El columnista del New York Times fue inclemente: “Los políticos están tan podridos, y son tan corruptos, que la gente está harta de ellos y se aferra a algún candidato extremista o a un bufón xenófobo como Donald Trump”. Esa búsqueda desesperada no ocurre sólo en los Estados Unidos. En otros países también hay gente hastiada de políticos que mienten, roban y engañan. Pero no en todas partes se recurre a extremistas o bufones.
En muchos de esos países, las mayoría buscan a alguien (político o no) que las beneficie directa y e inmediatamente. Es el caso de los brasileño que votaron a Ademar Pereira de Barros, que ganó la gobernación de San Pablo enarbolando en las elecciones el lema ”Adhemar roba mas faz”, Roba… pero hace. La idea era que Ademar iba a robar como los otros, pero no iba a quedarse con todo. Que algo iba a repartir. Con parecido cinismo, un periodista norteamericano, Tucker Carlson, confesó: “Yo siempre voto por el candidato más corrupto. Siempre”. Según Carlson, los candidato decentes sólo venden palabras; en cambio los que buscan coimas únicamente las recibirán “si hacen obras”, adjudicándolas quienes les pasen dinero por debajo de la mesa.
En síntesis, Ademar sostuvo, y Carlson sostiene, que a la gente le conviene tener gobernantes ladrones. Uno, porque si lo votan van a repartir. El otro, porque la coima lo obligará a hacer cosas.
En realidad, la corrupción puede fingir que hay prosperidad, pero lo que hace es desarticular la economía y alejar la prosperidad verdadera. Se puede regalar plata emitiendo billetes sin respaldo, subsidiando u otorgando dinero sin contraprestación. Pero eso es pan para hoy, hambre para mañana.
El gobernante que roba mucho se hace popular regalando un poco. Pero la caja se va vaciando y, cuando terminó la fiesta, el país está peor de lo que estaba. Alguien, que puede ser quien lo suceda, tendrá que pagar esa fiesta.
La teoría de Carlson no soporta la prueba.
Cuando las prioridades del Estado dependen de las coimas, todo se distorsiona. Ocurre, sobre todo, en el manejo de las obras públicas. Los funcionarios corruptos contratan obras innecesarias y no hacen las que hacen falta. Manipulan licitaciones. Aumentan los beneficios de los contratistas. Pagan lo que no se debe. Con todo eso perjudican secretamente a la gente, porque la coima es, para el empresario que la paga, un costo que trasladará a los precios. Quienes hemos luchado contra todo eso (hasta enviar coimeros a la cárcel) sabemos lo imposible que es desatar por completo esa red de corrupción que une a empresarios desaprensivos con funcionarios deshonestos.
Pero no son los más. El peligro es que, si continúa su avance, la corrupción se haga imposible de combatir. Que se institucionalice definitivamente. El español Manuel Cruz, filósofo y político, tiene razón: “Cuando la corrupción se institucionaliza llega a todos los niveles de la sociedad”.
Transparencia Internacional es una organización no gubernamental, esparcida por el mundo, que desnuda la corrupción anidada en gobiernos y promueve medidas para evitar que se propague. La organización hace un ranking anual de corrupción. Las revelaciones y acciones judiciales de los últimos años han hecho que la la Argentina aparezca en muy mala posición. Hay 84 países más decentes (o menos corruptos) que la Argentina. Nosotros estamos en el puesto 85. Entre los menos corruptos están Lesoto, Ghana y Burkina Faso.
La presidenta de Transparencia Internacional, Delia Ferreira Rubio, dice: “Según nuestra experiencia, la corrupción parece florecer más donde hay gobiernos antidemocráticos o populistas”. Es lógico que el electorado quiera un gobierno eficiente que, además de hacer obras, otorgue beneficios sociales.
Pero, ¿es lógico creer que sólo lo pueden hacer los político sin escrúpulos?
El razonamiento parte de una premisa falsa: “TODOS los políticos roban”. Y si todos roban, “yo quiero al que me dé mas”. Es imposible que 100 por ciento de la clase política sea inmoral. Pero la gente no conoce a la mayoría de los decentes porque la decencia no es noticia. En 2018 las empresas aéreas hicieron 37.399.725 vuelos en el mundo (un promedio de 102.465 por día) pero el avión que llega no es noticia. El que se estrella, sí. Cuando se trata de un vuelo internacional de envergadura, todo el planeta se entera del fatal accidente.
En política, los corruptos son aviones que se estrellan: y los honestos son aviones que llegan. Los escándalos ponen al escandaloso en la escenario.
Creer que todos los políticos roban ha llevado a tragedias peores que las aéreas. Entre nosotros, mucha gente, decepcionada de la democracia, saludó más de una vez los golpes de Estado; incluso el que en 1976 dio origen a una feroz dictadura. Deshonesta y sacrílega.
No es cierto, tampoco, que en todas partes y en todo momento, los corruptos sean premiados. En Francia, por ejemplo, Emmanuel Macron es Presidente porque, en 2017, mucha gente votó contra la corrupción. El favorito era François Fillón. Las encuestas lo mostraban muy por arriba de los otros candidato. Eso, hasta que la revista Le Canard Enchaîné reveló que, cuando era Primer Ministro, Fillon había convertido a su esposa en “ñoqui”: ella había cobrado, en total, 813.440 Euros por no hacer nada, y no había sido la única familiar en recibir ese tipo de favores El electorado castigó a Fillon, que vio reducido su caudal a 20 por ciento No todos los políticos son corruptos ni todo electorado condona a aquellos que lo son. No es justo decir, como dicen muchos sociólogos y estudiosos de las ciencias políticas, que quien vota a un corrupto se hace cómplice. Sí se puede decir que su indiferencia multiplica la corrupción y divide la decencia. Algo que terminará pagando él y sus hijos.
Publicado en Clarín el 13 de octubre de 2019.
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