Eleonora Jaureguiberry, Subsecretaria General de Cultura de San Isidro, explica cómo con el Museo del Juguete, el festival Lollapallooza y una serie de innovaciones de formato y acercamiento a los barrios, San Isidro se convirtió en un caso de estudio. Jaureguiberry, Socióloga de la Universidad de Buenos Aires, cree que la envergadura económica y el impacto social de la cultura están subestimadas por la mayoría de los políticos.
Cultura es un término muy amplio. ¿Cómo se hace para gestionar algo que tiene límites tan difusos?
Nuestra fórmula es comprender a nuestra comunidad, entender quiénes son los actores culturales y qué están haciendo en San Isidro, y encontrarles circuitos para que brillen, para que crezcan, para crear públicos, para que aprendan. No es “La cultura” sino cuál es la cultura o los dispositivos culturales, el arte, los emprendedores que viven en este lugar, y cuáles son los públicos que tenemos que alimentar espiritualmente con la cultura.
¿Hay un propósito, un lugar hacia dónde ir?
Sin duda y es muy concreto: queremos cruces. Queremos que la gente circule, se conozca, aprenda cosas y ponga “stop” un rato sobre la vida cotidiana, sobre todo lo que angustia o hace a uno correr, y transite esa dimensión espiritual que el arte y la cultura ofrecen; que se vean un poco más en otra dimensión, la dimensión humana, la dimensión del tiempo, la dimensión de la historia y la dimensión de ser humano.
¿Cómo pensas que afecta a las personas diariamente la cultura y qué lugar ocupa en sus vidas?
Es una pregunta difícil porque la gente puede vivir sin cultura. Vive una vida más pobre, vive una vida menos feliz y vive una vida disminuida en ciertas dimensiones que completan la experiencia de estar en el mundo, de ser humano, pero vive. Creo que la cultura, de un modo u otro, completa, enriquece, diversifica. Uno puede pasarse la vida viendo todo en blanco y negro o lo puede ver a todo color. Educarse en las artes es educar la mirada para todo. Creo que la cultura sirve para la vida, no para “ser más culto” o entender más en un museo.
Algunos políticos tienen la visión de que la cultura es un gasto. ¿Es así?
Hay políticos muy burros, hay otros que no. Pero casi ningún político comprende el valor de la cultura y el modo en que la cultura puede generar ciertos climas, ciertos estados de ánimo, ciertas circulaciones de energía que pueden ser muy virtuosas para su gestión. En Argentina sin ninguna duda -como en muchos países del mundo- la cultura es un enorme factor de desarrollo económico y de recaudación impositiva. Este capítulo de cultura y economía, por un lado, y de los efectos que va generando en las personas, por el otro, los políticos no suelen entenderlo. En esta falta de comprensión también tenemos responsabilidad los gestores culturales y los artistas que tienden a encapsular el lenguaje. Siempre digo, medio en chiste medio en serio: hablan en chino. Como hacen a veces los médicos con sus pacientes. Los gestores culturales tenemos la responsabilidad explicar, en sencillito, por qué es importante la gestión de la cultura y cómo la inversión en cultura se multiplica de manera geométrica, no solamente en dinero sino también en bienestar, en bienes, inclusive en la marca de un país o de una ciudad y en muchas otras instancias.
Decís entonces que hay un impacto en los ciudadanos, algo que los enriquece, y por otro lado también hay un mercado importante que en la Argentina es creciente, ¿no?
Absolutamente: la industria cultural. Además, hay mucha gente trabajando y mucha otra gente que, si existiera la oportunidad, estaría lista para trabajar. Creo que es una gran oportunidad económica y hay que hablar de eso, hay que poner números a las cosas. Nadie lo está midiendo. Es cierto que hay una dificultad para medir porque hay mucha cultura girando por circuitos que se le escapan a la AFIP.
¿La cultura blue?
Claro. ¿Qué pasa? El profesor de guitarra que viene a tu casa o tu hija yendo a baile, eso escapa, pero es parte de la industria cultural. Si se hiciera bien el número, por lo menos para entender el impacto que esto significa en la economía, creo que el número sería muy sorprendente.
¿Qué impresión te causó ver arder la catedral de Notre Dame?
Fue muy impactante. Ese edificio ha sido testigo durante siglos de tanta historia, de una París que desapareció prácticamente a fines del siglo XIX, de una historia religiosa, de una historia política, de la Revolución. También ha sido escenario de tanto arte, tanta literatura, tanta ópera. Es como una especie de locación… ni hablar en la historia del cine francés. Es un edificio que pertenece a la humanidad más que a los parisinos, aunque ellos lo deben sentir muy especialmente.
A los pocos días del incendio se habían recaudado cerca de mil millones de euros de donaciones. ¿Te parece bien que el sector privado ponga tanta plata mientras, como dicen las voces críticas, los niños se mueren de hambre? Esa tensión entre lo cultural y lo económico y las prioridades.
Me parece perfecto. Lo que me parecería mal es que quien pone la plata de algún modo u otro tuviera algún tipo de injerencia en la decisiones que se toman sobre el patrimonio, eso me parece inaceptable. Una cosa no invalida la otra. El problema del hambre es un problema político, es un problema social, es un problema económico, que no lo va a resolver un donante. Lo van a resolver gobiernos que tomen decisiones políticas valientes y que generen igualdad y regulación en los mercados. Que los edificios públicos, o que el patrimonio, sea protegido en alguna medida por donantes privados me parece un lindísimo gesto por parte de esas personas.
