jueves 31 de octubre de 2024
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Los malqueridos

Las discusiones posteriores a las elecciones presidenciales derivaron en un fenómeno recurrente de los últimos años: la subestimación y el ninguneo a los seguidores y electores de Cambiemos.

Desde el progresismo hacia la izquierda se los caracterizó reiteradamente como un sector antipolítico, cacerolero, desclasado, guiado por el odio, antipobres o clasemedieros por mencionar solo algunos. El inesperado poco más de 40 por ciento que obtuvo la formula Macri-Pichetto en las recientes elecciones revivió ese malestar por la existencia de un espacio que no es posible procesar –sobre todo por su magnitud– con la clásica división pueblo-oligarquía u otras de la inagotable cantera jauretchiana. Frente a esta realidad, la estrategia fue la negación y, en algunos casos, la apelación a un supuesto fraude electoral.

En un intenso resumen de ese resentimiento, con algo de camuflaje intelectual, Pablo Semán escribió pocos días atrás en Revista Anfibia que puede entenderse el gobierno de Macri en el contexto de “herederos multiplicados y silvestres del thatcherismo [que] llevan en su mochila [el] bidón de nafta para quemar mendigos y un mensaje de odio contra todo niño que no sea capaz de solventar la educación que lo haga competitivo en el mercado”.

Alberto Fernández y un sector del peronismo tomaron nota de la situación y, probablemente por ello, aumentaron las referencias a Alfonsín y los mensajes de posibles planes de tono gelbardiano. Si bien el presidente electo mostró más realismo que muchos de sus aliados, también reveló cierto anacronismo al interpretar el escenario político en clave de los años 70 y 80 en que predominaban los dos partidos tradicionales del país.

Pero esa incomprensión no es propiedad exclusiva de propagandistas y políticos. Es más fácil encontrar estudios y proyectos de investigación sobre el rey León que sobre los seguidores de Cambiemos. Los especialistas, muchos de origen académico, que últimamente pueblan los medios de comunicación ya habían comenzado a ignorar el fenómeno desde 2015.

En aquel momento desempolvaron los viejos apuntes de la facultad para repetir como mantras: “no puede ganar las elecciones un presidente que no sea radical o peronista”, “sin aparato nacional no se puede derrotar al peronismo”, “con las redes sociales no se puede ganar una elección”, “sin ser oficialismo en la Provincia de Buenos Aires no se puede ganar una elección presidencial”, entre otros grandes éxitos de ayer y de siempre.

En estos días post-elecciones, volvieron buscando revancha del fracaso pronosticador de 2015 (no solo las encuestas fallaron en este sentido). Como no podía ser de otra manera, el manual de los especialistas siguió aferrado a los viejos apuntes, pasando de augurar (léase desear) la vuelta del viejo y querido bipartidismo a discutir la cuestión de la institucionalización de la coalición Cambiemos, poniendo el asunto exclusivamente en manos de sus líderes y organizaciones.

“Ciudadanos y cineastas pueden afiliarse al partido que sientan más próximo” fue el mensaje irónico que recibió Juan José Campanella, quien había “osado” reclamar algún tipo de formalización de la coalición desde las redes sociales. La política es cosa de políticos (y de algunos politólogos).

Llamativamente, el saliente gobierno no lo ha hecho mucho mejor. Desde que empezó su gestión, fue un paso atrás de sus seguidores. Basta recordar que cuando parecía que el club del helicóptero cumpliría su ansiado objetivo, la espontánea movilización del 1 de abril de 2017 le dio a Macri un empujón que fue crucial para relanzar el gobierno y enfrentar exitosamente las elecciones legislativas de ese año. También hay que poner en ese contexto los esfuerzos de los propios asesores del presidente para desactivar aquella movilización.

Pero no hace falta retroceder tanto en el tiempo. Cuando el gobierno aún parecía groggy por los resultados de las PASO, y sin dar señales de recuperación, la movilización del 24 de agosto abrió camino a una nueva estrategia, como también a la instalación desde las redes de la cuestión de la fiscalización que, finalmente, involucró activamente a miles de personas en todo el país.

Aunque, algunos funcionarios se adjudicaron la paternidad de la idea, no es exagerado suponer que si los seguidores de Cambiemos no hubieran salido a la calle, la campaña hubiera seguido basándose en el envío de whatsapps y apelaciones sostenidas en un optimismo vacío y videos con obras públicas.

Es que el electorado de Cambiemos se mostró mucho más sofisticado que los dirigentes que pretendieron representarlo. En estos cuatro años probó que entiende cuándo es preciso movilizarse y tomar la calle en el sentido tradicional, al mismo tiempo que puede utilizar las redes sociales con fluidez.

No menos importante es que parece diferenciar los niveles de representación (y votar a Macri, pero no acompañar a Cambiemos a nivel de intendentes o gobernadores). En estos últimos años, además, incluso antes de la formación de la coalición, en 2013, sus votantes se coordinaron para dividir el voto y elegir a Gabriela Michetti y Pino Solanas, dejando afuera del senado a Daniel Filmus, mientras que en 2015, lo hicieron para unificarse y elegir a María Eugenia Vidal –relegando al candidato de Sergio Massa– para la gobernación.

El votante de Cambiemos dejó claro, además, que sabe diferenciar las PASO de las elecciones generales, usando las primeras para apoyar a otros candidatos o abstenerse de votar y luego utilizando la primera vuelta como si fuera el ballotage.

Esto no significa que estemos ante un grupo homogéneo y con un programa político bien definido. Todo lo contrario, pareciera que estos votantes saben mejor qué cosas no quieren, y las asocian claramente con algunas de las prácticas que el kirchnerismo llevó adelante en sus años de gobierno.

Lo que está claro es que, mientras especialistas, políticos y periodistas hacen sus quinielas y definen tiempos y liderazgos, los seguidores de Cambiemos están todavía ahí, como un convidado de piedra, esperando el momento para asomar la cabeza y patear el tablero político una vez más.

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