sábado 21 de diciembre de 2024
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Hong Kong, y el paciente puño de China

Las protestas masivas de las últimas semanas tienen a cientos de manifestantes pidiendo, entre otras cosas, elecciones directas, dado que las mismas están tuteladas por Beijing que tiene, hasta 2047, potestades similares sobre la isla a las británicas desde la Segunda Guerra del Opio, hasta 1997, según establecía el Tratado de Nankín.
Pese a la virulencia de las protestas, China no ha desplegado fuerzas para sofocarlas, dejando a la policía local la tarea de control y represión, para la que la jefa del ejecutivo Carrie Lam acaba de desempolvar una ley de emergencia que data de 1922, cuando el territorio era una colonia británica, y que no ha sido utilizada desde 1967. El texto autoriza al ejecutivo a tomar “cualquier medida”, sin que sea necesario el permiso de los legisladores, en el caso de que se produzca una situación de emergencia o de peligro para la población. 
Ante este panorama, los principales líderes chinos se han abstenido de hacer amenazas públicas. Esto se debería a que esos líderes estarían convencidos de que las élites de Hong Kong y una parte sustancial de sus ciudadanos no apoyan a los manifestantes y que lo que realmente afecta al Territorio son los problemas económicos en lugar de los políticos, en particular, una combinación de ingresos estancados y alquileres en aumento constante.
La situación estratégica – desde lo económico – se ha modificado para este enclave. En 1997, el PIB de Hong Kong era equivalente al 18 por ciento del de China continental. La mayor parte del comercio exterior de China pasaba por Hong Kong, lo que proporcionó a China gran cantidad de divisas necesarias para su desarrollo. Las empresas chinas recaudaron la mayor parte de su capital en la bolsa de valores de Hong Kong. Hoy, las cosas son muy diferentes. En 2018, el PIB de Hong Kong fue igual a solo el 2,7 por ciento del de China continental. Menos del 12 por ciento de las exportaciones de China ahora fluyen a través de Hong Kong. El valor de mercado combinado de las bolsas de valores nacionales de China en Shanghai y Shenzhen supera con creces el de la Bolsa de Hong Kong, y las empresas chinas también pueden cotizar en Frankfurt, Londres, Nueva York y otros lugares.
La inversión que fluye dentro y fuera de China todavía tiende a pasar a través de la plaza financiera de Hong Kong, para beneficiarse de las protecciones legales y beneficios impositivos de la región. Pero la nueva ley de inversión extranjera de China, que entrará en vigencia el 1 de enero de 2020, y otros cambios recientes en la política significan que dicho flujo pronto podrá desviarse de Hong Kong.
Beijing también cree que, a pesar de la apariencia de desorden, su control sobre la sociedad de Hong Kong se mantiene firme. El Partido Comunista Chino ha cultivado una larga relación con las élites empresariales del Territorio ofreciéndoles un acceso económico favorable al continente. Y, finalmente, está convencido de que muchos ciudadanos comunes temen el cambio y están cansados de la interrupción causada por las manifestaciones. La radicalización de los manifestantes, causada por su falta de efectividad, sólo alejaría a las mayorías de los revoltosos.
Esta confianza en el control del PCCh la expresó, Xi Jinping, en un discurso que pronunció a principios de septiembre ante una nueva clase de estrellas políticas en ascenso en la Escuela Central del Partido en Beijing, donde rechazó la sugerencia de algunos funcionarios de que China debería declarar un estado de emergencia en Hong Kong y enviar al Ejército Popular de Liberación. “Eso sería ir por un camino político sin retorno”, dijo Xi. “El gobierno central ejercerá la mayor paciencia y moderación y permitirá que [el gobierno regional] y la fuerza policial local resuelvan la crisis”.
Los líderes chinos creen que las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos, han tratado de sembrar cizaña entre Hong Kong y el continente. Las declaraciones hechas por políticos estadounidenses en apoyo de las recientes manifestaciones solo confirman la creencia de Beijing de que Washington busca inflamar los sentimientos radicales en Hong Kong.  A los ojos de Beijing, la hostilidad norteamericana se inscribe – junto con la guerra comercial – en la lucha por detener el ascenso de China y, por lo tanto, no tiene sentido precipitarse ni caer en una estrategia que abone las acusaciones de occidente, siempre en torno a la defensa de los derechos humanos y la democratización de Hong Kong. Críticas que, por otra parte, Occidente no tendría catadura moral para sostener, desde una perspectiva histórica.
Para sortear la crisis actual, Beijing ha comenzado a operar sobre los problemas económicos que cree están en la raíz del mal humor de los isleños. Los precios de la vivienda se han triplicado en la última década. Hoy, el precio medio de una casa es más de 20 veces el ingreso bruto anual medio del hogar. El alquiler promedio ha aumentado en casi un 25 por ciento en los últimos seis años. Al mismo tiempo, el crecimiento de los ingresos de muchos residentes de Hong Kong ha caído por debajo del aumento general en el costo de vida.
Salvo un poco probable estallido de violencia a gran escala, Xi Jinping sostendrá el timón en este rumbo de “cooperación” basado en la confianza en el gobierno de Hong Kong, la policía y la comunidad empresarial para mantener la presión sobre los manifestantes hasta que el movimiento se extinga, una vez puestas en práctica las soluciones a los problemas antes señalados. El puño de China se arma, no para golpear, sino para conducir con firmeza a China –y a Hong Kong– por el camino del ganchao.

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