miércoles 4 de diciembre de 2024
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El Tratado Unión Europea-Mercosur, una de las principales razones de ser de nuestro nuevo gobierno

“La magnitud de los problemas que debe afrontar el país y la transformación social que está sufriendo el mundo obligan a todos los argentinos a expresar su criterio sobre la forma en que deben encarar las cuestiones de orden interno y externo”.

 

El marco global

El texto que encabeza esta reflexión es un fragmento de la histórica Declaración de Avellaneda de la Unión Cívica Radical del mes de abril de 1945 y nos anima a encarar el análisis del Acuerdo Birregional anunciado el 28 de junio en Bruselas que es, esencialmente, una decisión política asumida por Estados organizados en una instancia intergubernamental, el Mercosur, y una asociación política, la Unión Europea.

El carácter político de esa decisión está alineado con las razones que dieron origen a ambas instituciones. En el caso europeo, el tratado de Roma de 1957 que creó la Comunidad del Carbón y del Acero, estuvo fundado en terminar con los conflictos que convirtieron a Europa, en el siglo XX, en territorio de dos guerras mundiales. Los antecedentes del Mercosur, por su parte, se remontan a la voluntad de Argentina y Brasil, durante la Presidencia del Dr. Alfonsín, de dejar atrás una historia común de desconfianzas y sospechas.

En rigor, el Acuerdo debe ser analizado en el contexto de los dos procesos que caracterizan, con flujos y reflujos, los asuntos globales en las últimas décadas: la democratización y la globalización.

En relación a la vigencia de gobiernos surgidos por voluntad popular, mientras que en 1942 sólo había doce países con régimen democrático y en el año 2009 eran ochenta y siete, hoy según el Center of Systemic Peace son democráticos ciento tres países que suman alrededor de la mitad de la población mundial. Otro trabajo, en este caso de The Economist Intelligence Unit, sobre una muestra de ciento sesenta y siete países, solo diecinueve -y uno solo de América Latina, Uruguay- pueden ser considerados como democracias plenas.

Con respecto a la globalización, entendida como la creciente integración de los mercados de mercancías y servicios, las tasas de crecimiento del comercio son superiores a la variación del producto, siendo las exportaciones de mercancías y servicios el equivalente al treinta por ciento del producto global. Al mismo tiempo, los cambios tecnológicos y las iniciativas desreguladoras de los mercados en los países centrales han generado un auge de la dimensión financiera de la globalización que resulta altamente inconveniente y perniciosa para la economía global y, especialmente, para los países en desarrollo. Esa ausencia de reglas globales en las transacciones financieras, a diferencia de lo que ocurre con las mercancías y los servicios, ha devenido en una “economía de casino” que pone en riesgo los evidentes progresos que, en materia de reducción de la pobreza, aunque no de la desigualdad, ha producido la globalización de la economía.

En primer lugar, la existencia de un momento multipolar, en el plano económico, con la presencia de actores relevantes como China y la India, además de Europa, junto al declive relativo, en esa dimensión, pero no en lo militar, de los Estados Unidos.

Ese dato, junto a la confirmación de una mayoría política, expresada en las recientes elecciones al Parlamento Europeo, que derrotó a las opciones de los movimientismos nacionalistas -algunas de ellos, además, xenófobos- dio fuerzas a la Comisión Europea cuyo mandato para negociar estaba pronto a finalizar.

Al mismo tiempo, la decisión europea de reforzar el valor del diálogo político, promover el comercio en base a reglas y promover el multilateralismo salió al cruce, por un lado, de las iniciativas de la potencia militar hegemónica que cuestionan esos principios y, en un mismo movimiento, del rumbo decidido por el Reino Unido a partir del Brexit que, hay que recordarlo, está apoyado por el Presidente Trump quien cuestiona, además, el tratado de París por el cambio climático que es central en la visión europea de los desafíos globales.

En este lado del Atlántico, en tanto, la iniciativa fue posible por la necesidad de superar el estancamiento del Mercosur, tanto en el calado de sus políticas comunes y reglas y procedimientos internos, como en su interacción con otros actores globales. En este último plano, el registro histórico del Mercosur es bien modesto: sólo inició negociación de acuerdos exhibiendo un contrapunto notable con la Unión Europea que puede mostrar acuerdos con más de sesenta países.

Del mismo modo que en Europa los resultados de las elecciones europeas y el consecuente fin del mandato de la Comisión dinamizaron el proceso, en el Mercosur fue determinante que Argentina fuera, en el pasado inmediato, sede del G20 y de la Reunión Interministerial de la OMC y que oficiara, en este semestre, como su Presidente “pro tempore” para validar credenciales de socio confiable en negociaciones que comprometen acciones futuras.

