Ser o no ser. Gane quien gane las elecciones de octubre se enfrentará a una realidad: desatar el nudo de la problemática económica llevará años. Desde los despachos de los economistas argentinos y del exterior, va ganando lugar la idea de describen a fondo el fracaso de la gestión de Mauricio Macri. Incluso lo hacen los técnicos liberales, cuando es opinión generalizada que el jefe de la Casa Rosada aplicó una estrategia con esa bandera.
La crítica es amplia y dispersa. Descata a un grupo de funcionarios que sostuvo que con el optimismo y sin política comunicacional ni tener en cuenta la pesadísima herencia que recibían, todo se resolvería en el corto plazo. Se dejaron llevar por la omnipotencia y el temor a la reacción social.
Recién a mitad de camino tomaron conciencia de que con gradualismo, más apretones impositivos y tarifarios y con la duplicación de los planes sociales que había consagrado el cristinismo, no llegaban a ningún lado. Sí o sí necesitaban ayuda crediticia externa. Entonces firmaron, cerrando los ojos, un crédito con el Fondo Monetario, el más alto concedido por el organismo. Pensaron que todo iría sobre carriles y los compromisos con el organismo se saldarían en orden y en fecha.
Paul Krugman, premio Nobel de Economía y columnista de diarios masivos y revistas especializadas, acaba de señalar que el macrismo cometió el mismo error que el equipo de Fernando de la Rúa entre 1999 y 2001. De la Rúa no quiso acabar con la Convertibilidad cuando ésta ya había fracasado en 1995. Negó la realidad. En ese entonces Washington fue condescendiente con México: giró a las arcas oficiales USD 50.000 millones con el respaldo del petróleo producido por el país. Un embargo con guantes de seda. Pero salvó al país. Después de ese susto cesó la timba financiera. Ya se había prendido la luz roja en el continente, advirtiendo el desastre, pero De la Rúa y su gente no la vieron. Persistieron en el autoengaño.
Krugman considera algo que economistas y periodistas en la Argentina han insistido en subrayar: Macri no hizo el balance, no desató el paquete derretido del cristinismo con una devaluación, como para arrancar desde cero. Se enorgulleció con muchas obras públicas, pero en realidad todas sus medidas que motorizaron la inflación y la recesión partieron por la mitad a la clase media. Le dio la espalda a la industria nacional, llevó a más de una cuarta parte de la población del país a pasar penurias, necesidades y hambre. Prefirió hacer el asfalto, tapándose los oídos ante el apremio de comer tres veces al día. Actuó paso a paso, confiando en el optimismo.
Si el Frente de Todos gana definitivamente el poder a fines de octubre no podrá hacer la “economía de fantasía” que signó el proceso cristinista hasta el 2015. Si continúa Macri vivirá tiempos de shock.
Los indicadores son tajantes: la inflación llegará a más del 55% este año y el Producto Bruto Interno seguirá cayendo en lo que resta del 2019 y sin duda del 2020. La recesión seguirá imperando. El déficit que se va acumulando se reflejará en la deuda del país que habrá que pagar o refinanciar en los tiempos que vienen.
El país necesitará más financiamiento lleguen o no los USD 5.400 millones que forman parte del compromiso del FMI. El ministro Hernán Lacunza dice que si no llega igual las reservas se mantendrán por arriba de los USD 50.000 millones (reservas que siguen volcándose al mercado para frenar toda eventual alza del dólar).
Más allá de todo, esta circunstancia produjo un tembladeral en los despachos de los directivos del organismo internacional en Washington. Ellos tendrán que justificar ante el Directorio toda acción que emprendan, pero saben que a sus legajos personales se le podrían agregar observaciones que no serán felices.
Habrá que ver qué puede suceder hasta octubre o hasta diciembre. Y si se mantiene el respeto a la Constitución Nacional.
Publicado en Infobae el 5 de septiembre de 2019.
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