Una fecha cara al sentimiento de nuestro país ha sido elegida por Donald Trump para poner en pleno funcionamiento su esquema de aranceles recíprocos luego de su último anuncio respecto de una gabela del 25% a todos los autos importados por los EE.UU.
También podríamos declararlo el “día del fin de la globalización” o “el día en que China impuso las reglas del nuevo orden mundial”. Porque la guerra comercial desatada por Trump no es más que el fin de la economía mundial neoliberal, pregonada por la política exterior estadounidense para establecer sus valores y liderazgo durante los últimos 40 años, y el inicio de una etapa neomercantilista de emergencia.
Como bien señala Branko Milanovic, el neoliberalismo ha quedado circunscripto al interior de las naciones que aún lo profesan, en tanto que ha muerto en el exterior de las mismas. Es decir, que el modelo chino de centralismo democrático y regulación estatal ha triunfado. Hoy, el volumen de exportación de China crece a un ritmo tres veces más rápido que el comercio mundial. En el sector automotor, se prevé que tenga la capacidad de producir dos tercios de la demanda mundial de automóviles, mientras produce el 60% de los autos eléctricos del mundo. Su dominio se extiende al acero el aluminio y la industria naviera, produciendo más de la mitad del suministro mundial.
Mientras Trump y sus amigos lanzan memecoins, China se apresta a consolidar su yuan digital para destronar al obsoleto sistema SWIFT de transacciones internacionales – tarda segundos contra una semana en el SWIFT – y desbancar al dólar como moneda dominante en el comercio mundial.
La abierta aceptación de las nuevas reglas de juego chinas – tal vez sin otra opción sobre la mesa – comenzó durante la primera presidencia de Trump, continuó con la fuerte intervención económica de Joe Biden – resistida por los republicanos – con su esquema de subsidios y prohibiciones de inversión china en su país – y extranjera en general – y culmina hoy con la muralla que se alza en torno a la economía de Washington.
El horror que produce este presente decadente ha llevado al relato de MAGA, que Trump comparte con Javier Milei, a buscar en el pasado – aunque por razones diferentes – la gloria que fue arruinada por la intromisión del socialismo o, lo que es lo mismo, por el extravío que causó el desorden democrático.
En el caso del presidente estadounidense, parece creer que William McKinley, presidente desde 1897 hasta su asesinato en 1901, gobernó una época dorada en Estados Unidos gracias a su proteccionismo extremo.
“Fuimos los más ricos en términos relativos —piensen en esto— de 1870 a 1913”, “Debido a que cobrábamos aranceles… teníamos muchísima riqueza. Claro, ahora la regalamos a las personas transgénero… todo el mundo se somete a una operación transgénero”, remató con sus alucinadas asociaciones libres. Para Trump, “El presidente McKinley hizo a nuestro país muy rico a través de los aranceles y a través del talento”.
Los aranceles de McKinley fueron instaurados por una serie de leyes aprobadas en el Congreso en la década de 1890 y no por decreto como ahora lo hace Trump, además, en aquella época el producto de esos impuestos constituía el grueso de la recaudación del estado federal, ciertement minúsculo si se compara con el que hoy Elon Musk está tratando de desguazar.
Para completar el panorama vale recoredar que los aranceles tan bien ponderados llevaron a su país a una grave recesión económica. Hoy mismo, auguran un aumento de los precios al consumidor, una caída de la bolsa y la puesta en peligro de las relaciones internacionales de Estados Unidos con sus aliados.
No queda claro cuál será el impacto de los aranceles de represalia de los demás países para con los EE.UU. existe una alta probabilidad de que golpeen la agricultura y afecten el nivel de actividad ejerciendo un efecto paradojal sobre el objetivo expreso de «reindustrialización” del país.
El final del siglo XIX estuvo marcado por el auge de la Gran Divergencia, es decir, por el gran crecimiento que experimentaron los países industrializados a partir de la segunda revolución industrial, por sobre China y Asia, en general, que se mantuvieron rezagadas. Hoy, asistimos al pináculo de la Gran Convergencia, el período en que esas economías se han desarrollado y reclaman un lugar preponderante en el reparto del poder.
En un mundo mucho más complejo y volátil que a fines del período decimonónico, evocar pasados de gloria es una señal de debilidad – McKinley no es un presidente “famoso” –, de que los EE.UU. están en un fuerte declive.
La búsqueda de ese momento de gloria – en contextos completamente diferentes – no ayudará a pensar y trazar rumbos certeros para el siglo XXI, tanto para EE.UU. como para los países en desarrollo que, como la Argentina, se debate hace años en cual camino tomar para alcanzar cierto nivel de prosperidad sostenible y alguna relevancia en el concierto mundial.
Publicado en Relato mata dato el 29 de marzo de 2025.
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