El Acuerdo  Birregional es el mayor convenio firmado hasta la fecha por la Unión Europea que tendrá, cuando se consolide, tratados de libre comercio con todos los países de América Latina, excepción hecha de Cuba y la República Bolivariana de Venezuela.

En nuestra región, por su parte, el Acuerdo contribuye a precisar el, hasta hoy, necesario replanteo estratégico del Mercosur y, por otro lado, ayuda a dinamizarlo al destrabar importantes temas pendientes de disciplinas aún no reguladas de su agenda interna como, por ejemplo, el tratamiento de las compras públicas y, también, asuntos de armonización normativa y simplificación de procedimientos.

En suma, el Acuerdo Birregional, en tanto primer acuerdo con economías industrializadas, resignifica al Mercosur y le amplía el horizonte de manera compatible con las bases conceptuales que le dieron origen y, al mismo tiempo, le permite exhibir un salto cualitativo en sus habilidades negociadoras al hacerlo, esta vez, coordinadamente, marcando una diferencia notable con los Acuerdos de Asociación Estratégica Integral que Argentina, Uruguay y Brasil firmaron con China hace pocos años concediendo ventajas que pudieron relativizarse si la negociación hubiera sido conjunta. 

El impacto en la Argentina

El Acuerdo Birregional constituye un hito histórico en la integración de nuestro país con el mundo y admite ser pensado como la plataforma desde la que puede proyectarse una etapa de progreso para la Argentina que deje atrás el retroceso relativo que lleva varias décadas. Un indicador revelador de ese retroceso es que, en los últimos veinte años, nuestros vecinos Uruguay y Chile pudieron reducir veinte puntos porcentuales la pobreza y, por el contrario, nuestro país tiene hoy una riqueza por habitante inferior a la de esos países limítrofes cuando a principios de los ochenta era del doble. Y en términos de nuestra propia historia, Argentina exhibe niveles de exclusión social que son la consecuencia del magro crecimiento, de los bajísimos niveles de inversión y de la volatilidad recurrente.

Las causas profundas de ese deterioro relativo tienen que ver, por un lado, con la inestabilidad política que distinguió a la Argentina por medio siglo desde el primer golpe de estado en 1930 y, también, por la resiliencia de los movimientismos populistas. Por otro lado, ese retroceso está explicado por la volatilidad macroeconómica y la inestabilidad de las reglas de juego que condujeron a recurrentes crisis en el sector externo por estrangulamiento en la balanza de pagos.

La reversión de ese retroceso y el logro de una sociedad democrática con oportunidades para todos solo es posible con un desarrollo sostenible que genere empleo privado de calidad. Y ese escenario sólo es viable con una inteligente integración de la Argentina al mundo que abra posibilidades a corrientes de exportación diversificadas, tanto en  productos como en mercados, y que permita la atracción de inversiones y tecnología.

Hay quienes imaginan posible reproducir experiencias como la de Corea del Sur, ignorando que el notable crecimiento de esa nación se produjo en un marco institucional autoritario y en el contexto geopolítico de la guerra fría que caracterizó la dinámica política global desde la posguerra mundial hasta la implosión del imperio soviético.

Del mismo modo, no están dadas las condiciones para una inserción internacional de nuestra economía exclusivamente basada en la explotación de los recursos naturales. Tampoco somos Australia o Nueva Zelanda. Ello es así, no solo por la baja elasticidad empleo de esa estrategia, sino también porque, objetivamente, la dotación de capital natural por habitante es, según las Naciones Unidas, menor a Brasil y Chile y apenas superior a la de Uruguay.

La estrategia de inserción internacional inteligente requerida exige, como piedra basal de los equilibrios macroeconómicos sostenibles, de un tipo de cambio real alto y estable, alejado de las experiencias de dólar barato, apertura unilateral y acelerada, que depredaron el patrimonio productivo nacional como en la dictadura de Videla con Martínez de Hoz como Ministro, o como durante la vigencia del régimen de la convertibilidad en los noventa y en la administración de la presidente Cristina Kirchner.

Para esa estrategia de crecimiento sostenible, que requiere de una integración inteligente al mundo, el Acuerdo Birregional UE/Mercosur es el instrumento imprescindible.

 Y, efectivamente, lo es porque posibilita:

– pensar en reducir la brecha de un país que solo exporta alrededor del diecisiete por ciento del producto, cerca de la mitad del promedio de las naciones, y bastante menos que el resto de los países de América Latina. En efecto, la exportación de mercancías y servicios de la Argentina (mil quinientos dólares por habitante y por año) es menos de la mitad de México y Uruguay y bien por debajo del promedio mundial.

