o desafíos nudos que están planteados para la próxima gestión porque suponemos que la base del acuerdo con Cristina Fernández de Kirchner -a quien no le alcanzaba para ganar- con Alberto Fernández -que le dio el plus para poder llegar al gobierno- está en el certificado de olvido de las causas judiciales, al menos las que sean contra la la ex presidenta. ¿Y qué significa eso? ¿Que van a salir en libertad todos los acusados? ¿Que los bolsos de dinero van a pasar al olvido? Si es así, ojo, porque afecta los intereses de una parte de la sociedad que, insisto, también aprendió a movilizarse.
 
Casi que Fernández le habló a esa parte de la población cuando dijo que si en algo se equivocaba, la gente saliera a la calle para hacérselo notar.
Alberto es un político pragmático, realista. Insisto: si el oficialismo actual hubiera ganado por el 56% y Juntos por el Cambio hubiera sufrido una derrota estrepitosa, el escenario político de hoy sería otro.

 

¿Qué escenario imaginás en cuanto al manejo de los medios por parte del nuevo gobierno, tanto en la relación con los medios privados como en la gestión de los medios públicos? 
Todo está teñido de lo mismo, vamos a tener una puja. Es muy reciente y sería muy apresurado evaluar la gestión de los medios por el primer indicio que tenemos, que son los nombres de los funcionarios a cargo. De esos nombres se desprenden, sí, un par de cosas. El albertismo, por llamar de alguna manera a la parte más racional de la fuerza del gobierno, parecería hacerse cargo de los medios públicos. Eso significa que tenemos una posibilidad de que no se reedite la misma historia sino de que tenga otra vuelta, entonces es probable que no veamos ese escenario dantesco que vivíamos con el programa de TV 678. Pero va a ser una puja y la expresión de esa puja la representó Tristán Bauer, nada más y nada menos que el Ministro de Cultura. Yo no recuerdo un registro de cultura en la historia argentina que tenga como carta de presentación un documental, bastante elemental por cierto, bastante poco artístico por cierto, de propaganda política. Por ahí me estoy equivocando ¡pero es el Ministro de Cultura! No interesa lo que piensan los funcionarios sino lo que hacen. Pero que su plataforma de presentarse en sociedad como futuro Ministro sea un documental que se llama “Tierra arrasada” y que es una detractación de periodistas y opositores, no me da muy buena señal. Por eso digo que vamos a ver, vamos a juzgar hechos. Lo que parecería es que el albertismo -el sector que yo a partir de ahora voy a tratar de que se consolide y que tenga éxito en su gestión porque me parece que es mejor para todos- va a tener que pelearla y disputarle los espacios a estos sectores que son ultra ideologizados, que creen que están haciendo una revolución, que no tienen convicciones democráticas. Entonces con la asunción del nuevo gobierno no es que todo cambió o que todo va parejito porque además no hay un liderazgo consolidado. Lo que gobierna hoy es una coalición entre sectores que se odiaron y tuvieron que juntarse para poder ganarle al gobierno anterior.
 
¿Cómo están armados los medios privados para afrontar el nuevo escenario político y el futuro general del sector?
Ahí se mezclan cuestiones. Los medios están en un proceso donde es inevitable que, tanto los medios como los periodistas, revisemos muchos de los atributos de nuestra profesión, que están muy deteriorados. El nivel cultural que expresamos en la simplificación del análisis, en el reino de la opinología, eso de trasladar el café a las editoriales de los diarios o a las opiniones de los medios públicos, esto que ha traído este nuevo mundo de las redes, este lenguaje que nos resulta nuevo, estamos aprendido a caminar en un mundo que no dominamos. Todo eso se junta con una gran ofensiva -bastante primaria, bastante elemental- de sectores que quieren imputar a los medios el “lawfare”, esta nueva tendencia que se impuso en Estados Unidos en realidad para combatir a los defensores de los derechos humanos y que en Argentina le damos una curiosa interpretación progresista, que es que habría una supuesta conspiración gigantesca entre la Justicia, los operadores judiciales y la prensa. El presidente tuvo algún desliz, sobre todo en el acto, porque se ha puesto de moda castigar al mensajero. Me parece que esto es una de las batallas que vamos a tener que librar.
 
¿Gobiernos contra periodistas? 
En principio hablo de nuestros gobiernos. En el mundo también está pasando. 
 
En Estados Unidos están difamando directamente desde las oficinas de gobierno a periodistas con nombre y apellido.
A mi siempre me sorprende que estemos viviendo este proceso de detracatación de los medios, cuando se ha probado efectivamente que a los medios se les gana. Tanto Trump como Bolsonaro, por ejemplo, les ganaron a los grandes conglomerados mediáticos. Lo que pasa, creo, es que el periodismo resulta un buen chivo expiatorio para canalizar el descontento natural que las sociedades tienen frente a sus a sus cuestiones no resueltas. Toda generalización es fascista. Cuando yo escucho decir “los periodistas”, pongo mano a mi revolver; cuando escucho “los políticos”, pongo mano a mi revolver; cuando escucho “los jueces” o “los abogados”, pongo mano mi revólver. ¿Por què? Porque me parece que es la trampa de la generalización. Esa trampa trae como consecuencia la persecución y no el esclarecimiento. Nunca un proceso de renovación, de actualización, de modernización, de oxigenación, vino de la mano de una batalla generalista. Si los judíos son avaros, matamos a los judíos. Como soy judío, y tengo la piel curtida con la historia de mi comunidad, cuando comienzo a escuchar generalizaciones -incluso cuando las hagan incluso los judíos- me opongo.
 
Bueno, en lugares como México están asesinando a los periodistas.
Exactamente, porque una cosa lleva a la otra y esto hay que tenerlo muy en cuenta porque prende en determinados sectores sociales. Los que promueven este tipo de cosas, saben por qué lo promueven, porque no resuelve los problemas. Los problemas de Chile, por tomar un caso ajeno y siempre con respeto, no los resuelve buscar un chivo expiatorio porque te estalló el sistema. Entonces, si las fuerzas democráticas -y todas, desde Piñera hasta el Partido Comunista, son fuerzas que tienen representación social- no pudieron ver la crisis que se avizoraba en Chile, no lo resolvés acusando a grupos extremistas -que los hay- ni a periodistas detractores y al servicio de poderes oscuros -que los hay y los ha habido siempre, al igual que en Argentina-, sino que tenés que afrontar esos problemas y abordarlos con profundidad. Vuelvo al problema de la simplificación y la generalización. Ya lo vivimos con el kirchnerismo, que con una burda política de medios -basada en la propaganda más escandalosa- puso en riesgo la libertad de expresión en la Argentina. Si ponemos en riesgo la libertad de expresión, ponemos en riesgo la democracia. No hay democracia sin libertad de expresión. Entonces, los errores de los periodistas, las falencias de los periodistas, tendríamos que tratar de resolverlas entre los periodistas, y tenemos problemas serios. Ahora bien, no funcionamos como una corporación, o por lo menos no es deseable que funcionemos como una corporación, entonces deberíamos funcionar como una asociación de gente preocupada por mejorar nuestra profesión, por modernizarla, por actualizarla para no perdernos los trascendentales cambios sociales que se están produciendo en el mundo.
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