Mientras un golpe de estado deja a Bolivia en manos de bandas mafiosas, Chile sigue ardiendo a fuego lento, Venezuela sigue atrapada en su laberinto, Nicaragua sufre los desvaríos de Daniel Ortega, Perú se repone de una salida anticipada de su presidente, Brasil amanece con la libertad de Lula Da Silva y el odio renovado de Jair Bolsonaro y sus seguidores; la Argentina se encamina a una transición democrática ejemplar.
Es cierto que, desde el punto de vista de la economía, a una década de viento de cola le ha sucedido un huracán de proa que ralentizó o detuvo la salida de la pobreza de millones de personas y el progreso de muchas otras. Su insatisfacción adquiere los más variados ropajes, uno de ellos es el descrédito de la democracia como sistema de gobierno que no responde a sus necesidades. Ese descrédito es aprovechado por los oportunistas. De modo que la democracia ha quedado en medio de la tormenta.
La encuesta anual de Latinobarómetro muestra, año tras año, ese declive. Para su edición 2018 -imaginemos 2019- la consultora, que desde 1995 realiza anualmente unas 20.000 entrevistas en 18 países latinoamericanos sobre el desarrollo de la democracia, la economía y los temas que preocupan a la sociedad, señala que sólo 48 por ciento considera que la democracia es la “forma preferible” de gobierno. Incluso en las grandes potencias regionales, Brasil y México, es una minoría la cantidad de ciudadanos -34 y 38 por ciento, respectivamente- que dice preferir la democracia a otros regímenes, incluyendo uno autoritario.
Al igual que el año pasado el país que más apoya la democracia sigue siendo Venezuela, donde el 75 por ciento la considera el mejor sistema de gobierno. El segundo y tercer lugar en apoyo de la democracia lo ocupan dos naciones con una larga tradición de defensa de esos valores, como Costa Rica y Uruguay -63 y 61 por ciento, respectivamente- a los que siguen la Argentina con el 59 por ciento y Chile con el 58 por ciento.
El problema reside en la radicalización del subcontinente entre populismos que han abandonado la democracia liberal por una plebiscitaria y una derecha desquiciada, religiosa, xenófoba y clasista que sobreactúa para un público ávido de orden y progreso. Este calco de condiciones de la Guerra Fría puede abrir tanto el camino de retorno de gobiernos militares, como el resurgimiento de movimiento armados como forma de dirimir los intereses que la política no puede procesar debido al daño de las instituciones que las alberga.
Lamentablemente, el nuevo presidente de la Argentina, Alberto Fernández, debe asumir en medio de una crisis económica y de condicionantes políticos que surgen de una vecindad turbulenta. Enfrentará los avatares de la gestión con una coalición política que aún no se puede vislumbrar en cuanto a su composición y eficacia y tendrá una oposición importante que ofrecerá un razonable balance de poder si se articula con responsabilidad. Un enorme y frágil equilibrio.
Latinobarómetro registra que los jóvenes valoran menos la democracia que es el régimen en el que han vivido siempre. Los mayores de 50 sabemos que la dictadura es el peor de los infiernos, que cuando se desata el odio muere la política.
La derecha avanza en el mundo derribando principios y valores que permitieron la paz relativa de la posguerra. Para horror de las almas sensibles Vox, en España, deja pasmados a quienes creíamos en la convivencia democrática. Bolsonaro, en Brasil, es un verdadero monstruo que cada día sorprende con un nuevo atropello a los valores que creíamos pétreos. Luis Camacho, en Bolivia, representa la prepotencia, el clericalismo y el odio a los indígenas que son el 80 por ciento de la población de su país. Maduro, en Venezuela, está acorralado por un informe que la ONU publicó con más de 6000 ejecuciones sumarias.
La democracia –que por cierto siempre fue una rara avis en la historia moderna- está en serios aprietos. Los EE.UU. con Donald Trump a la cabeza han abandonado su liderazgo para pasar a una política internacional partisana. A China, aparente próximo líder mundial, la democracia le tiene sin cuidado.
La Argentina, al igual que en 1983, se perfila como un oasis democrático en medio de tanta turbulencia regional. Hace pocas semanas, algunos de esos países hoy incendiados eran el espejo donde decían que teníamos que mirarnos.