El 24 de agosto de 1816 un llanto, lleno de vida, aceleró el corazón del guerrero. En la actual calle Corrientes de la Ciudad de Mendoza llegó al mundo Mercedes de San Martín y Escalada.
Nuestra provincia vivía entonces en vilo. Mientras su padre preparaba el cruce se temía una invasión española desde Chile y la situación económica era muy mala. Remedios, esposa del general, tenía 18 años. Lejos de su hogar contó con el apoyo de las famosas patricias mendocinas. Un grupo de muchachas de clase alta con las que se vinculó al llegar a Mendoza.
En Buenos Aires Tomasa de la Quintana y de Antonio José de Escalada conocieron de manera epistolar que habían sido abuelos. La felicidad no era completa estando lejos.
Si bien San Martín se llevaba muy mal con su suegra, al extremo de no cruzar palabras, permitió que la niña llevara Tomasa como segundo nombre.
Los primeros años de Merceditas coincidieron con los de mayor épica americana. Siendo su padre el principal protagonista, casi no lo veía. Partía temprano hacia el Campamento del Plumerillo, cerca de las cinco de la mañana. Allí el Ejército de los Andes se preparaba y él cuidaba cada detalle. Tenía además un despacho donde se encargaba de los papeles y correspondencia; el militar Jerónimo Espejo lo ayudaba en dichos menesteres.
Los días eran largos y San Martín solía regresar tarde al hogar. Entonces, los dolores y el insomnio no le daban tregua. Desde su lecho rústico, la niña lo observaba.
Aunque no con mucha frecuencia, seguramente, Mercedes disfrutó junto a sus papás de paseos por la Alameda. Saboreando chocolates y nieves, como se llamaba entonces a los helados. La deliciosa novedad había llegado a Mendoza desde Chile y todavía no era conocida en el resto del país. Se servían allí pues era un espacio de encuentro, con merenderos y música.
Luego de asegurar la libertad chilena, San Martín las envió a Buenos Aires. Con cuatro años, finalmente Merceditas conoció a sus abuelos. Recibió de ellos todo tipo de atenciones. Don Escalada la adoraba, en carta a su yerno –por entonces en Perú- la llama “nuestro chiche”. Pero no todo era felicidad. Remedios había partido enferma desde Mendoza y la tuberculosis la venció en agosto de 1823. Desde hacía tiempo el cuidado de la niña estaba en manos de Tomasa.
Casi en paralelo el Libertador abandonó la lucha, luego de aquella famosa entrevista que mantuvo con Simón Bolívar. Regresó a Buenos Aires y se entrevistó con las autoridades. En este marco, su reunión con Bernardino Rivadavia fue amena y llegó a obsequiarle una campanilla de plata perteneciente a la Inquisición limeña. Lo más difícil no fue enfrentar a sus detractores, sino a su suegra.
Ya viuda, de la Quintana quiso quedarse con Mercedes. Jamás aprobó a San Martín y siempre lo llamó “plebeyo” o “soldadote”. Más allá de esto, él puso en peligro a Remedios y Mercedes enviándolas sin custodia desde Mendoza. Además, Tomasa vio morir a su hija llamándolo. Es bastante comprensible que lo detestara. Siendo algo totalmente mutuo, como ya señalamos, no se hablaban. Fue necesaria la intervención de Manuel de Escalada, quien convenció su madre de entregar a la pequeña.
El 10 de febrero de 1824 el Santo de la Espada zarpó hacia Europa. Llevó consigo a su hija, para quien era un completo extraño. Durante toda la travesía la niña se comportó muy mal, al grado de que su padre la llamó “diablotín” y “arrestó” en el camarote.
Con los años, a través de la correspondencia del general, sabemos que el amor por ella fue profundo y le gustaba llamarla como “la mendocina”.