viernes 26 de julio de 2024
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P o Q; esa es la cuestión

Esta semana se conocieron los datos del mercado de trabajo correspondientes al segundo trimestre, en el que la actividad se expandió un magro 0,6% respecto al año pasado, fundamentalmente por el contraste de la gran cosecha corriente con la formidable sequía del año pasado.

La sorpresa, para muchos, fue que aunque hay más presión sobre el mercado de trabajo de gente que no está satisfecha con su situación laboral (35% buscan quieren mas horas), también creció la tasa de empleo y 431.000 personas mas consiguieron estar ocupadas.
Al mismo tiempo, los datos del Ministerio de la producción, en base a SIPA, muestran que los salarios reales de los trabajadores registrados cayeron 8,8% y la caída entre los informales fue peor.
Lo bueno (sostenimiento del empleo) y lo malo (caída de ingresos) se explica fundamentalmente porque  la flexibilidad el tipo de cambio permitió que esa corrección se llevara la marca de la crisis, por decirlo de alguna manera, a diferencia de lo que había ocurrido en 1995 y 1998, cuando el shock imposibilitado de canalizarse por precios (P) terminó noqueando las cantidades (Q) y generando casi 20 puntos de desempleo.

Esa diferencia cualitativa entre aquellas crisis y esta explica, en parte, el diferente derrotero electoral del oficialismo que en 1995 reeligió, porque “solo 1 de cada 5” se veía afectado por la crisis, pero ahora fue derrotado en la PASO porque en esta oportunidad la crisis está “más democráticamente distribuida”; le pegó a todos los asalariados, a buena parte de los comerciante y a la mayoría de los cuentapropistas.

El contrafactual

En economía siempre es difícil contestar la pregunta que se haría un científico social que tuviera acceso a un laboratorio perfecto; ¿Qué hubiera pasado si…? que, en esta versión sería; ¿Qué hubiera pasado si la crisis del 2018 nos agarraba con tipo de cambio fijo, o si el gobierno hubiera evitado la devaluación (quizás a expensa de sus reservas o de alguna medida heterodoxa, como el control de cambios)?

Es importante distinguir, no obstante, tres episodios bien distintos; en efecto, el primer salto cambiario que lleva el dólar primero a $25 y eventualmente a $30, es el resultado del cierre de los mercados externos de crédito, lo que restó el financiamiento del déficit de cuenta corriente y obligó a que el balance de pagos se ajuste vía precio. Después del shock los dólares eran mas escasos y el precio relativo de los bienes transables tenía que subir para reflejar eso y que productores y consumidores ajusten sus decisiones de fabricación y compra de bienes importables y exportables.

Ese cambio de precios relativos aceleró un poco la inflación, porque los precios de los no transables se resisten a la baja, pero el shock inflacionario grave se produjo en el segundo episodio, de la última semana de agosto, cuando el dólar saltó a $40, porque aunque el fenómeno coincidió y estuvo influido por una salida global de capitales de los países emergentes, fundamentalmente se trató de un derrumbe en la demanda de dinero local, que por lo tanto se tradujo en un salto inflacionario brutal (los precios subieron 6,5% en septiembre y 5,6% en octubre)

Este último episodio post PASO también estuvo signado por la caída en la demanda de dinero, porque la gente anticipó la emisión monetaria que Alberto Fernández había prometido al proponer “poner plata en el bolsillo de la gente” y financiar todo eso “con los intereses de las leliqs”, para lograr el combo de tasas mas bajas y dólar mas caro. Por esta razón se produjo una fuerte aceleración de los precios aún a pesar del congelamiento de naftas, la baja del IVA en alimentos y el establecimiento del cepo.

Esta última medida contiene como un torniquete el exceso de pesos que, en su ausencia, buscarían el dólar. Se trata de una suerte de demanda forzada que, como ya ocurrió antes, le plantea un problema a quien pretenda eliminarlo, porque necesita antes recomponer por la vía de la confianza, la demanda de pesos, o sacarlos del mercado mediante alguna operación monetaria contractiva, cuya consecuencia será un mayor costo de la liquidez.

La lección es que un país con nuestra historia inflacionaria no puede darse el lujo de flotar tan libremente y dejar que el tipo de cambio ajuste todos los shocks, porque la demanda de dinero se desestabiliza rápidamente. Una mayor rigidez cambiaria vendrá al costo de que los futuros cambios en la escasez de divisas se ajusten más por el canal real de las cantidades; con menos impacto en inflación, pero mayor en actividad y empleo, lo que paradójicamente ayuda a blindar las chances electorales de quien esté en la oficina.

Publicado el 23 de septiembre de 2019 en Clase Media, el Newsletter de Martín Tetaz.

 

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