jueves 26 de diciembre de 2024
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¿Y ahora qué hacemos?

Que los argentinos constituimos una sociedad de insatisfechos y ansiosos frente al poder político es cosa sabida. Lo supo Discépolo, desde su anarquismo verbal desaforado y lo supimos todos por nuestras propias experiencias personales a lo largo de las décadas vividas.

El filósofo asesor de Mauricio Macri ha dicho que Macri aprendió bastante a lo largo de veinte años de psicoanálisis. Sin embargo, eso es poco creíble. Aprender mucho no significa tener la sabiduría en la palma de la mano. Además, el psicoanálisis no engloba al mundo ni entiende todo lo que pasa en el mundo. Ni es la fuente de sabiduría, como algunos creen. Es tan sólo un método de interpretación de los dolores del alma. Además, el psicoanálisis no enseña a gobernar, a sentarse en la silla de Presidente de la Nación, recibir los golpes que propinan los insatisfechos y los enemigos y saber contestar como corresponde.

Estos últimos quince días todo esto se puso a prueba. Fue una suma de errores para luego pedir perdón. El método de equivocarse y luego pedir perdón es moral, importantísimo, pero no subsana la desconfianza. Además, los hechos no llevan a pintar con linduras al gobierno. Otra vez vuelve a hablarse de que no ha quedado claro: la separación de los intereses personales de algunos funcionarios con las empresas con las que tuvieron ligadas. De ese bache se aferraron los lobos que esperan morder. El peronismo tiene excusas interesantísimas para despotricar contra el poder. El peronismo, precisamente, que no ha hecho ninguna autocrítica, que no conocen lo que es la vergüenza, los que vienen imponiendo la corrupción de mil formas distintas desde los tiempos de Menem. Con la complicidad de amplios sectores de la sociedad y especialmente de los empresarios que sacaron provechos inconmensurables.

Se ha dicho que toda su familia se opuso a que Mauricio Macri se dedicara a la política. Esa familia, como todas las familias de empresarios ricos, en algún momento cometieron deslices o traspiés, como todos los grandes empresarios de la Argentina. Fueron amigos del poder, le sacaron todo el jugo, se hicieron íntimos de los que gobernaban, le prestaban sus aviones, sus casas y sus pertenencias para que concretaran sus metas políticas. Y no tuvieron pudor. Ninguno. Franco Macri, padre de Mauricio, fue uno de ellos. La democracia y las acciones justas fueron dejadas de lado.

Aunque Mauricio dejó los negocios de la familia hace veinte años, sin que nadie lo presionara, la carga del nombre y apellido es inevitable. Eso no impide a que en este momento haga todos los esfuerzos para desdibujar la carga que le molesta en las espaldas y en la mente. Pero los que no guardarán respetable silencio son sus enemigos. Y especialmente en tiempos electorales.

Mauricio Macri fue presidente porque aceptó que Cambiemos lo representara en las elecciones y porque los argentinos dijeron basta a la locura del cristinismo, a sus antojos, a sus caprichos locos, a su lenguaje de bajo fondo, a la colosal corrupción que funcionaba a toda marcha, a las mentiras, a la pretensión patológica de “ir por todo”.

En el primer año de gobierno, aún con altas y bajas, gran parte de la población lo respaldó. Veremos ahora, después del equívoco con los jubilados y con las confusiones en el Correo si mantienen sus adhesiones. O si tendrá que hacer el doble de esfuerzo del que necesita cualquier persona normal.

Lo más extraño es como un gobierno que se precia de ser controlado por hombres con experiencia cometa errores que podrían evitarse. En una nación con el piso polìtico resbaladizo no sólo hay que vigilar las propuestas y los números. Hay que redoblar todo: pasión, esfuerzo y la meritocracia para evadir metidas de pata.

No se puede decir que 2017 será un año decisivo para el PRO, que es el partido-proa de esta administración. Pero que sus fallas son miradas con lupa e ilimitadamente cuestionadas lo será.

Hay que tener excesiva prudencia y excelente gestión. ¿Lo terminará admitiendo Mauricio Macri, que tiene un filósofo (Alejandro Rozichner, hijo del mentado León Rozichner) quien reitera que el optimismo es un buen camino para la política (una cueva de lobos) y que el psicoanálisis aporta los elementos para no equivocarse sin demasiadas dudas y sirve para enfrentar a los enemigos sin riesgos?

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