A falta de problemas nacionales, los sucesos en el vecindario ocuparon gran parte de la atención de los últimos días. Las redes sociales fueron uno de los escenarios principales de un debate que, como no podía ser de otra manera, se desarrolló en el marco del “argentinocentrismo” reinante.
¿La coyuntura chilena es como la Argentina de 2001? ¿Lo ocurrido en Bolivia es asimilable al golpe de 1943 o a la caída de Frondizi? La idea es la misma. Para qué analizar corrientes regionales y globales, o bucear en la historia chilena o boliviana buscando pistas de lo que hoy ocurre, si se puede usar a la Argentina de rasero universal.
Tratando de salir de esa trampa, y como estrategia provisional, se podría empezar ubicando estos hechos puntuales en un contexto mayor. Esto permitirá extraer algunas tendencias generales que abran camino a posteriores investigaciones sistemáticas. Sobre todo, para cuando los académicos tengamos acceso a información clara y veraz que permita trabajar con la mesura que hoy falta, tan cercanos al calor de los acontecimientos.
Entonces, ¿puede pensarse alguna relación que supere la mera contemporaneidad entre los sucesos que ocurrieron en Perú, Ecuador, Bolivia y Chile? ¿Puede extenderse esa relación a los conflictos que se registraron en Haití, Hong Kong, Irán y Papúa casi al mismo tiempo? Los conflictos en Cataluña, el Brexit y Francia con los chalecos amarillos ¿pueden meterse en esa misma bolsa?
En 1997 la organización Freedom House hacía un balance sobre la cantidad de Estados con sistemas democráticos. En 1987 eran solo 69 países, una década después, había casi un 40% más: 118 democracias, el número más alto en la historia. Pero desde entonces, las cosas comenzaron a cambiar. En 2019, Freedom House registró el decimotercer año consecutivo de disminución de las democracias en el mundo. La proporción de países libres disminuyó al 44%. La conclusión del informe de la organización es tajante, dramática y, posiblemente, un poco apresurada: la democracia está en retirada.
LA CONTRAOLA
En los años de las primaveras democráticas que encontraron, luego de la caída del muro de Berlín, su punto culminante, Samuel Huntington propuso el modelo de olas y contraolas para explicar y graficar los momentos de avances y retrocesos globales de la democracia. Viéndolo desde hoy, nos hallamos en el centro de una nueva contraola que aún no tiene una característica definida y -menos aún-, un final a la vista.
Diversos estudios sobre las olas democratizadoras ponderaron la influencia del contexto internacional en los sucesos nacionales. Ese contexto es radicalmente opuesto al actual. Estados Unidos y China no están muy preocupados por el tema, y hacen sus jugadas sin tomar en cuenta los avances o retrocesos democráticos que estos implican. Al mismo tiempo, Europa ya no es la de hace 30 años, y hoy debe luchar contra sus propios fantasmas autoritarios y una disminución de su influencia relativa global.
A diferencia del viejo mundo soviético, otros países comunistas como China y Vietnam dieron un visible volantazo. Mientras Gorbachov pensó que debía modificar simultáneamente el régimen político (glasnost) y las reglas económicas (perestroika), sus camaradas asiáticos entendieron que la solución era diferente: adoptar el capitalismo, incluso en sus formas más extremas, y dejar de lado la democracia o cualquier tipo de liberalización de los regímenes políticos que encabezaban.
El modelo fue exitoso. Un renovado capitalismo de Estado permitió a las cúpulas permanecer en el poder, acrecentar el control social y, al mismo tiempo, iniciar fuertes procesos de crecimiento y desarrollo. Por eso, la receta rápidamente fue imitada por otros países, aunque ya sin la idea socialista de por medio.
Se popularizaron así los denominados regímenes híbridos, porque congeniaban aspectos de regímenes democráticos y autoritarios. Si bien se mantenían las elecciones, al mismo tiempo se registraba una gran concentración del poder en sus líderes, lo que redundaba en ataques a la oposición política, a la prensa y a los periodistas críticos, el bloqueo de internet y redes sociales y la persecución contra activistas sociales.
En muchos de estos modelos -característicos de la hoy predominante región Indo-Pacífica- se observan algunas tendencias que se deben atender, sobre todo, en el marco de la expansión geopolítica de Oriente hacia Occidente. En primer lugar, la reaparición de las Fuerzas Armadas. Pocas veces bajo la forma de golpes de Estado clásicos, pero sí como soportes políticos, liderando burocracias gubernamentales e, incluso, como armadoras de partidos políticos y conductoras de bloques legislativos.
