Tal vez ningún género artístico haya dado tanta bibliografía y reflexión teórica como la fotografía. Gisèle Freund, socióloga y fotógrafa franco alemana nacida en 1908 en Berlín, es uno de los casos más interesantes de la comunión entre la experiencia artística y la reflexión conceptual. Fue la primera en escribir una tesis doctoral sociológica sobre fotografía, y su producción teórica continuó en el tiempo con otros textos. El de mayor repercusión fue La fotografía como documento social, escrito en 1974, donde la autora repasa la historia social de la disciplina en una clave interpretativa que privilegia la interacción del hecho fotográfico con la construcción del mundo social.
La biografía de Freund incluye un capítulo argentino y la muestra en el Museo Sivori de la Ciudad de Buenos Aires lo muestra especialmente bien. Curada por Clara Masnatta, la exposición refleja, especularmente frente a su objeto, una investigación teórica rigurosa y se concreta estéticamente de un modo didáctico, bello y comprensible. La investigación de la curadora permite al espectador encontrarse con una serie de fotografías inéditas y con dos proyecciones con diapositivas que Freund preparó especialmente para una conferencia audiovisual y para una retrospectiva parisina en 1968. La inclusión de estas perfomances le confieren a la exposición en el Sívori su carácter de espectáculo al mismo tiempo que rescatan un documento de un valor inestimable.
Lo primero que sorprende al espectador es el panteón latinoamericano de fotografías montado sobre una de las paredes laterales de la sala. Son 37 tomas que Masnatta encontró durante su investigación, que incluyó, entre otros sitios, el Archivo Walter Benjamin, la Biblioteca de México y la casa de Victoria Ocampo en la provincia de Buenos Aires. Pero la sorpresa no es solo documental, el modo en que están expuestos los retratos es singularmente llamativo y responde también a una mixtura entre historia y estética visual. Lo que se ve no es el tradicional retrato fotográfico enmarcado sino una cajas de luz retroiluminadas que llevan la experiencia visual a un escalón superior. Estas cajas backligth proyectan la imagen logrando un efecto realista verdaderamente conmovedor. En algunos de los retratos esta textura es particularmente expresiva y proyecta una fortaleza sensible con gran poder de comunicación. Sucede en los retratos más conocidos de Borges y Bioy, en el maravilloso rostro en primerísimo plano de Joaquín Torres García convertido en un patriarca sabio y en el plano de cuerpo entero de Pedro Henríquez Ureña.
El ejercicio conceptual que hace la curadora es interesante también en sentido histórico. A finales de la década del 30 y principios del 40, años en los que Gisèle Freund tomó esta serie de fotografías a intelectuales latinoamericanos en Buenos Aires, la posibilidad técnica de pasar esos registros al papel era prácticamente imposible. La tecnología permitió antes la aparición de la película fotográfica en color que la del papel donde imprimirlas, y en el caso de las fotos expuestas, el coloreado se hizo a mano en un taller especializado para la exposición en la Asociación Amigos del Arte que la artista montó en 1942. Mostrar hoy de este modo las obras responde a un doble juego visual y teórico en donde se pone en diálogo la dimensión histórica y se propone un dialogo posible entre lo analógico y lo digital.
Esta exposición es un rescate emotivo del patrimonio visual de nuestro país visto con ojos europeos. Hay una dimensión que resalta, tanto en lo formal como en el plano de las ideas y que surge del temperamento de las fotografías y de los aportes documentales: la Argentina de esos años es la última Argentina cosmopolita. Las élites intelectuales, las vanguardias estéticas, las clases adineradas y los artistas estaban comprometidos con lo que sucedía en el mundo y querían dialogar con otras realidades en un plano de igualdad. Hay una fotografía particularmente hermosa y demostrativa de este clima en la que Denis de Rougemont, Victoria Ocampo, Louis Jouvet y Madelaine Ozeray conversan en la terraza de la casa de Ocampo en la calle Rufino Elizalde. La foto es de 1945, una año emblemático para la relación entre arte, política y sociedad en la Argentina.
Publicado en Revista Ñ el 28 de noviembre de 2019.
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