–  aumentar la inversión extranjera directa recibida, rubro en el cual la Argentina está sensiblemente rezagada en comparación con los otros países de América Latina. En efecto, a pesar que la UE es el principal inversor mundial y en el Mercosur, la destinada a nuestro país solo representa un porcentaje muy menor, alrededor del dos por ciento, del stock de inversión de los países del bloque comunitario.

– favorecer el comercio intraindustrial y  movilizar el acceso de nuestras exportaciones a las cadenas globales de valor (CGV), al facilitar la importación de insumos y bienes de capital desde la UE, que es la manera como se organiza la producción a escala mundial en esta etapa de la globalización. La actual falta de conexión con las CGV constituye una severa restricción al crecimiento y al desarrollo de largo plazo.

– potenciar, al pasar a tener acceso pleno a uno de los principales mercados del rubro, la rama de los servicios basados en el conocimiento (SBC) donde se cuentan cinco mil empresas -con más de cien mil empleos que tienen una remuneración superior en un cuarenta por ciento a la media de la economía-  y que exportan cerca de dos mil millones de dólares al año.

– avanzar en el abordaje de los desafíos globales, al ratificar los compromisos del Acuerdo de París sobre cambio climático, y garantizar los derechos de los trabajadores del Mercosur que son, a pesar de la vocinglería de algunos sectores corporativos interesados, preocupación también de la UE para evitar el “dumping social”.

– contemplar, al prever plazos diferenciados y considerar productos específicos, el impacto en las economías regionales, al tiempo que limita las preferencias en las compras públicas evitando afectar las administraciones subnacionales.

– reforzar, a partir de los previstos programas de asistencia técnica y cooperación a las pequeñas y medianas empresas, el dinamismo de las nueve mil empresas pymes que hoy siguen exportando, a pesar de las seis mil empresas que dejaron de hacerlo entre los años 2006 y 2015.

El Acuerdo Birregional, es un componente esencial del camino que permita superar la decadencia, pero requiere que se comprenda que los resultados positivos esperados no serán una consecuencia natural del paso del tiempo y que solo es una condición necesaria, pero, de ninguna manera, suficiente. 

Exige, también, saber que el anuncio del Acuerdo no es un punto de llegada sino apenas el inicio de un diseño que incluye:

– Trabajar políticamente  para la construcción de una coalición social que asuma a la integración inteligente al mundo como una necesidad nacional, dejando atrás extravagantes alianzas internacionales que llevaron, en el pasado reciente, a insólitos conflictos incluso con los países vecinos

– Comprometerse en la constitución de una mayoría estable en el Congreso que sustente las múltiples reformas -económicas, organizacionales, etc.-  que la estrategia demanda, evitando remedos de mini acuerdos que solo generan incertidumbres y provocan costos fiscales y políticos.

– Aceptar las mejores prácticas en la gestión pública que, además de la integridad y la transparencia, incluyen la capacidad de negociación política y actitud favorable y positiva para las soluciones de compromiso.

– Imaginar el diseño de instituciones, por caso un Consejo integrado por actores sociales y políticos relevantes, que promuevan y alienten las acciones de la estrategia.

– Promover las acciones que potencien la acción común con los socios regionales y birregionales en todos los planos: político, económico, social, cultural, deportivo, etc.

El primer desafío político que afrontamos es la necesidad de la ratificación legislativa, en Argentina y en los otros congresos del Mercosur. En la Unión Europea, por su parte, la validación solo es requerida  en el Parlamento Europeo, ya que no es necesario que el Acuerdo de Libre Comercio sea ratificado en los parlamentos nacionales de los veintisiete países miembros de la Unión Europea porque se trata de una competencia delegada en la Unión.

Para esa tarea tenemos el respaldo de la Declaración de Principios de la coalición que integramos -Juntos por el Cambio-  ratificada con amplios y crecientes apoyos en tres Convenciones Nacionales de la UCR consecutivas y que sostiene: “Creemos en una sociedad cada vez más democrática, abierta e integrada al mundo, con mejores instituciones y una cultura política pluralista y dedicada al servicio público. Proponemos una estrategia de desarrollo productivo fundada en el trabajo de los argentinos y en una progresiva e inteligente integración económica internacional”.

 

Referencias:

Carciofi, Ricardo (abril 2019). CIPPEC. “Inserción internacional de Argentina: el desempeño exportador como límite al crecimiento económico”. https://www.cippec.org/wp-content/uploads/2019/05/180-DT-ADE-Inserci%C3%B3n-internacional-de-Argentina-Carciofi-mayo-2019.pdf

López, Andrés y Ramos, Adrián (diciembre 2018). CECE. “El sector de software y servicios informáticos en la Argentina. Evolución, competitividad y políticas públicas”. http://fcece.org.ar/wp-content/uploads/informes/software-servicios-informaticos-argentina.pdf

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