EL PESO DE LA RELIGION
Un segundo fenómeno es el creciente peso de la religión en la política. Ya sea el budismo nacionalista en Myanmar, el nacionalismo hinduista en India, el islamismo conservador en Indonesia, Brunéi y Malasia, o el cristianismo excluyente en Filipinas y Fiyi. Al avance de sectores evangelistas en países occidentales, podría sumarse la polémica ley del Estado-nación que polarizó la sociedad en Israel, y los avances sobre el laicismo en Turquía. Como ha mostrado el Pew Research Center, existen incluso crecientes persecuciones globales hacia personas que no profesan religión alguna.
Una tercera tendencia es el aumento de conflictos sociales y políticos por cuestiones medioambientales, potenciado en países con poblaciones rurales. A estas presiones sobre el sistema político, debe agregarse el impacto (a veces combinado) de redes de crimen organizado, corrupción estatal y violencia institucional, formal e informal.
El cuarto de los aspectos que debe resaltarse es la heterogeneidad -e incluso la contradicción- de los reclamos, y la convivencia de demandas sobre aspectos coyunturales y estructurales. En muchos de estos casos, apuntan a la rediscusión de acuerdos o pactos firmados en generaciones anteriores, ya sean de transición, de descolonización, de pacificación, de delimitaciones geográficas, de convivencia interétnica o de organización federal.
En este marco de sociedades polarizadas, o que son muy heterogéneas étnicamente, y que además muestran reclamos sociales insatisfechos, la presión sobre el mecanismo de resolución de conflictos -las elecciones- se ha vuelto difícil de manejar.
Por eso, una de las gotas que rebalsa el vaso de la paciencia social es la cooptación de las autoridades electorales por los oficialismos de turno, generando la pérdida de legitimidad del único espacio común donde se pueden resolver los conflictos.
CAJA DE PANDORA EN LATINOAMERICA
Los hechos recientes en América Latina combinan demandas de urgente atención, pero también pedidos de cambios profundos, difíciles de resolver sin amplios consensos sociales y un acuerdo sobre el régimen político. Sobre eso también se montan sectores extremos, para quienes lo mejor es que pase lo peor.
Los famosos pactos de la Moncloa -también bajo presión en los últimos años- avanzaron en la resolución de la transición política española, pero también en resolver consecuencias de la herencia del franquismo y la guerra civil. Además, sentaron las bases para el crecimiento y el desarrollo de la economía y la sociedad española.
En América Latina, los distintos pactos de democratización -más o menos explícitos- solo avanzaron en un superficial pero significativo acuerdo: las elites ya no se matarían por el acceso al poder. Ni más ni menos. Al ser el único acuerdo al que se ha llegado, está muy claro cuáles son las consecuencias de romperlo. Todo lo restante debía resolverse en el estrecho margen delimitado por la vía electoral. Algunos países lo aprovecharon mejor, y otros no.
Es posible arriesgar que los países que hayan logrado mayores consensos en sus pactos tengan la gimnasia necesaria para reformarlos. La firma del acuerdo de los partidos chilenos podría ser una buena noticia en ese sentido, y convertirse en uno de los modelos a seguir para renovar la voluntad colectiva de una sociedad para vivir bajo reglas democráticas.
Venezuela es todo lo opuesto y un eficaz recordatorio del costo de romper y reemplazar unilateralmente acuerdos de convivencia común. ¿Será el primer ejemplo en nuestra región de un capitalismo de Estado al estilo de los que cunden en tierras orientales?
PREGUNTAS PARA ABRIR Y CERRAR
En esta coyuntura, las preguntas sobran y son más estimulantes que las certezas. ¿Están en discusión los pactos de la transición en América Latina? ¿Estos pactos se han agotado y deben renovarse o están siendo impugnados en su sentido democratizador? ¿Cómo impacta el contexto internacional? ¿Bolsonaro es también un producto de este tipo de crisis? ¿Por qué la Argentina muestra una inusual supervivencia de su pacto transicional? ¿México reestructurará o reforzará las peores aristas de su sistema político con AMLO? ¿Cuba seguirá siendo una influencia autoritaria en las izquierdas latinoamericanas?
Es difícil responder todas estas preguntas (y más) hoy mismo pero, como mínimo, son un buen punto de partida para avanzar en una agenda de reflexión e investigación que evite la tentación de titular y pontificar, renunciando así a entender por qué las cosas ocurren de unas maneras y no de otras.
Publicado en La Prensa el 25 de noviembre de 2019.
Link http://www.laprensa.com.ar/483315-La-democracia-en-America-Latina-Houston-estamos-en-problemas.note.aspx