sábado 27 de julio de 2024
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Cambiemos debe elegir entre la política y el qualunquismo

Giorgio Macri, el nono presidencial, era un calabrés vinculado a la construcción con emprendimientos en Túnez, Libia y Abisinia (hoy Etiopía).

También se metió en política. Figura como uno de los fundadores del Fronte dell'Uomo Qualunque. Un movimiento inventado en Italia hacia febrero de 1946, poco después de la Segunda Guerra. Una propuesta simple: un Estado sin política, abocado a la administración de las cosas. El gerenciamiento de las actividades.

El qualunquismo marcaba la desconfianza en las instituciones democráticas, criticaba la aspereza del debate ideológico y la lucha entre partidos y se atrincheraba en slogans equívocos –llamativos y simplones– destinados a convencer al ciudadano que la política debía limitarse a resolver problemas desde el aparato administrativo del Estado.

            Qualunquismo. El argot ítalo-argentino le da un toque despectivo. En italiano carece de ese toque desdeñoso. Al revés, reivindica al hombre común, al que intenta mostrar como pilar y esperanza de la sociedad para enfrentar a los parasitarios partidos políticos. Como todo no se puede, el qualunquismo termina siendo financiado por corporaciones empresarias.

            Nada nuevo bajo el sol: el discurso anti-político que invoca enfrentar lo peor de la actividad partidaria, pero secretamente intenta evitar que los partidos, desde el Estado, mejoren la situación de los menos favorecidos a costillas de los empresarios.

            Ese fue, a fin de cuentas, el resultado a largo plazo del mano pulite, cuyas nobles intenciones terminaron con partidos históricos como la Democracia Cristiana, el socialismo, el Partido Comunista Italiano suplantados por esperpentos como Forza Italia, Lega Nord, Movimento 5 Stelle. La corrupción sigue vivita y coleando pero el sistema de partidos voló por los aires y abrió el camino a gobiernos-empresarios, simbolizados en Silvio Berlusconi.

La tentación

            El PRO siente que los votos son de Macri, con el decisivo aporte de la gobernadora de Buenos Aires.

            Tolera a Elisa Carrió porque sabe que una franja de su electorado –la más afectada y crítica de la indecencia en el manejo de los fondos públicos– ve en Carrió un certificado de garantía sobre la moral del gobierno. Aunque algunos –o algunas– oficialistas deseosos de hacer méritos parecen estar juntando material contra la imprevisible y hasta ahora invulnerable Lilita.

La gran duda, sin embargo, es otra. ¿Qué hacer con su aliado principal, la Unión Cívica Radical?

            El macrismo profundo está convencido –o simula estarlo– que los radicales son la vieja política. Es decir, la política. Con aquello que los espanta: clientelas que van al Estado, militantes que discuten ideologías, debates que considera abstractos. La idea de partidos que se reúnen, discuten, se enervan, vuelan las sillas, le resulta ajena.

            Mejor será que la siga de cerca. En diez días, los radicales se juntarán en Villa Giardino. Y ellos debatirán su propia visión, acaso, sobre política y qualunquismo.

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Veinte Manzanas

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