Decías que no tienen que influir en lo que se haga después con su dinero. ¿Cuántas personas van a estar ahí decidiendo sobre cómo se refacciona ahora la catedral de Notre Dame?
Imagino que mucha gente porque Notre Dame es un monumento histórico pero a la vez es una iglesia en ejercicio. La ciudad de París seguramente va a decir algo, la defensa del patrimonio en Francia tiene sus propios aguerridos defensores… creo que va a haber mucha gente discutiendo y quizás la solución sea una de concesiones, de compromiso. Para los argentinos la palabra compromiso tiene mala prensa. En mi experiencia de gestión, el compromiso no brilla mucho, es el trabajo más complejo de todos.
Volviendo ahora a San Isidro, ¿cuál es el proyecto del que estás más orgullosa?
Estoy muy orgullosa del camino recorrido: el primer año tuvimos 20.000 personas de público y el año pasado tuvimos 420.000. Me pone orgullosa haber logrado eso y haber aprendido tantas cosas en el camino. Descubrimos a mucha gente y hoy trabajamos con artistas visuales, con músicos, con cocineros, con diseñadores, con cada una de las localidades haciendo fiestas, que en realidad hacen los vecinos, porque salimos a entender quién vive en cada ciudad y qué hace. Hemos trabajado también mucho sobre el patrimonio, hemos restaurado nuestros monumentos, hemos hecho guiones nuevos para nuestros museos y, si hay algo de lo que estoy muy orgullosa, es de que me tocó el enorme honor de fundar el Museo del Juguete, que hoy es una de instituciones culturales más valiosas y prestigiosas del país.
¿Cuánta gente visita el Museo del Juguete?
Tiene más o menos el mismo público que tienen los otros museos, alrededor de 35.000 personas por año.
¿Y cuántas piezas tiene?
Más de 500. Es una colección que va mutando todo el tiempo. Nació como una colección prestada, muy importante, de juguetes argentinos.
¿El más antiguo de los juguetes?
Es de entre 1925 y 1927. Pero hoy la colección original está siendo devuelta porque recibimos muchas nuevas donaciones. En realidad no es un museo sobre los juguetes sino un museo sobre el juego. Defiende una idea de infancia, de los derechos de la infancia y de la importancia de jugar. La primera sala se llama Jugar con todo, jugar con nada y es uno de los proyectos más lindos que hemos hecho. Ganó un premio en Ibermuseos. También con financiamiento de Ibermuseos acabamos de terminar un proyecto llamado El museo va al recreo. Surgió porque a los seis meses de inaugurar, hicimos una primera encuesta al público y descubrimos que la gente de un barrio muy humilde, a cinco cuadras, no venía. Inmediatamente cambiamos de estrategia y generamos un programa que se llama Comunidad y salimos. El museo salió a las escuelas públicas de Boulogne y con los chicos y sus padres y los maestros, pintó juegos en los espacios de recreo, que eran muy grises y muy tristes. La mitad de los juegos eran tradicionales y la otra mitad eran inventados por los propios chicos. De ese museo estoy especialmente orgullosa.
Hay otro proyecto muy exitoso que se hace en San Isidro, que es el Lollapallooza, ¿Eso depende de esta subsecretaría?
Lollapalooza es un festival internacional con una pata de producción local, que es Diego Filkenstein. Se hace acá en San Isidro y tenemos una responsabilidad enorme como co-organizadores del festival. Es fabuloso lo que pasa con el Lollapalooza y para la ciudad genera una enorme cantidad de ingresos. Una vez más: los restaurantes, los airbnb, los hoteles… es impresionante lo que pasa en San Isidro, cómo sube la recaudación y cómo la ciudad aprendió a dar la bienvenida al turismo.
La cultura, a modo de resumen, hace bien para el conjunto de la sociedad, económicamente y también en lo más personal…
Absolutamente. Además hay toda una relación con la identidad: quiénes somos y quienes somos como comunidad. Todos queremos estar con otros y todos tenemos una estructura emocional que necesita ser alimentada. Durante nuestra agenda del año, que es muy compleja, atravesamos por todos los géneros del arte, por todos los géneros musicales. Invitamos a venir en zapatillas, a venir relajados. En estas situaciones hay algo que tiene que ver con lo educativo, con lo didáctico, para que la gente no crea que es “chino” sino que, todo lo contrario, que es un espacio donde puede comprender, donde puede crecer y que puede compartir con otros. Esa idea, que es muy amorosa y muy chiquitita, nos ha dado resultados realmente impactantes. Hoy San Isidro -lo digo con muchísimo orgullo- es un caso de estudio. Lo que ha pasado en estos años aquí y sobre todo el modo en que hemos sido elásticos para poder comprender en nuestra programación desde los artistas más consolidados de la Argentina y, en algunos casos, del mundo, hasta los más emergentes de nuestro propio territorio; todos compartiendo el espacio y el público. Los artistas piensan mucho en lo que ellos hacen pero los gestores tenemos que pensar en el modo en que eso se traduce en eventos que sean lo suficientemente amigables para cobijar a todos.