En 2017 los republicanos modificaron el código tributario con sus propios votos. Ningún demócrata apoyó la medida por lo que su puesta en marcha implica una fuerte cojera de legitimidad política que no le augura durabilidad.
Desde entonces, se incrementó el déficit y se favoreció a los ricos, trasladando el financiamiento a las generaciones futuras. El nuevo régimen supuso un fuerte recorte de impuestos para las corporaciones – que ya pagaban poco – dando a cambio un alivio modesto y temporal a los individuos.
Los republicanos vendieron el cambio como un mejoramiento de los incentivos en la economía estadounidense, uno que desencadenaría más inversiones, mejor eficiencia y salarios más altos, junto con un crecimiento suficiente para compensar los ingresos perdidos por el gobierno, ante la lógica caída de la recaudación.
La incertidumbre del esquema se centra en una tasa corporativa del 21 por ciento, de difícil sostenimiento en el tiempo. El chantaje está servido: si otro gobierno aumenta esa tasa, las corporaciones amenazan con buscar refugio para sus inversiones en el extranjero y limitar su inversión en los EE.UU., con las obvias consecuencias sociales.
En el momento de su sanción, los republicanos pusieron como referencia la célebre Ley de 1981 y la Reforma de Impuestos de 1986 – las que le valieran a Ronald Reagan el mote de Hood Robin – que redujo los impuestos a las personas, favoreció a las corporaciones y financió el déficit resultante mediante la eliminación de exenciones fiscales especiales y de refugios fiscales que habían sido utilizados por los ricos. En cambio, con la reforma de Trump se eliminaron algunas exenciones fiscales – al tiempo que se abrió la posibilidad de crear nuevos refugios – mientras que el déficit se patea para el futuro.
Hoy, a casi dos años de la reforma republicana, empresas como Amazon, Delta Airlines, IBM, General Motors y Chevron no pagaron impuestos federales en 2018, lo que constituye sólo una muestra de las corporaciones que duplicaron el número de aquellos que no pagan impuestos federales. Más aún, algunas de ellas recibieron fuertes reembolsos.
“El número de empresas que no pagan impuestos ha aumentado por dos razones principales. Primero, la ley de impuestos de Trump amplió algunas exenciones fiscales corporativas, como la de la compra de maquinaria y vehículos. En segundo lugar, la ley redujo la tasa impositiva corporativa de primera línea, lo que significa que algunas compañías ahora tienen una imposición lo suficientemente baja como para eliminarla completamente con exenciones fiscales”, dice David Leonhardt, columnista del NYT.
Los efectos de la baja de impuestos a las corporaciones, provocó un rápido y fuerte aumento del déficit. Un proyecto de ley consensuado y más gradualista en la disminución de la tasa con un enfoque más estricto para las deducciones fiscales, hubiera, además reducido las notorias ventajas que unas empresas tienen por sobre otras.
El “programa pro-ricos” de Trump se completa con las ingentes sumas de dinero que las corporaciones colocan en las campañas para patrocinar a legisladores que velarán por sus intereses. Esa posibilidad de financiar la política la habilitó otro republicano, Geoge Bush, que también recortó impuestos en 2001 y 2003, de forma temporal.
Esto socava los pilares del sistema democrático puesto que los ciudadanos ven claramente que las grandes corporaciones evitan todos los impuestos sobre la renta de miles de millones en ganancias con la ayuda de políticos a los que “paga” para establecer las normas que los favorecen. Mientras tanto, esos ciudadanos sienten que el sistema impositivo es un mecanismo que está en su contra, a favor de las corporaciones y de los estadounidenses más ricos.
Los analistas de JPMorgan Chase estiman que, en el primer semestre de 2018, aproximadamente 270 mil millones en ganancias corporativas – que estaban en el extranjero – se repatriaron a los EE.UU. y se gastaron como resultado de los cambios en el código tributario. Alrededor del 46 por ciento de eso, dijeron los mismos analistas, se gastó en 124 mil millones de dólares en recompras de acciones.
El flujo de dinero corporativo repatriado – según analistas de Goldman Sachs – se ha convertido en una avalancha de pagos a los accionistas, tanto en la figura de la recompras, como la de dividendos.
Por otro lado, los recibieron cuotas relativamente pequeñas de los ahorros de impuestos corporativos de sus empleadores. El grupo de investigación sin fines de lucro Just Capital, que está rastreando los informes de mil grandes empresas sobre cómo están gastando sus recortes de impuestos, calcula que el trabajador típico de una de esas grandes empresas ha recibido alrededor de $ 225 este año en un aumento de sueldo, una sola vez como bonificación, o ambas, atribuibles a la nueva ley.
Las empresas también dijeron que usarían los ahorros fiscales para crear empleos. Pero la investigación de Just Capital encuentra que, desde que se aprobaron los recortes de impuestos, las 1000 compañías más grandes en realidad han reducido el empleo, en general.
Han anunciado la eliminación de casi 140.000 empleos, que es casi el doble de los 73.000 empleos que dicen haber creado en ese tiempo. Según el análisis, aproximadamente la mitad de esas pérdidas netas provinieron de empresas de la industria gastronómica y de entretenimientos.