jueves 28 de marzo de 2024
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Para una historia (moderna) de la fotografía

Salvo Rimbaud, que fue un activista, nadie se ve a sí mismo como un moderno. Más allá de consideraciones eruditas, la idea de modernidad refiere, fundamentalmente, a una ruptura con lo clásico y asume la forma de una sedición estética frente al pasado. Ese pasado, sin embargo, es siempre otro. La rebelión será en todos los casos frente a un pasado polisémico y brutalmente distinto y podemos pensar que si la fuente es distinta, el agua que la recorre muy probablemente también lo sea.

Si el modernismo, la modernidad y sus consecuencias han sido fruto de indagaciones y especulaciones, es probable que en el terreno de la fotografía estas se encuentren robustecidas por las particularidades técnicas e, incluso, por las distintas expresiones que tuvieron los movimientos modernos en diferentes países.

La muestra Mundo propio que presenta el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, es un gran aporte para entender la historia de la fotografía argentina moderna, su capacidad de asimilar realidades culturales diferentes y su gran ductilidad para trabajar con registros, soportes e intencionalidades.

La luz que entra por los enormes paneles de vidrio al costado de las escaleras mecánicas del museo pone a trabajar las pupilas del encandilado espectador, apenas este cruza el pesado telón negro que oficia de pórtico de la exposición, curada por el fotógrafo y experto Facundo de Zuviría.

La selección va desde Horacio Coppola hasta Juan Di Sandro, pasando por Grete Stern, Annemarie Hienrich y Augusto Vallmitjana. Son más de 250 obras de 25 fotógrafos diferentes que recorren un plazo temporal que va desde 1927 hasta 1962. La muestra es enorme y los itinerarios son imposibles de definir, pero todos terminan en la consagración de la belleza y de la calidad artística como resultado ineludible. Como buena muestra de fotografía modernista, la ciudad y los retratos se llevan temáticamente la mayor parte de los trabajos. En el caso de la ciudad, las fotografías de Horacio Coppola, con sus perspectivas imposibles y su crudo realismo, y las de Juan Di Sandro, jugando con la luz urbana y el contraste, resultan el punto más alto de la exposición en este registro. Entre los retratos, destacan los de Gisele Freund, con su tratamiento alejado sutilmente de la monocromía, trazando una continuidad entre Virginia Woolf y Adolfo Bioy Casares, entre Samuel Beckett y Jorge Luis Borges, estableciendo un puente entre sus trabajos europeos y los argentinos. Los trabajos de Annemarie Hienrich en un extremo glamoroso y los de Hans Mann en otro más popular o telúrico, completan un panorama de un género ineludible y vigoroso.

Mundo propio es exuberante y vasta, pero no agobia. Sin dejar de ser una muestra conceptual, no expulsa a nadie ni requiere de una erudición particular para ser disfrutada. Muchos de los artistas reunidos en esta muestra son justificadamente célebres y han merecido críticas a lo largo del tiempo. Tratando de no pecar de originalidad, creo que es posible, un poco a capricho de reseñista, diseñar una narrativa no cronológica, no perteneciente a grupos ni escuelas artísticas, para mostrarle al lector toda la riqueza de la exposición.

Una de las estaciones es la de los retratos botánicos de Anatole Saderman. A pedido de Ilse von Rentzell, Saderman participó en 1935 de la confección de un libro titulado Maravillas de nuestras plantas indígenas. Para este trabajo, el artista utilizó una metodología particular que impacta sobre el resultado estético. En lugar de tomar las fotografías en los herbarios y en los lugares especiales en los que estaban las plantas, Saderman llevó los ejemplares a su estudio y los preparó como si fueran modelos. De hecho, lo que hizo fue hacerles retratos a las flores y plantas autóctonas, dotándolas de una carácter expresivo imposible de lograr por otros medios. Utilizando preferentemente fondos negros, Saderman logró captar en sus tomas no tanto la fidelidad de las plantas que retrata como las sutilezas en las formas y en los volúmenes, de modo tal que la literalidad de las flores se pierde para dar paso a un juego de líneas y texturas poco identificable a los ojos del espectador. La idea de una fidelidad engañosa remite contemporáneamente a la obra del americano Edward Weston y a sus fotografías de caracoles y detalles botánicos, como la famosa “Hoja de col”, que diera un giro hacia la abstracción y a la fotografía de la mano de lo que llamaron la fotografía directa y del grupo f/64.El próximo artista es Sameer Makarius. Tras vivir unos años en Europa y fundar el grupo de arte concreto en Hungría, el artista de origen egipcio se trasladó a nuestro país y fundó el grupo Forum junto a Max Jacoby. También retratista, Makarius es un personaje central en la fotografía argentina. Además de fotógrafo, fue un reconocido ensayista y el primero en publicar un libro conceptual dedicado íntegramente a la fotografía argentina. Publicó, además, dos grandes libros con semblanzas urbanas de Buenos Aires, uno en 1960 y otro en 1963. En Mundo propio hay dos grandes grupos de fotos de Makarius. La más reconocida es la Serie bíblica, en donde el artista trabaja temáticas religiosas desde una perspectiva artística novedosa, limítrofe con la pintura. Estos fotogramas, que fueron expuestos en la galería Peuser en 1961, son fruto de la evolución de Makarius como artista visual y muestras escenas de la biblia con una crudeza y una calidad expresiva inusual para el registro fotográfico. Hay otras tres obras del artista que muestran también su dimensión experimental y vanguardista. Se trata de tres fotogramas realizados en color en el año 1957 en donde el paso de la luz al papel fotográfico termina dando como resultado una obra abstracta que, en ciertos casos, recuerda a la intervención que Gerard Richter hace en una buena parte de su obra.Pero el hallazgo de la muestra es George Friedman. Este artista, húngaro de nacimiento, recaló en Argentina un poco antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando terminaba la década del 30. Años antes había trabajado en la industria cinematográfica europea y tuvo, incluso, un paso fugaz por Hollywood. Con esa impronta estética, Friedman encaró su trabajo fotográfico en Argentina de un modo inusual. Montaba las escenas como si se tratasen de sets fílmicos en donde la figura humana, el paisaje urbano y la situación dramática formaban una composición única, teñida de intimismo y de un gran caudal comunicativo. Presentaba las obras que elegía para mostrar en un tamaño por fuera del canon de la época, grandes piezas de más de 50 centímetros de lado. La continuidad del trabajo de Friedman tiene, también, su particularidad. A partir de la década del 50 trabajó en la editorial Abril, más precisamente en la revista Idilio, una publicación de fotonovelas dirigida por el sociólogo Gino Germani y en compañía de otros grande fotógrafos como Grete Stern. “Manos” una obra de 1955, es representativa del estilo y de la potencia visual de Friedman. En ella, las manos de una pareja se tocan románticamente, mientras en la mesa descansan tazas de café y vasos con agua. El juego de contraluces, la disposición de las sombras y el manejo de la escala cromática le dan a una escena cotidiana una dimensión artística única, llena de inquietud y abierta a mil interpretaciones.

El visitante puede leer Mundo Propio como uno de esos libros en donde se pasan las hojas al azar hasta detenerse. En todos los casos, se encontrará con un camino que lo lleva a la reflexión y a la belleza.

Publicado en Revista Ñ el 1 de abril de 2019.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/arte/historia-moderna-fotografia_0_1uRvjDbKC.html

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