Esta semana aparecieron los números de actividad económica del primer trimestre del año, que confirman la fuerte caída del 5,8% en el interanual, aunque frenándose en la medición intertrimestral. La medida correcta para identificar el punto de giro en la actividad es la del crecimiento desestacionalizado. Sobre esa base, el PBI se contrajo, contra el trimestre anterior, 4% en el segundo trimestre del 2018, 0,7 en el tercer trimestre y 1,2 en el cuarto trimestre, luego del salto del dólar de septiembre y el pico inflacionario que le siguió. En el primer trimestre del 2019 ese indicador cayó 0,2%
Descontamos que el segundo trimestre mostrará recuperación, primero porque la producción del campo, que representa un 8% del producto, esta volando al 28% y porque, de hecho, los números de las consultoras que miden la actividad confirman que ya en abril la economía creció 1,2%.
Pero el segundo dato interesante del informe de actividad del INDEC es que la contracción interanual del consumo fue del 10,5% mientras que la inversión se desplomó 24,6%. Solo se salvaron las exportaciones que crecieron 1,7%. El hundimiento de las compras de las familias es coincidente con la perdida del salario real que según el mismo organismo fue del 11,2% en el trimestre.
El tercer dato que se conoció el miércoles es que prácticamente no hubo caída del empleo, aunque sí un cambio cualitativo importante. En efecto, el porcentaje de personas que trabajan se mantuvo casi sin cambios (pasó del 42,4% el año pasado al 42,3% este año), aunque la cantidad de gente ocupada aumentó en 143.400 personas, por el crecimiento poblacional.
La descomposición muestra una realidad heterogénea; en el mundo del empleo asalariado formal se perdieron unos 175.900 empleos registrados, si tenemos en cuenta tanto la caída en la tasa de empleo de ese sector (-0,6%) y el crecimiento demográfico. En contraste, se abrieron 137.800 puestos en el sector de asalariados informales y hay 181.400 cuentapropistas mas que el año pasado.
Así las cosas, a diferencia de lo ocurrido en crisis anteriores, no hay una perdida de empleo significativa, pero sí una caída de los salarios reales que “democratiza” en algún sentido los costos del ajuste. Esto es importante en el contexto del año electoral, porque el único antecedente de un oficialismo ganando una elección en el medio de una recesión, es el del efecto Tequila de 1995, pero en ese casó la crisis recaía mas fuertemente sobre el 18,6% de desempleados, sin afectar tanto los bolsillos de los que conservaban el empleo, porque de hecho hubo deflación ese año. Por esta razón, a los fines electorales probablemente no le sirva al gobierno recuperar el crecimiento y crear algo de empleo, tanto como lo ayudaría bajar la inflación.
La incertidumbre radical
Keynes solía hacer la distinción entre la incertidumbre probabilística y la radical. En el primero de los casos no hay certeza sobre el futuro, pero se conocen los escenarios factibles, sus probabilidades de realización y las ganancias o perdidas asociadas a cada uno de ellos; resulta por lo tanto fácil estimar la eficiencia marginal del capital: el retorno esperado de un proyecto de inversión.
Pero cuando no hay tales probabilidades e incluso no llegan a verse claros cuales serían los distintos escenarios potenciales, mucho menos los flujos de ingresos (netos de egresos) asociados. En ese mundo tan oscuro, no hay modo de estimar el valor esperado de los proyectos y los empresarios ponen en stand by cualquier decisión de acumulación de capital.
Esto explica por que, en un escenario electoral en el que no existe la menor idea de lo que podría hacer un eventual gobierno neokirchnerista, muchos deciden esperar.
En la visión austríaca, el acto de ahorro es en realidad una postergación del consumo, entonces los flujos que no se destinan a satisfacer una necesidad hoy, se canalizan a aumentar la capacidad de producción, para fabricar más mañana y estar en condiciones de enfrentar la mayor demanda futura. Pero en un escenario de incertidumbre radical no tiene sentido aumentar la inversión por parte de los empresarios, porque no hay modo de saber lo que sucederá, o cuando vendrá la recuperación del consumo. Por esta razón, caen tanto el consumo como la inversión y sobreviene una crisis por insuficiencia de demanda efectiva, como la que estamos observando.
La incertidumbre explica también por qué cae 24% la inversión. Podría argumentarse que la menor formación de capital tiene que ver con que no existe demanda hoy, sobre todo por la caída del consumo, combinada con el ajuste fiscal, que no alcanza a ser compensado por la suba de las exportaciones, pero la inversión volaba al 19% en el cuarto trimestre del 2017, aun cuando la industria promediaba un uso de la capacidad instalada del 67%.
Lo que enseñan los últimos ciclos de la economía argentina es que la inversión sobrereacciona sistemáticamente a los cambios en el resto de la demanda, como podemos ver en el siguiente grafico:
La incertidumbre del 2009, la soja tocando picos de 650 dólares en julio del 2012, las expectativas de cambio en 2017 y nuevamente la incertidumbre radical del 2020, explican por qué los cambios en la inversión casi triplican los del consumo, en esos momentos. Despejada esa incertidumbre, la inversión volverá a empujar la recuperación, el año que viene.
Publicado en Clase Media, el Newsletter de Martín Tetaz el 24 de junio de 2019.