martes 12 de noviembre de 2024
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Una visión pesimista de la democracia liberal

Ha causado algún revuelo el señor Rosenberg, quien afirma que la democracia es un trabajo duro. Y a medida que las élites de la sociedad, acompañadas por un conjunto de expertos y figuras públicas que las ayudan a superar las grandes responsabilidades que conlleva el autogobierno, han fracasado, los ciudadanos comunes han demostrado estar mal equipados cognitiva y emocionalmente para conducir una democracia que funcione bien. Es decir, que una vez desmoronado el centro, millones de votantes frustrados y llenos de angustia se entregan desesperados a los populistas de derecha.
Este mecanismo augura que: “En democracias bien establecidas como en los Estados Unidos, la gobernanza democrática continuará su declive inexorable y finalmente fracasará”.
La última mitad del siglo XX fue la edad de oro de la democracia. En 1945, según estudios, solo había 12 democracias en todo el mundo. A finales de siglo había 87. Pero luego vino la Gran Inversión: en la segunda década del siglo XXI, el cambio hacia la democracia se detuvo de manera bastante repentina y se invirtió.
Los políticos populistas de derecha tomaron el poder o amenazaron en Polonia, Hungría, Francia, Gran Bretaña, Italia, Brasil y Estados Unidos. Como señala Rosenberg, “según algunas mediciones, la participación populista de derecha del voto popular en Europa en general se ha más que triplicado del 4 por ciento en 1998 a aproximadamente el 13 por ciento en 2018”.
Para Rosenberg, las democracias liberales seguirán disminuyendo y las que queden se convertirán en carcasas vacías. Tomando el lugar de la democracia, sostiene, habrá gobiernos populistas de derecha que ofrecerán a las votantes respuestas simples a preguntas complicadas.
La democracia liberal exige mucho de quienes participan en ella. Requiere que las personas respeten a aquellos con puntos de vista diferentes de los suyos y a las personas que no se parecen a ellos. Pide a los ciudadanos que puedan filtrar grandes cantidades de información y procesar lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso. Requiere consideración, disciplina y lógica. Desafortunadamente – sigue Rosenberg – la evolución de la democracia de masas no favoreció el ejercicio de estas cualidades, por el contrario, las debilitó.
Basado en investigaciones psicológicas (ver en Nuevos Papeles), Rosenberg considera que los seres humanos no piensan con claridad. La gente ha estado diciendo durante dos milenios que la democracia es inviable, parafraseando a Platón.
Entonces, ¿Por qué Rosenberg, que se hizo famoso en la década de 1980 con un estudio que mostró inquietantemente que muchos votantes seleccionan candidatos en función de su apariencia, predice el fin de la democracia ahora? Porque ha concluido que la razón del éxito reciente de los populistas de derecha es que las élites están perdiendo el control de las instituciones que tradicionalmente han salvado a las personas de sus impulsos más antidemocráticos. Cuando se deja que las personas tomen decisiones políticas por su cuenta, se dirigen hacia las soluciones simples que los populistas de derecha en todo el mundo ofrecen: una mezcla mortal de xenofobia, racismo y autoritarismo.
Las redes sociales y las nuevas tecnologías, permiten a cualquier persona con acceso a Internet puede publicar un blog y llamar la atención por su causa, incluso si está basada en una conspiración o en una afirmación falsa. Así, muchas personas obtienen sus noticias de las redes sociales en lugar de los periódicos establecidos y proliferan las noticias falsas.
Se supone que 10 millones de personas vieron en Facebook la falsa afirmación de que el Papa Francisco se pronunció a favor de la elección de Trump en 2016. Viviendo en una burbuja de noticias propia, muchos indudablemente lo creyeron (Esta fue la noticia más compartida en Facebook en los tres meses previos a las elecciones de 2016, informan los investigadores).
La ironía es que las redes sociales e Internet, donde la información fluye más libremente que nunca, es lo que nos está llevando al autoritarismo. Rosenberg argumenta que las élites tradicionalmente han evitado que la sociedad se convierta en una democracia totalmente libre; su “autoridad” democrática “oligárquica” o “control democrático” ha mantenido hasta ahora bajo control los impulsos autoritarios de la población.
A diferencia de la democracia, que hace muchas demandas, los populistas hacen solo una. Insisten en que las personas sean leales y den rienda suelta a sus prejuicios más arraigados. Es más fácil jurar lealtad a un líder autoritario que hacer el trabajo duro de pensar por uno mismo, tal como lo exige la democracia.
“En resumen, la mayoría de los estadounidenses generalmente no pueden comprender o valorar la cultura democrática, las instituciones, las prácticas o la ciudadanía de la manera requerida”, concluyó Rosenberg. “En la medida en que estén obligados a hacerlo, interpretarán lo que se les exige de manera distorsionadora e inadecuada. Como resultado, interactuarán y se comunicarán de manera que socaven el funcionamiento de las instituciones democráticas y el significado de las prácticas y valores democráticos”.
Los liberales norteamericanos viven la presidencia de Trump como una verdadera pesadilla, pero su alejamiento no impedirá que los mecanismos que Rosenberg hace jugar en su razonamiento elitista –digámoslo de paso– continúe socavando la democracia sin importar quién esté en el poder.

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