Se van multiplicando las manifestaciones de niños, adolescentes y adultos contra el deterioro ambiental y el cambio climático en el mundo. Se han impuesto los cuestionamientos a países con intensa producción industrial que no ponen filtros a la contaminación y a otros factores de riesgo.

En la Argentina, por ejemplo, la ganadería es uno de sus principales activos que genera un aparato de comercialización, consumo interno y exportación muy satisfactorio. Los ganaderos fueron advertidos del daño que producen las flatulencias de los animales y sus eructos.

Para digerir los alimentos, las vacas los descomponen con el trabajo de numerosos microorganismos. Es un proceso, conocido como fermentación entérica, que produce metano y que es expulsado a través de las flatulencias. Los reclamos de la ciencia y los acuerdos internacionales al respecto han crecido y las variantes de soluciones también.

En nuestro país el stock ganadero alcanza a 54 millones de cabezas. El metano (CH4) que liberan las vacas supone cerca del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero en la Argentina. Según los expertos, es la mayor amenaza para provocar un cambio climático que altere todas las previsiones.

Si a ese porcentaje se le agregan los residuos, la deforestación para plantar el pasto que alimente al ganado y todo el procesamiento de la carne, entre tantas acciones, la emisión de gases del efecto invernadero crecen hasta representar el 35% del total.

¿A que se llama “efecto invernadero”?  Es el fenómeno por el cual varios gases retienen parte de la energía que el suelo emite tras haber sido calentado por la radiación solar. Sin ellos, la atmósfera del planeta sería un 33% más fría. Pero ocurre que una concentración excesiva produce un incremento de la temperatura media del planeta que puede llegar a dificultar la vida, tal como se la conoce.

El dióxido de carbono es otro de los gases contaminantes que provoca efecto invernadero. En su mayoría, suele provenir de la quema de combustibles fósiles para su aprovechamiento como energía, por ejemplo, los motores de combustión en los vehículos.

Es hasta tal punto importante este tema de las emisiones de los bovinos que supera a la del parque automotor. Por ejemplo, en Argentina circulan 14 millones de vehículos. El 81,3% tiene motorizaciones nafteras; el 18,7% son diesel y el 15,3% están impulsados por GNC. Los autos eléctricos son apenas 40 en total, por lo que su participación es simbólica. Hay 3,15 habitantes por vehículo.

Se han probado mochilas que capturan los gases en el interior del aparato digestivo bovino para utilizarlos como energía, pero finalmente el proyecto fue descartado. Otros expertos proponen modificar la dieta de los animales y sus residuos. Por supuesto que la inquietud científica continúa.

Es interesante como encararon otros países el fenómeno. Nueva Zelanda, por ejemplo, dispone de 35 millones de ovejas y 8 millones de vacas. En un gran laboratorio en la Isla del Norte del archipiélago, los animales son encerrados durante dos días en cajas herméticas donde hay filtros que miden la frecuencia de los gases emitidos y su contenido. De esta manera, pueden dar datos para la elaboración de vacunas que impidan a los animales a generar metano. 

Paralelamente, invierte casi U$S 40 millones en un programa de reducción importante de las emisiones contaminantes de origen agrícola.

En el año 2003 el gobierno había creado un impuesto para incrementar la investigación científica, pero debió dar marcha atrás ante la presión de los representantes del campo. Hasta ahora el gobierno argentino siempre salió en defensa de un sector que genera más de U$S 2.000 millones con sus exportaciones.

Publicado en El Auditor el 1 de octubre de 2019.

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