martes 12 de noviembre de 2024
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Lihuel González: el arte como salvoconducto contra la oscuridad

De Octavio Paz se aprende que la clasificación no nos acerca a la compresión y que clasificar no es entender. A los listados, los cánones o las taxonomías es mejor mirarlas de reojo y desde el margen. En términos artísticos, habitar el borde interno de las disciplinas suele ser una señal de buen augurio.

En la exposición que puede verse estos días en la galería Gachi Prieto, Un paisaje no deja de existir aunque le demos la espalda, Lihuel González construye su lenguaje desafiante mezclando soportes y recursos, poniendo en primer lugar la creación climática. Lo hace discutiendo con algunos preceptos propios del montaje de exposiciones y de la organización temporal y espacial de una muestra de arte.

Apenas se ingresa en la galería, la atmósfera se modifica. La habitual blancura de una sala de exposiciones da paso a un cubo negro, cerrado, hermético, que genera una primera sensación de desconcierto. Cuando el ojo se acomoda, y gracias al efecto que causan unos pocos puntos de luz, el espectador empieza a ver las obras. No aparecen en principio como cuadros sino como situaciones, como escenas que completan un texto mayor, aún no definido.

González opta por la oscuridad porque la necesita para darle una vida especial a las obras, pero este no es el único juego que propone. La exposición se divide en dos episodios, temporalmente hablando, separados por un par de semanas. Hay un acto uno y un acto dos, que se unen en la trama al mismo tiempo que mantienen su lógica particular y se justifican estéticamente de modo independiente. No se trata de una activación, de las que se han puesto de moda en los últimos tiempos, sino más bien de un rito de pasaje, diseñado y meditado. Entre un tiempo y otro, se vivió en la sala de Gachi Prieto una performance en la que se suplantaron las obras de la primera parte por las de la segunda. Mientras los intérpretes hacían su trabajo, el clima en la galería no se inmutó. Los participantes siguieron el ritual en silencio, como guardando un secreto compartido. Nadie aplaudió.

En ambos actos de la exposición la sala está tomada por fotografías, esculturas y videos. Si se le suma las performances del inicio y del medio tiempo, la cantidad de registros formales que utiliza convierten a González en una artista visual integral difícil de encasillar con alguna etiqueta. Pero aun utilizando todos estos recursos y planteando estas búsquedas, la exposición no puede ser vista como conceptual porque lo más importante, y lo que se impone frente a cualquier otra dimensión, es lo visual.

Los registros fotográficos son los más impactantes y son el centro de la muestra y del trabajo de González. Todos remiten a un mismo lenguaje, a una misma forma de presentación. Son fotos tomadas con tiepos de exposición muy largos, lo que genera, además del juego de luz y sombra, una sensación de movimiento muy especial. Este movimiento acude, más que a mostrar el propio objeto, a rescatar el tiempo que está contenido en las imágenes. Las fotografías de González parecen, en realidad, pinturas. Si bien no se trata de fotografías intervenidas, el golpe visual de sus obras puede llevar a los primeros trabajos de Gerhard Richter fundamentados en registros fotográficos. Las tomas de la artista, sobre todo los retratos femeninos, traen un eco de la célebre “Tío Rudi”, o, incluso, de la serie sobre el suicidio -o asesinato- en prisión de los líderes del grupo terrorista Baader-Meinhof. Sucede con las obras de González lo que Siri Hustvedt escribió acerca de las de Richter: se hace difícil saber si los cuadros son los fantasmas de las fotos o las fotos los fantasmas de los cuadros.

En el acto dos hay una obra que de algún modo contiene a todas las demás. En la fotografía, una mujer mayor vierte agua de una jarra de vidrio. El gesto de la mujer, encorvada por el tiempo y por la vida, es de una fortaleza visual enorme. Su ropa, su actitud, el temblor visible de su mano sosteniendo una jarra que, aun vacía, debe resultarle pesada, se abren frente al espectador gracias al juego de claroscuros que logra González. Hay una continuidad tejida entre las luces y las sombras de esta obra que la convierten en un verdadero muestrario de lo que la artista puede hacer mezclando sensibilidad y técnica. La mitad iluminada del brazo de la anciana se extiende en la mano y termina en los tres puntos iluminados de la jarra. Ese camino forma un hilo imperceptible que se vuelve, finalmente, el agua que se derrama hacia ninguna parte.

El video que cierra la exposición es otra evidencia del espíritu investigativo de la artista. Para hacerlo, convocó a actores con la única premisa de imaginar una muerte y mostrarla en fílmico. Con una cámara fija y sobre fondo negro, registró cada una de las representaciones, sin sonido y sin editar. Así como la vida es variada y múltiple, la muerte también lo es. En el video se mueren varios jóvenes, uno de muerte súbita, uno por un ataque convulsivo y uno más intenta suicidarse sin lograrlo. Una mujer de mediana edad muere atragantada, en su cama y casi plácidamente. El ultimo tiene un fin más simbólico. Parado, un gran telón lo va cubriendo desde los pies hasta la cabeza. Cuando termina, como cuando la vida termina, todo desaparece. El giro interesante que le da González al video, más allá de lo conceptual es que en cada caso, los actores se retiran caminando, tan vivos como cuando llegaron, lo que enfatiza su condición ficcional, o de mera representación.

La muestra de González en Gachi Prieto llama la atención. El clima oscuro, monacal, incluso místico que se genera no tiene un correlato ambiental y el tema principal de la exposición, que sin dudas es la muerte, no aparece como un sino trágico que llama a lamentaciones. La oscuridad, en este caso, es pura luz.

De la muerte sabemos que es inevitable y nada más. Lihuel González parece no inquietarse demasiado por eso o, al menos, no lo demuestra. Una posibilidad es que, una vez más, el arte actúe como un salvoconducto contra la oscuridad.

Cuando el ojo se acomoda, y gracias al efecto que causan uno pocos puntos de luz, el espectador empieza a ver las obras. No aparecen en principio como cuadros sino como situaciones, como escenas que completan un texto mayor, aún no definido.

Publicado en Revista Ñ el 6 de octubre de 2019.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/arte/lihuel-gonzalez-arte-salvoconducto-oscuridad_0_kv64tSqp.html

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